jueves, 28 de febrero de 2013

La 4x4 de Gabriel

[28/2/2003]



"Te subís al techo de la 4x4. Agarrás el arma que está ahí, que es un hacha. Entrás a la 4x4 y manejás hasta el semáforo, que está rojo. Lo cortás con el hacha y seguís."

miércoles, 27 de febrero de 2013

Pánico

[27/2/2003]

Acabo de pasar por un momento de pánico. Actualicé el Movable Type (el programa con que hago este weblog) de la versión 2.0 a la versión 2.63. En el proceso cometí un error, y no andaba nada. Fui al Support Forum del MT, hice mi consulta, y a los pocos minutos una persona me indicó que verificara un par de cosas. De ese par de cosas, una estaba mal. La arreglé, anduvo, agradecí mucho y respiré cuando ya casi estaba asfixiado. Qué placer cuando una comunidad así funciona de esa manera.

[27/2/2013]

Movable Type era lo que usábamos todos los que no estábamos ya en Blogger. Luego, la empresa que lo hacía, Six Apart, decidió una mala movida comercial y logró que los usuarios se desbandaran. WordPress ocupó el lugar. Hace un tiempo que MT es gratuito otra vez, pero nunca volvió de la irrelevancia. Los foros cambiaron de dirección.

El taxi de Gabriel

[27/2/2003]

(Ampliado al 200%.)


"Tomás el taxi acá. Te lleva hasta acá. Le preguntás cuánto es y te dice 'Diez con cincuenta'. Te bajás y te vas."

Novela gráfica

[27/2/3003]

"Novela Gráfica o El caso de la florista estrangulada. Una aventura del inspector Collins", con guión de Mario Levrero y diseño gráfico de Jorge Varlotta. Aquí, en magicaweb.com. Hay que verla.

Actualización: por decisión de los autores, la Novela Gráfica ha sido levantada, y la página ya no existe.

[27/2/2013]

Lo dicho. A Jorge no le gustó cómo se veía en la Web. En particular, las conexiones lentas de la época impedían pasar rápido de una imagen a la siguiente, y esa espera destruía el ritmo del relato. Conservo las imágenes, claro. Habrá que ver si un día podemos hacer algo con esto. (No tacho los links porque funcionan: llevan a una página donde puse "Esta página ya no existe".)

martes, 26 de febrero de 2013

Jack el impostor

[26/2/2003]

Tengo una idea para una película. El personaje principal, Jack, está obsesionado con un actor famoso, que podría ser Johnny Depp. El tema es que el propio Johnny Depp personifica a Jack, aunque al principio de la película está caracterizado de forma que es imposible reconocerlo.

Jack colecciona películas y fotos de Johnny Depp, y estudia cada pieza una y otra vez hasta saberla de memoria. Con esa documentación aprende a imitarlo: copia los gestos, la forma de caminar, la sonrisa. Ejercita la voz hasta conseguir que sea igual a la de Johnny Depp, en timbre y acento. También busca el parecido físico, que va logrando a medida que la película avanza: compra la misma ropa que el actor, se tiñe el pelo, se cambia los dientes, se opera la nariz. Así, Johnny Depp, el actor que hace de Jack, es cada vez más parecido a Johnny Depp.

Al final, cuando la copia alcanza la perfección, Jack asesina a Johnny Depp y ocupa su lugar.

Aquí termina la película, pero no es todo. El contrato de Johnny Depp debe estipular que durante el resto de su vida actuará de manera sutil y constante como si no fuera el verdadero Johnny Depp, sino Jack el impostor.

Teoría conspirativa

[26/2/2003]

El repelente Off no espanta a los mosquitos sino que los atrae. De esta manera el usuario cree que los mosquitos lo pican porque no se ha puesto suficiente Off, y se pone más, y los mosquitos lo atacan el doble, y entonces se pone mucho más, y así hasta ir a comprar otro frasco. Las ventas crecen infinitamente.

lunes, 25 de febrero de 2013

Hueco

[25/2/2003]

Hay un espacio entre dos edificios en la dirección aproximada en que se pone el sol (considerando el universo tal como se ve desde mi ventana). Hay dos breves períodos al año en que el sol se asoma por ese hueco durante varios minutos, a eso de las seis y media de la tarde, luego de haber estado oculto tras uno de los edificios. Hoy empezó uno de esos períodos: lo hizo por primera vez desde el invierno pasado, iluminando los tomos del viejo Diccionario Enciclopédico Abreviado de Espasa-Calpe que se apilan sobre un parlante. Seguirá así por unas semanas, y luego volverá a ser tímido.

Cuando uno maneja

[25/2/2003]

Cuando uno maneja un auto deja de percibir la realidad. Las cosas se dividen en pistas y obstáculos, y la vida consiste en competir por esas pistas con otros espermatozoides idiotas que ya no piensan a dónde van sino cómo y a qué velocidad.

A ambos lados, la gente de a pie se convierte en fotos de personas, fotos borrosas de entidades ajenas al mundo de uno. No hay tiempo para mirar a nadie, para notar la expresión de una cara, el gesto de una mano, la intensidad de ese par de ojos que si no fuéramos conductores podrían cautivarnos.

Hay segmentos de universo que van de esquina a esquina, de semáforo a semáforo, de primera a segunda a tercera. Y el cuerpo de uno se ha convertido en un objeto rígido, la atención de uno está centrada en la patente del auto que va adelante, los nervios de uno están reunidos en el contacto con volante y pedales.

Es una simbiosis, un líquen furioso de humano y máquina en la que cuesta reconocer dónde termina uno y empieza la otra. Un líquen fácil de aborrecer, porque no tiene los mismos derechos que una persona aislada, ni cumple sus deberes. Imposible perdonar al líquen. Imposible aceptarlo. No es un semejante, porque en él la simbiosis es completa, mientras que uno, en el fondo, todavía tiene algo de persona aunque los demás estén en desacuerdo.

De vez en cuando se produce la transformación más inconcebible: un conductor, ahí adelante, por algún motivo abre la puerta y se separa de su auto para convertirse en persona. Pero no lo logra de inmediato. Hay un momento de horror, cuando todavía no ha terminado la metamorfosis, en que impresiona como un gusano que sale de una manzana, como pus que surge de la herida, como una tripa que se escapa del abdomen.

La Jefatura

[25/2/2003]

El comedor era una habitación pequeña con una mesa servida para cinco en el centro. En medio de la mesa, sobre el mantel blanco, había un vaso de vidrio con dos flores artificiales. La ventana daba a un jardín, el jardín a un sendero de cemento, el sendero a una extensión de pasto verde y bien cortado, y el pasto a la alambrada. Más allá de la alambrada estaba ese mundo irreal en que la gente era libre.

La habitación recibía el pomposo nombre de casino de oficiales.

La puerta se abría a un pasillo, y justo enfrente había otro cuarto. Ahí pasaba yo largas horas luchando con la primera novela que leí en inglés, We can build you, de Philip K. Dick. La novela venía después de encerar los pisos de la Jefatura de esa minúscula, ignorada, inútil unidad militar. Ponía litros de cera, y la distribuía por medio de una enceradora que también esperaba la baja. Con ese olor daba lo mismo que las flores del casino no fueran de verdad.

Yo era uno de los seis soldados asignados a la Jefatura del lugar. Otro era un muchacho alto, rubio, con mucha calle y experiencia de mozo en lugares finos, al que el Jefe había rescatado para su servicio porque lo hacía quedar bien con los otros oficiales y algún invitado esporádico.

Se llamaba Víctor, o tal vez Jorge, no estoy seguro. Había traído su propia ropa de mozo, saco y camisa blancos, pantalón y moño negros, y se la ponía exclusivamente para el almuerzo. Llegaba la comida de la cocina, llegaban de a poco los cinco oficiales, y allí estaba Víctor o Jorge para dar jerarquía a la ocasión. Sabía plegar las servilletas de una manera especial, como un origami de tela. Sabía colocar los cubiertos a la manera de un restaurante de lujo. Sabía acomodar en los platos la comida militar para que pareciera comida civil. Y sabía pelar parcialmente las naranjas, cortando la cáscara en gajos o pétalos que luego curvaba sobre sí mismos y enganchaba en la base, con lo que se formaba una especie de flor que a los oficiales les encantaba.

También, y sobre todas las cosas, era el encargado de escupirles el café.

Es que estábamos condenados a las venganzas pequeñas, y, peor todavía, a sólo fantasearlas. Imaginar venganzas era un ejercicio más importante que el orden cerrado de las mañanas y el orden cerrado de las tardes, casi tan importante como el de pasar inadvertidos. Había que ser creativos, discretos, audaces, y luego saber disfrutar de cada idea aunque nadie, nunca, jamás la hubiera llevado a cabo.

Por eso tengo tan presente a Víctor o Jorge, y la ropa de mozo, y los rituales del almuerzo, por esa solitaria venganza exitosa: el café espumoso que nos aliviaba, nos redimía, nos devolvía algo de humanidad. El mejor momento del día.

domingo, 24 de febrero de 2013

Listas

[24/2/2003]

A veces se me juntan muchas cosas por hacer. Como ahora. Entonces las pongo en una lista. Es algo que me pasa muy cada tanto, eso de preparar una lista. Y es una experiencia rara. A medida que agrego cosas aumenta la sensación de que no hay manera de cumplir con todo. Hay items que se van a resolver solos, o que van a desaparecer de una forma o de otra. Y hay items que jamás voy a cumplir, por lo menos durante la vida útil de esta lista. Es que la misma lista, en algún momento no muy lejano, se va a hundir en el pantano de otros asuntos pendientes, un pantano muy profundo que existe en mi cabeza, jamás por escrito, y en el que figuran, entre infinitos de cosas, listas incumplidas del pasado.

sábado, 23 de febrero de 2013

viernes, 22 de febrero de 2013

Para el autor, el tiempo pasa

[22/2/2003]

En alguna página de Vivir para contarla, García Márquez escribió que acababa de morir su madre, a una edad muy avanzada, casi al mismo tiempo que él terminaba ese tomo de sus memorias.

Muchas páginas después se cuenta de unos muebles que Gabito regaló a sus padres, y que alrededor de medio siglo más tarde todavía están en uso. Sin que lo diga directamente, se entiende que es su madre quien todavía usa los muebles.

Al llegar a este segundo momento tengo la sensación imparable de que el libro está vivo. No sólo eso: ha dado un coletazo de serpiente. Es el efecto, que por algún motivo se me hace temible, de descubrir el paso del tiempo en la vida del narrador.

Quien escribió sobre los muebles "en uso" no sabía nada del momento en que, un tiempo más tarde, pero al corregir una página anterior, escribiría sobre la muerte de su madre. Ese narrador tenía menos conocimientos que yo, el lector. Ignoraba cosas que sólo un narrador más tardío llegaría a anotar. Y no era su intención que yo me diera cuenta.

Estamos acostumbrados a que el narrador exista en un tiempo nulo. Es como si hubiera escrito su libro (cualquier libro) en un día, un minuto, un segundo. En el libro el tiempo pasa, pero no así en la voz del narrador. Más todavía, si algún revisor final del libro de García Márquez hubiera encontrado ese detalle de los muebles, esa ignorancia impensable, seguramente habría buscado el modo de corregirla.

Hay formas literarias en las que el tiempo en el presente del autor es esencial, como los diarios personales. Pero se trata de una excepción. Lo usual es que el narrador hable de otros tiempos, incluso si se trata de su propia existencia.

Hay entonces, en la literatura, una dimensión a la que no tenemos acceso. La puerta tiene un cartel que dice "Prohibida la entrada", y la han cerrado con todas las llaves del mundo. Asusta un poco que de pronto aparezca entreabierta.

jueves, 21 de febrero de 2013

miércoles, 20 de febrero de 2013

Autos

[20/2/2003]

Es bajo, gordo, calvo, de maneras un tanto bruscas. Se acerca a los sesenta. Discute en las reuniones de consorcio. Guarda en la cochera del edificio un Alfa Romeo que, por la patente, será modelo '99. El otro día llegó con el sistema de audio a todo volumen, reventando cristales, exhibiendo a los oídos del mundo entero el hit más reciente de algún baladista pop. Hoy vi que en la parte de atrás del auto, sobre la patente, puso un letrero muy prolijo en letras claras sobre la pintura oscura del metal: www.metetelacamara@enelorto.gov.ar.

*

Vi una patente maravillosa: BBS 666. El dueño del auto, consciente de al menos una parte del significado, puso esta leyenda en el vidrio de atrás: "The number of the beast."

martes, 19 de febrero de 2013

Acento

[19/2/2003]

El otro día le hablé a mi mujer del Movable Type. Por culpa del acento que tengo cuando pronuncio en inglés, primero entendió que el programa se llamaba Moo-bubble Type. Y luego, Moo-babble Type.

Otoño

[19/2/2003]

Con esta especie de otoño que febrero nos trajo es fácil olvidar que todavía tendremos semanas y semanas de calor insoportable antes de la llegada de un otoño de verdad.

Tapar con música

[19/2/2003]

Cuando me viene a la cabeza un recuerdo vergonzante lo tapo con música. De pronto me acuerdo de algo que hice o dije o pensé, generalmente muchos años atrás, de lo que me avergüenzo tanto que me resulta insoportable. Entonces aparece el DJ que tengo escondido y pone en mi interior música bien fuerte, bajo y batería, o mejor dicho percusión electrónica: algo intenso, monótono, a un volumen imaginario que impide por completo seguir pensando. La molestia se hace tan grande que a los pocos segundos me olvido de todo y ya estoy pensando en otra cosa.

Remota

[19/2/2003]

Qué feo es tener instalado el PowerPoint sólo por la remota posibilidad de que alguien, alguna vez, me mande una presentación que valga la pena ver.

[19/2/2013]

Hace muchos, muchos años que no tengo instalado el PowerPoint. Ni el Excel, ni el Word, etc. Pero sí tengo los equivalentes de LibreOffice (y antes tuve OpenOffice). Fue bueno el cambio cuando lo hice, y sigo convencido.

Eso sí, siguen sin aparecer presentaciones que valga la pena ver.

lunes, 18 de febrero de 2013

Rayitas rojas

[18/2/2003]

Me parece bien que el Word marque con rayitas rojas las palabras que escribo mal o que no tiene en su diccionario. El problema es que casi no uso el Word. Escribo en Outlook, en Dreamweaver, en TextPad y en Movable Type, el programa con que administro este weblog. Ninguno de ellos sabe cómo poner esas rayitas rojas, ni puede acceder al diccionario del Word. Por lo tanto, no me tomo el trabajo de enseñarle al Word las palabras que él no sabe y yo sí, y las rayitas rojas son un poco molestia y un poco deseo, pero casi nada realidad.

Lo ideal sería que el Word compartiera sus habilidades con otros programas. Que el módulo diccionario y el módulo rayitas rojas estuvieran a mi alcance en todo momento, para conectarlos donde yo quiera. Más todavía, ese diccionario que yo iría modificando a mi placer debería ser un archivo (o una colección de archivos) fácilmente accesible, en un formato estándar y abierto. Y no estar expuesto a que una nueva versión de un programa cambie todo y lo inutilice para siempre. Entonces sí valdría la pena ir agregando y quitando palabras mientras trabajo y juego, a lo largo de los años. E incluso intercambiar mejoras con gente que también use diccionarios. Y las rayitas rojas serían una parte más de los grandes servicios que, a pesar de todo, logra prestarme mi computadora.

sábado, 16 de febrero de 2013

Diseño

[16/2/2003]

Me gustaría que las carpetas de Windows fueran más expresivas. Por ejemplo, sería bueno que indicaran de algún modo si están vacías, llenas a medias o a punto de reventar. Estoy seguro de que sería fácil que los íconos fueran cambiando, mostrando papelitos que asoman, hinchazones y cosas así. Por supuesto, también sería bueno que adoptaran algo de la iconografía de la historieta y la caricatura, por ejemplo cambiando de color: la carpeta más llena, esa gorda, redondeada, de la que saltan papeles y está a punto de reventar podría ser de color rojo oscuro.

También me gustaría que las carpetas de Windows envejecieran. Tengo archivos que han cumplido quince o más años. Las carpetas que los contienen deberían estar ajadas, remendadas, mostrando la edad de distintas maneras. Esto en combinación con el grosor que dicte el volumen de su contenido.

Así, sería otro el aspecto del Windows Explorer, más humano y en realidad más útil, si a simple vista me informara todo eso de mis carpetas, como lo hace el viejo archivo de papel que tengo a un metro de mí, sobre una cajonera.

Y no estaría mal que las carpetas más usadas (o más queridas) tuvieran alguna preponderancia sobre el resto, se situaran más arriba, o adquirieran esa cualidad diferente de lo que ha sido tocado y vuelto a tocar por manos humanas. Y que otras carpetas simplemente desaparecieran de la vista hasta que sean necesarias o yo mismo exija verlas, como algunas monstruosidades llamadas "adobeapp", "biling", "corelcd", "kpcms", "mps", "mpx", "ncdtree", "pm", "psfonts", cuya utilidad ignoro (o quiero ignorar) y no es asunto mío, que diversos programas se han tomado la libertad de crear en mi directorio raíz sin consultarme.

Hablo de una computadora que uso para trabajar y para jugar, donde escribo, leo, escucho música, gano mi dinero, y con la que en general paso una buena parte de mi vida. No es mucho pedir, sólo una cuestión de diseño, cosmética, para la que existe tecnología de sobra. Eso sí, sólo se trata de una punta entre muchas de un ovillo muy enredado, muy complejo, y en todo caso muy insatisfactorio.

[16/2/2013]

Diez años después, con mucho desarrollo de interfaces en el medio, se puede seguir diciendo lo mismo.

Ventilador

[16/2/2003]

Señas particulares: cicatriz en la sien izquierda, tres centímetros de largo, a dos centímetros del ojo, resultante de la herida provocada por un ventilador de techo, en un vagón de ferrocarril.

Tenía diecisiete años. Volvíamos de un campamento en el Parque Nacional Los Alerces. Después de unas cincuenta horas de tren llegábamos a Buenos Aires cansados y felices, pero más que nada sucios. Me trepé a un asiento para bajar la mochila del portaequipaje. Algo como una mariposa traída por el viento me tocó la sien. Aparté un poco la cabeza, terminé de sacar la mochila y la puse sobre el asiento. Entonces noté que algo me bajaba por el costado de la cara: sudor, seguramente. Me lo saqué con la mano y apareció roja.

No sé qué habré dicho, o tal vez gritado. Recuerdo poco, excepto una especie de foto fija en que estoy en otro asiento, en el fondo del vagón, y a mi alrededor hay un grupo de gente: tanta que se ve todo oscuro. Hablan, me hacen cosas en la cabeza, me preguntan cómo estoy. No sé cómo estoy. Alguien, creo que un estudiante de medicina, me limpia, detiene la hemorragia y me pone una venda que termina abarcando toda la cabeza.

A mis diecisiete años todavía me esperaban mis padres en Constitución. Se dieron un susto que nunca terminaron de describirme. Me llevaron a una sala de auxilios, o la guardia de un hospital, donde me cosieron la herida. Esta parte es más difusa que la anterior, como si ya no tuviera importancia. La herida cicatrizó. Todavía se ve.

No fue tanto el daño que sufrí en ese momento como el que vino después, el que todavía sufro a veces, cuando sin proponérmelo vuelvo a pensar en la escena y me veo acercando el ojo izquierdo, lentamente, silbando alguna canción de los Beatles, a un ventilador invisible.

Piso blanco

[16/2/2003]

Es un error tener piso blanco en la casa: se ven todas las partes que se nos van cayendo.

viernes, 15 de febrero de 2013

Aliento

[15/2/2003]

Ando corto de aliento. Me esfuerzo todo lo posible, busco energías donde casi no las hay, me concentro, trato de pensar en una cosa por vez, fijo la mirada en un punto vacío para que nada me distraiga, y no hay caso, no consigo escribir más de diez líneas.

Segundos

[15/2/2003]

Lo que todavía anda muy mal en las computadoras, si se las compara con el viejo mundo analógico, es eso de abrir un libro, un diario, una agenda, y que las letras tarden largos segundos en aparecer.

[15/2/2013]

Ya no es así. En estos años, el universo de computadoras móviles (lectores de libros, teléfonos, tablets) cambió algunas cosas.

Libros

[15/2/2003]

Hilera tras hilera de lomos de libros, con distintos colores, intensidades de uso, alturas, anchos, pesos. Años de lectura, décadas de vida. Están ahí, algunos frente a mí, otros tras una puerta del placard, otros más dando un espectáculo parecido en la casa de mis padres. El paisaje en conjunto significa tan poco. Hay que acercarse, olvidar el bosque y mirar árbol por árbol (o, en este caso, resto de árbol) para encontrar viejas complicidades, diversiones, aburrimientos, hallazgos, fracasos, desconciertos, iluminaciones, fastidios. Y también, lomo por medio al menos, la pregunta fatal: ¿en qué rincón de la memoria tendré algún rastro de haber leído eso?

jueves, 14 de febrero de 2013

Pasillo de hotel


[14/2/2003]

Un pasillo de hotel. Como el de los Coen en Barton Fink, o el de Kubrick en El resplandor. Decadente, tenebroso.

O como el de un dibujo animado, plano y colorido, donde los personajes se persiguen entrando y saliendo de las habitaciones, se cruzan, se pierden, se duplican, se triplican, cierran puertas para luego atravesarlas, gritan, bailan, nos divierten.

O como el de Iguazú, una noche de 1997, cuando saqué a un Gabriel de año y medio a pasear en el cochecito para que se durmiera. Allá íbamos, yo empujando y él farfullando palabras, de ida, de vuelta, de ida otra vez, por esa larguísima alfombra, tangentes a los universos de las otras habitaciones, durante media hora, cuarenta minutos, a la espera de que mi hijo encontrara todo tan aburrido que no tuviera nada mejor que cerrar los ojos y dormirse.

martes, 12 de febrero de 2013

Aforístico


[12/2/2003]

Qué aroma sentencioso, aforístico, tiene el post de acá abajo. No es bueno ver las cosas de ese modo, pero mucho peor es escribirlas de ese modo. Algo me pasa, y creo que tengo una explicación: estoy trabajando demasiado.

Fragilidad

[12/2/2003]

Asusta un poco pensar en las cosas sorprendentes de que dependemos para sobrevivir: oxígeno, agua, alimento, en orden creciente de fragilidad. Pero lo más frágil de todo es esa capa delgadísima de civilización que nos recubre.

Cajas

[12/2/2003]

Estoy sentado en una caja de zapatos, dentro de un contenedor de cajas de zapatos. Las paredes de cartón dejan pasar ruidos accidentales, así que hay otra gente en cajas vecinas. Cuando sea de día voy a salir, porque nada lo impide, pero hasta donde sé es igual en todas partes.

lunes, 11 de febrero de 2013

Bocinas

[11/2/2003]

Cae un aguacero de los que hay pocos, aquí en este rincón inundable de Belgrano, y a los cinco minutos empiezan a sonar las bocinas. Es una suerte que los automovilistas colaboren de ese modo, porque así el agua se escurre más rápido.

[11/2/2013]

Sigue siendo igual. Llueve, embotellamiento, bocinas. Más bocinas que antes, gracias al desarrollo y el progreso general que vive la humanidad. Lo que me sorprende es que en este tiempo la tecnología no haya creado bocinas mejores, que apuren todavía más el escurrimiento del agua.

Cielo


[11/2/2003]

Al otro lado de mi ventana las nubes forman cuatro franjas de gris bien distintas. Es un cielo en JPEG.

Más hielo

[11/2/2003]

El martes pasado conté aquí que alguien está usando una foto que hice hace años, con un cubito de hielo que se derrite. Tendrá algo especial esa foto, porque ahora la encontré también en La Biblioteca de Babel. Ya no digo que pidan permiso ni que anoten el nombre del autor (me resigné a las malas costumbres), pero por favor, muchachos, traten al menos de poner el hielito en páginas donde no choque tanto con el diseño.

[11/2/2003]

Esta vez el link anda y la imagen sigue estando ahí. Así que antes de que pase nada, acá va una captura de pantalla tal como se ve hoy (click para ver más grande):


Lo que había contado antes está también en MW+X.

Un año

[11/2/2003]

Empecé este weblog hace un año, el 11 de febrero de 2002. Entonces no le daba ni una semana de vida. Ahora, 794 posts más tarde, estoy feliz de haber elegido precisamente esta ola para dejarme llevar.

[11/2/2013]

Y ahora hace un año que empecé con MW+X. Otra ola con la que estoy feliz.

En los comentarios originales aparecen muchos de quienes formaban el primer grupo de "bloggers" que hubo por aquí. Me siento orgulloso de esos nombres, y de haber formado parte de semejante comunidad. Aunque la mayoría de sus blogs ya no existe o no se actualiza (como tampoco se actualiza, desde hace años, la Mágica Web)

La pena es que Blogger esté complicando la continuidad del proyecto. Al importar los posts de la Mágica Web, un proceso que hasta el mes pasado funcionaba muy bien, surgen dos problemas:
  • Desaparecen los comentarios originales. La única forma de volver a ponerlos es a mano: ir a la página de diez años atrás, seleccionar, copiar, volver acá y pegar. (Tarea que, al escribir esto, todavía tengo pendiente.)
  • Una vez publicado un post de los que importé, el link a la página individual de ese post da error. No que la página no existe, sino un error interno de Blogger, con código críptico y todo. Como esto no ocurre con los posts nuevos, la solución es copiar el contenido del post y pegarlo en un post nuevo.
Ya pregunté y avisé sobre esto en todos los lugares donde tiene sentido hacerlo: en los foros de ayuda de Blogger, usando el sistema de feedback de Blogger, y en el foro de la aplicación que uso para convertir los archivos exportados de la Mágica Web (xml creado por WordPress) en archivos importables para Blogger. Debe haber (¿mucha?) otra gente que ahora mismo trata de importar blogs de WordPress a Blogger y tropieza con esto. Ojalá lo arreglen.

Sé que las cosas son así, llevo muchos años de experiencia con las frustraciones digitales (y con las frustraciones analógicas, claro). Pero no puedo evitar que esto me desaliente. Es una señal de la fragilidad intrínseca de algunas cosas. MW+X no depende solo de mis ganas de seguir, sino de que Google no mueva la última falange del dedo meñique de alguna de sus millones de manos en la dirección inconveniente.

domingo, 10 de febrero de 2013

Tiempo y espacio

[10/2/2003]

Nos quejamos de la falta de tiempo, pero ese no es el problema. El problema es la falta de espacio. Acá estamos a los codazos, luchando por un lugar, por un poco de atención, por la luz que apenas alcanza para iluminar a uno por vez, por la conciencia que se desplaza a velocidades pasmosas sin llegar a detenerse nunca en ninguna parte. Discutimos cada milímetro, negociamos los avances, los retrocesos y hasta los pasos al costado. Tropezamos unos contra otros. Coincidimos en un mismo punto para no coincidir en nada más. Apuntamos en distintas direcciones pero tenemos que aceptar siempre la misma. Y todos dentro de mí.

Lunes

[10/2/2003]


[10/2/2013]

La foto es de mucho antes, de principios de los ochenta, cuando sacaba fotos en blanco y negro y las revelaba yo mismo en casa. El auto es el Renault 12 modelo 78, azul, de mi padre. El lugar, frente a la casa de Cecilia Gauna, con quien por entonces hacíamos canciones y alguna vez las tocábamos en público. Acá va la imagen escaneada de donde saqué la de arriba. (Click para verla más grande.)


Noche

[10/2/2003]

Las luces de la ciudad no dejan ver las estrellas. Un cielo falsamente nublado se nos aparece justo por encima de los edificios más altos como otro techo para cubrir todos los techos, para refejar todas las luces. Como si nunca fuera de noche; pero siempre es de noche.

sábado, 9 de febrero de 2013

Mala suerte

[9/2/2003]

"Mala suerte" es otra forma de nombrar el aumento de la entropía.

Inversión

[9/2/2003]

Qué difícil es convencerse de que el espejo no invierte la izquierda y la derecha, sino el adelante y el atrás.

Almendras y avellanas

[9/2/2003]

Cuando era chico creía que las avellanas eran las redondas, y las almendras las alargadas. La confusión duró mucho tiempo. Aún hoy, cuando miro almendras, tengo que pensarlo dos veces para no decir avellanas.

También de chico recibí en clase de inglés una lista de pares de palabras opuestas. Entre ellas, black y white. Sabía que eran negro y blanco, pero no en qué orden. Por similitud, deduje que black debía ser blanco (las dos empiezan con "bla"). Me enteré del error al día siguiente, pero tardé años en terminar de creerlo.

Las cosas no deberían venir en pares. El cerebro es demasiado complejo para ocuparse con eficiencia de algo así.

Cosas

[9/2/2003]

Mi error es mirar las cosas pensando cuáles podría tirar. Entonces no tiro nada, nunca. Tendría que mirarlo todo pensando qué cosas podría conservar, si me fuera dado tal privilegio. Así conseguiría desprenderme de tanto lastre.

Malabaristas

[9/2/2003]

Ayer a la tarde había dos malabaristas en un semáforo de Figueroa Alcorta. Salían corriendo al centro de la avenida en el momento justo en que los autos se detenían sin ganas, o tal vez un poco antes, y empezaban a revolear tres pelotas cada uno. Se reían mucho, se hacían bromas entre ellos, se tiraban una pelota de vez en cuando. A último momento se acercaban a los autos a pedir monedas, pero esa era la parte menos divertida, la que hacían por obligación. Luego, cuando los autos detenidos se ponían en marcha otra vez y los otros autos, los que venían del semáforo anterior, se acercaban a setenta por hora con un odio inhumano, corrían hacia la vereda en un final hollywoodense. Pero todavía les quedaba tiempo para dirigirse un grito, una risa, otro pelotazo.

Ninguno de los dos tendría más de ocho años.

Insecto

[9/2/2003]

A veces me siento como un insecto atrapado en una gota de agua. Es algo físico. Estoy a mitad de la noche, con las alas pesadas y pegajosas, incapaz de darme vuelta, contenido por murallas sin un límite preciso, entre un sueño falso y una pesadilla verdadera. Dormirme otra vez es la única salida, pero no siempre está disponible.

viernes, 8 de febrero de 2013

jueves, 7 de febrero de 2013

Paso

[7/2/2003]

Hay cosas que son un pequeño paso para un hombre, y un retroceso gigante para la humanidad.

(Escribo esto en días de leer muchos artículos contrapuestos sobre la situación internacional, en particular con respecto a Irak. Tal vez lo que me hizo recordar la frase que dijo Armstrong cuando pisó la Luna sea que en los medios todavía parecen estar cayendo los restos del Columbia.)

miércoles, 6 de febrero de 2013

Del spam de hoy

[6/2/2003]

(La imagen ausente forma parte del original.)



Mostacillas

[6/2/2003]

Estaba con Mabel en el teatro, hace treinta años. Era la primera vez que salíamos solos. Después de mucho insistirle, había logrado que Mabel me prestara su colgante de mostacillas, y ahora lo tenía puesto en la oscuridad, y lo usaba para mantener los dedos distraídos entre la cercanía palpitante de mi amiga y la distancia atroz de la obra, irremediablemente aburrida.

El colgante era una obra maestra venida de El Bolsón, un tejido de hilo y mostacillas rojas y blancas que formaban complicados dibujos en un rectángulo vertical, que se colgaba del cuello con una cinta de más mostacillas en trenza. Lo había estudiado en un bar, bajo la mirada de Mabel, y me había parecido indispensable usarlo por un rato. Sería como tener a Mabel colgada del cuello, era sin duda mi impresión, el verdadero objetivo que me tenía hipnotizado y que sin duda llevaría mucho más tiempo y esfuerzo.

Ahora, en la sala, mientras actores y actrices desplegaban inútilmente sus habilidades, yo sólo pensaba en el contacto de índice y pulgar con una mostacilla, la siguiente, otra más, probando el movimiento casi líquido con que se separaban y se unían, el carácter elástico del conjunto, la tensión casi muscular de ese objeto que seguramente no era más que un pálido reflejo de las características equivalentes de su dueña.

Entonces algo salió mal. No sé si hice más fuerza de la necesaria, o si intervino una uña donde no debía, o si una lesión subyacente alcanzó la superficie. Me di cuenta de que una de las mostacillas, en el borde derecho del colgante, estaba suelta. Eso signficaba un hilo roto. La sala se empezó a calentar. El aire, con esa adaptabilidad a las circunstancias de que es capaz la atmósfera terrestre, se hizo escaso. A mi izquierda, Mabel miraba hacia adelante y por ahora no se había dado cuenta de nada. Moviéndome lo menos posible sujeté con fuerza la mostacilla errante y palpé con la otra mano sus alrededores. Imposible saber la extensión del daño, y mucho menos si era reparable.

Me quedé quieto, duro. Pasó una escena, luego otra. Respiraba lo menos posible, un poco por culpa del aire pero más para no mover el pecho y dañar más el colgante. Mabel tampoco se movía, excepto una vez, para reírse, cuando alguien del escenario dijo un chiste que no entendí porque no estaba oyendo. Esto no podía seguir así. Carraspeé, casi sin ruido, para probar las condiciones de la garganta, me incliné apenas hacia Mabel y le dije:

—Tengo que ir al baño.

Se sobresaltó: tal vez se había olvidado de mí. Me miró la cara, luego bajó la vista hacia mis manos, pero todavía sin sospechar.

—¿Cómo? —creo que preguntó, o tal vez sólo puso la expresión correspondiente. Me acerqué un poco más a su oído.

—Tengo que ir al baño.

Hizo un gesto de asentimiento y volvió a mirar al frente, como una alumna aplicada. Sin sacar las manos del colgante me deslicé fuera de la butaca. Estaba justo al lado de un pasillo, así que pude salir rápidamente, con la espalda curvada, en silencio.

Atravesé la cortina que separaba la sala del hall, aspiré hondo ese aire un poco más fresco que esperaba afuera, crucé la línea de visión de un acomodador y me fui derecho a las escaleras que bajaban al baño. Un sonido apagado de risas indicó que la obra estaba aún en el territorio de los chistes. Sostenía el colgante como un corazón enfermo, con los dedos agarrotados, tratando de no mover nada.

La puerta del baño era batiente, hacia adentro y hacia afuera, así que pude empujarla con el hombro derecho y entrar manteniéndola abierta con la espalda. El baño estaba vacío. Me acerqué al espejo enorme que había sobre las piletas, me incliné hacia adelante y empecé a retirar los dedos del colgante. La mostacilla suelta estuvo a punto de caerse, y con ese sobresalto me di cuenta de que en realidad no necesitaba el espejo. Miré hacia abajo. Ahí a la luz estaban el hilo roto y la mostacilla descarriada, una de las rojas, y también toda otra hilera de mostacillas que se habían desacomodado. El daño parecía propagarse por la trama delicada, como en un efecto dominó sin dominós. El mismo acto de inspeccionar hizo que una mostacilla blanca se saliera, y enseguida me di cuenta de que cada mostacilla suelta significaba que otras dos quedaban al borde del desastre.

No podía reparar el colgante. Era imposible volver a enhebrar las mostacillas, y mucho más anudar el hilo roto. Necesitaba por lo menos algún pegamento, no sé si por entonces ya existía la gotita pero pensé en una cosa por el estilo. Eso significaba salir corriendo del teatro, encontrar una ferretería abierta, volver a este mismo baño, mientras Mabel esperaba allá en la sala.

Otra vez el aire se raleó. Atmósfera marciana. Calor de las lámparas que se reflejaban en el espejo. Con mucho cuidado me saqué el colgante del cuello y lo puse en un bolsillo de la campera. Era lo más prudente. Apreté el bolsillo con la mano, desde afuera, y cerré los ojos por un momento. Cuando los abrí otra vez la luz parecía más remota. Entonces salí del baño y empecé a subir las escaleras.

Sería el miedo, supongo, lo que me hacía sentir mal. No tenía fuerzas para más que otro escalón, o dos. Las conexiones con el mundo exterior se cortaban una tras otra, la frente estaba fría. Las luces del hall cambiaban de lugar. Me senté en la escalera y metí la cabeza entre las rodillas. Después la levanté, medio asfixiado, y estiré las piernas. Apoyé el hombro izquierdo en la pared.

El malestar era profundo, seguramente presión baja, como no me ocurría desde la escuela primaria. Lo único que parecía seguro era el piso: por lo menos ya no podía seguir cayendo. Y en el mismo momento una rara sensación de alivio recorrió ese otro sector de mi cerebro, el que se dedica a barajar las culpas. Tendría que decirle a Mabel sobre el colgante, pero al menos podría mostrarle cuán mal me sentía por haberlo roto.

*

Al final di vuelta el argumento: primero me había sentido mal, y en el casi desmayarme había roto el colgante.

Le prometí a Mabel que iba a arreglarlo. No volvimos a salir solos. Tampoco cumplí la promesa. El colgante estará todavía en alguna caja, seguramente en casa de mis viejos. Una cosa envuelta en sí misma, deshecha, ahora opaca, no el colgante mismo sino su fósil.

[6/2/2013]

En 2007 grabé una lectura en voz alta de este cuento, y le puse música de acompañamiento. Es una versión lenta, que escarba en los detalles. Dieciséis minutos. Acá va:


4x4

[5/2/2003]

Después de mucho tiempo, el dueño de esa 4x4 esplendorosa asomó las ruedas apenas por fuera del asfalto y obtuvo la primera manchita de barro. Allí mismo, con la satisfacción del deber cumplido, decidió no lavarla nunca más.

martes, 5 de febrero de 2013

Dolor

[5/2/2003]

El dolor en el oído.

El dolor de espalda.

El dolor en el cuello.

El dolor de estómago.

El dolor en los ojos.

El dolor de nudillos.

El dolor en el codo.

El dolor de hombro.

El dolor en las rodillas.

lunes, 4 de febrero de 2013

Lo que aprendió Gabriel hoy en la colonia

[4/2/2003]

—Contá hasta diez sin decir "por qué".

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...

—¡Perdiste!

—¿Por qué?

—¡Dijiste "por qué"!

Hielo

[4/2/2003]

Mirando las estadísticas de este sitio me encuentro con que unos cuantos pedidos de archivos vienen de acá: A-V-I-D's BlackPlanet.com Personal Page. Al bueno de A-V-I-D se le ocurrió usar como fondo de la tabla que ocupa su página una de las fotos (ver aquí abajo) de esta galería que armé en 1998. Es un honor. Tanto como la vez en que la misma foto (no recuerdo si usada por el mismo A-V-I-D) aparecía como identificadora de alguien en un sitio de discusión.



A veces me gustaría poder seguir el rastro de todas las cosas por el estilo que ocurren, pero hay varios factores que se interponen en el camino:
  • El limitado acceso a estadísticas que ofrece mi servidor actual.
  • La imposibilidad de acceder a muchos de los sitios que usan mis imágenes o hacen referencia a este sitio, porque requieren ser miembro.
  • El tiempo, que nunca alcanza para nada.
Desde aquí, entonces, un saludo al querido A-V-I-D, que si se busca en Google pronto se encontrará por estos lares.

Actualización: Arrgh. Mirando en Google me doy cuenta de que no distingue "A-V-I-D" de "AVID", que por supuesto da muchos hits antes de llegar (si llega) al aficionado a los cubitos de hielo.

[4/2/2013]

El link a la página de A-V-I-D anda, pero no hay mucho que ver. Sobre todo, no está más la foto del hielo.

Lateralidad

[4/2/2003]

Soy un lector con problemas de lateralidad. Me sumerjo en una escena, imagino vívidamente los detalles, la posición relativa de personajes y objetos, la relación entre las distintas partes que componen la narración, y de pronto sobreviene el desastre: "Bart miró a Stu, que estaba a su izquierda." No, no y no: Stu estaba a la derecha de Bart. Y si tenía que estar a la izquierda, ¿por qué no me avisaron antes? Con la imaginación hecha pedazos, puede llevarme un rato largo reconstruir la escena, y nunca voy a dejar de pensar que ahora, por culpa del autor, la veo reflejada en un espejo.

domingo, 3 de febrero de 2013

Diálogo con Gabriel mientras mira la tele

[3/2/2003]

—¿Terminaste de comer, o querés más?

—Sí.

—¿Sí qué?

—No.

Shampoo

[3/2/2003]

Voy a comprar shampoo. Encuentro hileras de marcas y submarcas complejas y muy parecidas entre sí, con fotos de chicas de cabellos espléndidos, todo en variantes que dependen de qué es lo más reciente que se hizo cada mujer en la peluquería. Leo la letra chica de las descripciones con los anteojos puestos, buscando algo que remotamente se parezca a lo que me hace falta (cabello más bien normal, canoso, cinco centímetros de largo, sin mucho sol, sin tintura, sin permanentes, sin planchar, y por suerte sin calvicie). Tras un largo rato tomo la única decisión posible: vuelvo a casa y me lavo el pelo con jabón.

sábado, 2 de febrero de 2013

Parecíamos

[2/2/2003]

Parecíamos gente pero éramos todos muñecos pintados, y llenábamos el planeta.

Golpeteando

[2/2/2003]

Siempre estoy golpeteando con los dedos en la mesa, en las piernas, en la silla. Sale algún ritmo que me parece atractivo y lo repito, lo repito, lo repito. Un minuto después empiezo con otro ritmo. Y más tarde otro. Soy experto en los matices que se les puede extraer a los muebles del living. A veces fantaseo con tener un buen grabador digital, portátil, para registrar algunos de esos golpeteos, los que en el momento parecen inspirados. La obsesión me vale miradas molestas en más de un lugar, sobre todo en mi propia casa. Y es el signo más visible de una vocación frustrada: ser percusionista, baterista incluso, vivir haciendo los mismo pero de un modo socialmente aceptado y, tal vez, económicamente viable. Pero ya estoy aprendiendo a convivir con eso; como un signo de vejez, la preocupación que asoma ahora es que, a pesar de todo ese ejercicio, no adelgazo.

viernes, 1 de febrero de 2013

Permiso

[1/2/2003]

Cuando era chico no me dejaban rascar las picaduras de mosquitos. Recién ahora, tras muchos años de vida adulta, se me ocurre que puedo violar la prohibición y disfrutar de una buena vez ese gigantesco placer.

[1/2/2013]

(Sin saber que venía este post de la Mágica Web, hace unos días escribí lo que sigue.)

Desde el domingo tengo una picadura de mosquito en la parte inferior de la palma de la mano izquierda, en esa zona donde arranca la serie de huesos que acaba formando el pulgar. Me pica. Me rasco.

Cuando era chico, mi vieja me tenía prohibido rascarme las picaduras. Si me rascaba me iba a lastimar. Era peor rascarse.

Un día, en la pileta del club Don Bosco, estaba con dos compañeros de la escuela, Marcelo y D'Aquino (eran pocos los que tenían el honor de ser conocidos por sus nombres de pila). D'Aquino estaba cubierto de picaduras de mosquito convertidas en manchas lastimadas. Se rascaba.

—¿A vos te dejan rascarte las picaduras? —pregunté.

D'Aquino me miró sin entender. ¿Cómo? ¿Que tengan que dejarte que te rasques, o no dejarte? ¿A quién se le ocurre no dejarte que te rasques?

Era una buena oportunidad para empezar a darme cuenta de que las limitaciones impuestas por mi vieja no eran necesariamente lógicas o sanas. Pero no, me quedé pensando que a D'Aquino no lo cuidaban bien, o que en el mundo había gente verdaderamente extraña.

Pobre D'Aquino, él y sus picaduras rascadas. Yo me rascaba alrededor de las picaduras, cerca pero no justo en el lugar, para no lastimarme. Todavía lo hago, a veces, hasta que me doy cuenta.

Esta picadura que tengo desde el domingo me la rasco. Molesta en ese lugar. Tengo otra en el dorso de la mano derecha, en la base del dedo mayor, pero esa no pica, o pica poco. Sospecho que la del pulgar (o esa zona que ya es pulgar si uno piensa en el esqueleto, pero no tanto mirándose la mano), que la del pulgar jode más porque está mucho tiempo sobre la fuente de calor de la notebook, y el calor empeora estas cosas (más que rascarse, tal vez).

(Sí, escribo muchas cosas sueltas, pero ahora no las publico en un blog como hacía en los comienzos de la Mágica Web. Bueno, publico alguna, como esta vez, pero nada sistemático ni predeterminado, solo cuando me vienen ganas.)

L de Gabriel

[1/2/2003]

Explosión

[1/2/2003]

Hasta hace dos años vivíamos a media cuadra de Aráoz y Santa Fe, en el barrio de Palermo. Resulta que ayer hubo una explosión en la estación de servicio de la esquina. La misma a la que tantas veces fui para comprar leche o papel higiénico en horas absurdas, pasando por la clínica deshabitada donde ahora hay un estacionamiento. Y pasando también frente a esa galería donde el portero había sido un vecino de mi propio edificio al que le habían rematado el departamento por deber siglos de expensas. Ocho heridos, ningún muerto, ambulancias eficientes, gente en estado de pánico, Shell prometiendo explicaciones.

La crónica de Clarín me puso los pelos de punta. Habla de la panadería de al lado, la que está pintada de rosa, donde a veces iba a comprar unas pizzas chicas muy ricas y baratas, mientras que las medialunas no eran tan buenas: una empleada se tiró bajo el mostrador por creer que estaban bombardeando; una clienta desparramó sus facturas y se echó a correr. También habla de la juguetería, que está enfrente de la estación, cruzando Aráoz: se quedaron sin vidrios, justo ahí donde me entretenía mirando las bonitas cajas de rompecabezas de cinco mil piezas, donde Gabriel aprendía a caminar gracias a que un metro más allá se veía un juguete más prometedor, y luego otro y otro. Menciona un local de alquiler de videos: es el pequeño Blockbuster de al lado de la juguetería; pero esos que se frían.

Recuerdos y destrucción al mismo tiempo. Qué paradoja con efecto profundo para esta mañana lluviosa de sábado.

Marilyn

[1/2/2003]

Esa chica de diecinueve años, bien a la moda, vio por primera vez una foto de Marilyn Monroe de cuerpo entero. Levantó la cara de golpe, ojos redondos de auténtica sorpresa, y dijo:

—¡Pero era un chanchito!

Universos paralelos

[1/2/2003]

Se descubrió: Clarín y La Nación existen en universos paralelos, donde cubren eventos diferentes pero que tienen lugar el mismo día, a a la misma hora y en el mismo lugar.

En La Nación: "En medio de un clima de fiesta y pese al calor agobiante, unas 250.000 personas -según estimaciones de la Policía Federal- se reunieron ayer..."

En Clarín: "Anoche, frente al escenario montado a espaldas del Monumento a los Españoles —en las avenidas del Libertador y Sarmiento—, había más de 50.000 personas, según datos policiales."

(Página/12 confirma el dato de La Nación con respecto al meeting del evangelista Luis Palau. Para mi gusto, debo decir, fueron cincuenta mil o doscientas cincuenta mil personas de más, pero no es ese el motivo de este post.)

[1/2/2013]

¿Quién hubiera creído que el link de Clarín iba a seguir andando? Pues anda. No así el de La Nación: ahora el artículo está acá. Ni el de Página, que se mudó acá.

Febrero

[1/2/2003]

Febrero, orfebre febril.