[4/8/2003]
Recorrió la habitación con el aerosol, rociando los rincones, los zócalos, encima de la cama, abajo de la cama, las dos mesitas de luz, las puertas del placard, el interior del placard, las molduras del cielo raso. Cuando terminó, trajo un tupper grande y unas pinzas de depilar, y empezó la búsqueda. Paralizados y corporizados por el líquido del aerosol, los pequeños fantasmas eran fáciles de atrapar. Abría por ejemplo un cajón del placard, metía las pinzas y sacaba uno o dos fantasmitas temblorosos y chorreantes, que iban a parar al tupper. Así y todo, le llevó no menos de una hora llenar el tupper de fantasmas. Ahí dio la cosecha por terminada.
Entonces fue a la cocina, cubrió el tupper con una película plástica y lo metió en el microondas. Bip, bip, bip: cinco minutos. Mientras pasaba el tiempo colgó la ropa lavada, puso agua para un café, fue al baño. Cuando los cinco minutos se cumplieron sacó el tupper y le quitó la película protectora. Ahora los fantasmitas parecían hechos de porcelana, con dos diminutos ojos negros pintados y el resto cubierto de barniz blanco.
Durante el fin de semana los vendería a dos pesos cada uno en la feria artesanal.
MW+X
Hace diez años en la Mágica Web
domingo, 4 de agosto de 2013
sábado, 3 de agosto de 2013
Sueño
[3/8/2003]
Soñé que quería ir a una exposición, una gran Feria como la del libro pero de otra cosa, no sé de qué. Subí a un taxi y le dije al conductor "A Toledo y Manila", que era la esquina de esa Buenos Aires onírica en que estaba el centro de exposiciones.
Anduvimos un buen rato. Mientras tanto, yo pensaba en el nuevo disco triple que acababan de grabar los Beatles, del que tenía un ejemplar en casa pero que por algún motivo todavía no había oído. Entonces el primero de los discos empezaba a sonar en el taxi, una canción de Lennon. Por un momento pensé que le había dado el disco al taxista, e incluso que no me lo iba a devolver, pero nada de eso, era la radio, y por la mitad del tema un locutor estúpido se puso a hablar de algo.
El reloj del taxi marcaba siete pesos con cuarenta y nueve cuando el taxista paró en la esquina de dos avenidas empedradas, con mucho tránsito, sobre la mano izquierda. El lugar me resultaba desconocido.
—¿Es acá? —pregunté.
—¿Qué cosa?
—La exposición.
—No —dijo el taxista, que parecía un poco distraído—, la verdad es que no.
—Bueno, no importa. Puedo caminar un poco.
—Pero más bien tendrá que tomar un colectivo —dijo el taxista, mirando hacia una serie de paradas que se divisaban sobre la otra avenida, a nuestra derecha.
—¿Cómo un colectivo? —protesté—. ¿Tan lejos estamos?
—Qué barrio éste —dijo el taxista, o algo así—. ¿Sabe que acá la gente tiene pocos CDs o DVDs?
—No, no lo sé —respondí—. Por favor, dígame dónde es la exposición.
El taxista, que debía tener unos sesenta años y el bigote bien negro, siguió hablando de algo que ya no recuerdo, así que me bajé. El taxi no era negro y amarillo, sino negro y rojo.
—Qué loco está este tipo —dije, cuando ya no podía oírme.
Caminé unos metros hasta la otra avenida y paré un segundo taxi. Era una especie de Ford Falcon muy viejo, muy bajo, con una visera enorme sobre el parabrisas. Me senté como siempre en el asiento trasero, pero por algún motivo el taxista estaba sentado junto a mí, y en realidad era el asiento delantero, un lugar muy cómodo, muy agradable, tanto como la charla del propio taxista, de la que no me quedó nada.
Dimos vueltas durante un largo rato antes de que me diera cuenta de que no le había dicho dónde íbamos.
—A la avenida Toledo —dije.
—¿Toledo y qué? —preguntó el taxista, y entonces comprendí que me había olvidado completamente del nombre de la otra calle.
—No sé. Voy a una exposición que está sobre Toledo.
—¿Qué exposición?
Pero eso tampoco lo sabía. ¿Y ahora qué?
—¿Es muy larga la avenida Toledo? —le pregunté al taxista, pensando en ir a una punta y recorrerla cuadra por cuadra hasta encontrar la exposición.
Pero el taxista hizo un gesto desalentador.
—¿Me puede decir algunos cruces principales? —dije ahora, esperando poder reconocer la calle que había olvidado.
El taxista se puso a pensar. Pero entonces yo estaba hablando por teléfono con una amiga, a quien acababa de contarle el problema y me insistía en que al menos tenía que saber de qué exposición se trataba. El teléfono era en realidad unos auriculares. La cabeza me daba vueltas con ideas para descubrir a dónde tenía que ir, pero nada parecía efectivo. Además, me estaba quedando sin pilas.
En realidad, los Beatles no habían grabado ningún disco nuevo.
Soñé que quería ir a una exposición, una gran Feria como la del libro pero de otra cosa, no sé de qué. Subí a un taxi y le dije al conductor "A Toledo y Manila", que era la esquina de esa Buenos Aires onírica en que estaba el centro de exposiciones.
Anduvimos un buen rato. Mientras tanto, yo pensaba en el nuevo disco triple que acababan de grabar los Beatles, del que tenía un ejemplar en casa pero que por algún motivo todavía no había oído. Entonces el primero de los discos empezaba a sonar en el taxi, una canción de Lennon. Por un momento pensé que le había dado el disco al taxista, e incluso que no me lo iba a devolver, pero nada de eso, era la radio, y por la mitad del tema un locutor estúpido se puso a hablar de algo.
El reloj del taxi marcaba siete pesos con cuarenta y nueve cuando el taxista paró en la esquina de dos avenidas empedradas, con mucho tránsito, sobre la mano izquierda. El lugar me resultaba desconocido.
—¿Es acá? —pregunté.
—¿Qué cosa?
—La exposición.
—No —dijo el taxista, que parecía un poco distraído—, la verdad es que no.
—Bueno, no importa. Puedo caminar un poco.
—Pero más bien tendrá que tomar un colectivo —dijo el taxista, mirando hacia una serie de paradas que se divisaban sobre la otra avenida, a nuestra derecha.
—¿Cómo un colectivo? —protesté—. ¿Tan lejos estamos?
—Qué barrio éste —dijo el taxista, o algo así—. ¿Sabe que acá la gente tiene pocos CDs o DVDs?
—No, no lo sé —respondí—. Por favor, dígame dónde es la exposición.
El taxista, que debía tener unos sesenta años y el bigote bien negro, siguió hablando de algo que ya no recuerdo, así que me bajé. El taxi no era negro y amarillo, sino negro y rojo.
—Qué loco está este tipo —dije, cuando ya no podía oírme.
Caminé unos metros hasta la otra avenida y paré un segundo taxi. Era una especie de Ford Falcon muy viejo, muy bajo, con una visera enorme sobre el parabrisas. Me senté como siempre en el asiento trasero, pero por algún motivo el taxista estaba sentado junto a mí, y en realidad era el asiento delantero, un lugar muy cómodo, muy agradable, tanto como la charla del propio taxista, de la que no me quedó nada.
Dimos vueltas durante un largo rato antes de que me diera cuenta de que no le había dicho dónde íbamos.
—A la avenida Toledo —dije.
—¿Toledo y qué? —preguntó el taxista, y entonces comprendí que me había olvidado completamente del nombre de la otra calle.
—No sé. Voy a una exposición que está sobre Toledo.
—¿Qué exposición?
Pero eso tampoco lo sabía. ¿Y ahora qué?
—¿Es muy larga la avenida Toledo? —le pregunté al taxista, pensando en ir a una punta y recorrerla cuadra por cuadra hasta encontrar la exposición.
Pero el taxista hizo un gesto desalentador.
—¿Me puede decir algunos cruces principales? —dije ahora, esperando poder reconocer la calle que había olvidado.
El taxista se puso a pensar. Pero entonces yo estaba hablando por teléfono con una amiga, a quien acababa de contarle el problema y me insistía en que al menos tenía que saber de qué exposición se trataba. El teléfono era en realidad unos auriculares. La cabeza me daba vueltas con ideas para descubrir a dónde tenía que ir, pero nada parecía efectivo. Además, me estaba quedando sin pilas.
En realidad, los Beatles no habían grabado ningún disco nuevo.
viernes, 2 de agosto de 2013
El saquito
[2/8/2003]
En una mesa del tenedor libre que está un poco adelante y un poco a la izquierda de mí hay una chica más bien gordita, linda, con un escote rojo completamente abrumador, y sobre la prenda roja un saquito negro abierto. Está con su novio. Cuando él se levanta a buscar algo de comida, ella se cierra el saquito como una monja. Cuando el novio vuelve, asoma otra vez el abismo bordeado de rojo.
En una mesa del tenedor libre que está un poco adelante y un poco a la izquierda de mí hay una chica más bien gordita, linda, con un escote rojo completamente abrumador, y sobre la prenda roja un saquito negro abierto. Está con su novio. Cuando él se levanta a buscar algo de comida, ella se cierra el saquito como una monja. Cuando el novio vuelve, asoma otra vez el abismo bordeado de rojo.
jueves, 1 de agosto de 2013
Nuevas frases célebres
[1/8/2003]
Nuevas frases célebres, a veces mejores que las clásicas, surgen cuando se combina de a dos las preexistentes. Y no hablo del chiste fácil, la contradicción galopante, el surrealismo que acecha a la vuelta de la esquina.
Acabo de combinar sin mayor cuidado algunas de las muchas frases célebres que mi trabajo me exige coleccionar (para hacer sopas de letras y otros juegos con palabras), y como resultado, en pocos minutos, obtuve cosas que al menos merecen ser leídas:
Nuevas frases célebres, a veces mejores que las clásicas, surgen cuando se combina de a dos las preexistentes. Y no hablo del chiste fácil, la contradicción galopante, el surrealismo que acecha a la vuelta de la esquina.
Acabo de combinar sin mayor cuidado algunas de las muchas frases célebres que mi trabajo me exige coleccionar (para hacer sopas de letras y otros juegos con palabras), y como resultado, en pocos minutos, obtuve cosas que al menos merecen ser leídas:
- El arte debería ser estar solo.
- El futuro no es la matemática.
- La exactitud no es humor enfermo.
- La vida no es nada sin realidad.
- El arte es mano siempre verbosa.
- El cliente es el arte de lo posible.
- El que habla siembra una pasión más viva que la amistad.
- El amor sin admiración es el único acto soberano que nos queda.
- El amor propio es carecer de mañana.
- Hasta un paranoico es un juego.
- El futuro es la estructura del futuro.
- La puntualidad es sólo muerte.
- Un idioma es un dialecto, y después viene la ética.
- Uno no puede ser preciso, y esto es poesía.
- El idioma francés es la peor forma de la tiranía.
- No se ama menos un lugar con la ceguera de la vida misma.
- Ser un poeta es un estado mucho más real que la tierra.
- Perdonamos a otros cómo razonar.
- La única felicidad me va a hacer vivir.
- La soledad es la más variable de las reglas.
Mimetismo
[1/8/2003]
Un nuevo ejemplo de mimetismo en las playas argentinas
(También conocido como "mercado de pulgas de Mar del Plata".)
Un nuevo ejemplo de mimetismo en las playas argentinas
(También conocido como "mercado de pulgas de Mar del Plata".)
Al teléfono
[1/8/2003]
Al teléfono, pidiendo unas empanadas de carne, aclaro:
—Por favor, que no sean picantes.
Cuando llegan y las probamos, pican. Gabriel interpreta:
—Seguro que te entendió "que nos sean picantes".
Al teléfono, pidiendo unas empanadas de carne, aclaro:
—Por favor, que no sean picantes.
Cuando llegan y las probamos, pican. Gabriel interpreta:
—Seguro que te entendió "que nos sean picantes".
miércoles, 31 de julio de 2013
Así
[31/7/2003]
Y así, sin grandilocuencia, sin nada tan bueno o tan malo, como una muerte entre sueños, se acaba el mes.
Y así, sin grandilocuencia, sin nada tan bueno o tan malo, como una muerte entre sueños, se acaba el mes.
El campo neblinoso
[31/7/2003]
El lunes pasado volvíamos de Mar del Plata en medio de la niebla. Yo quería sacar fotos del campo neblinoso, pero no podía porque estaba manejando. Mi mujer se prestó a tomar dos o tres fotos, no cincuenta como yo esperaba. Entonces le di la cámara a Gabriel, con quien comparto esta tendencia a la exageración, y se puso a disparar desde el asiento de atrás con total felicidad. Sacó cerca de cien fotos, incluyendo su campera, la mía, un bolso, el asiento de adelante, el piso del auto, el techo y todo lo que había cerca además de parte de lo que no había. También, claro, el campo neblinoso, del que van cinco ejemplos aquí abajo, sin recortes ni retoques.
El lunes pasado volvíamos de Mar del Plata en medio de la niebla. Yo quería sacar fotos del campo neblinoso, pero no podía porque estaba manejando. Mi mujer se prestó a tomar dos o tres fotos, no cincuenta como yo esperaba. Entonces le di la cámara a Gabriel, con quien comparto esta tendencia a la exageración, y se puso a disparar desde el asiento de atrás con total felicidad. Sacó cerca de cien fotos, incluyendo su campera, la mía, un bolso, el asiento de adelante, el piso del auto, el techo y todo lo que había cerca además de parte de lo que no había. También, claro, el campo neblinoso, del que van cinco ejemplos aquí abajo, sin recortes ni retoques.
martes, 30 de julio de 2013
Varios lectores de la Mágica Web
[30/7/2003]
Varios lectores de la Mágica Web pidieron un weblog personal de Gabriel. Sin llegar a tanto, acabo de prepararesta página, que reúne los posts en los que la creatividad de mi hijo es protagonista. No se trata de posts sobre él, sino de él. Por el momento, son cincuenta y cuatro. ¡Pasen y vean!
(Es la primera vez que uso el sistema de "categorías" de Movable Type, el programa con que administro este sitio. Por ahora, "Gabriel" es la única categoría que existe, y por eso no pongo una lista en la columna de la izquierda, como es usual en los blogs. Tal vez en el futuro arme otras categorías para reunir ciertos posts que podrían ganar algo estando juntos.)
Varios lectores de la Mágica Web pidieron un weblog personal de Gabriel. Sin llegar a tanto, acabo de preparar
(Es la primera vez que uso el sistema de "categorías" de Movable Type, el programa con que administro este sitio. Por ahora, "
[30/7/2003]
Los posts de Gabriel, aquí en MW+X, tienen la etiqueta Gabriel.
Por otro lado, estaba convencido de haber redireccionado aquellas viejas páginas de categorías generadas por el Movable Type a las nuevas de WordPress, pero veo que no. En fin. Me da un poco de vergüenza tener links podridos (pero no tanta como para ir y arreglarlas ahora).
Los posts de Gabriel, aquí en MW+X, tienen la etiqueta Gabriel.
Por otro lado, estaba convencido de haber redireccionado aquellas viejas páginas de categorías generadas por el Movable Type a las nuevas de WordPress, pero veo que no. En fin. Me da un poco de vergüenza tener links podridos (pero no tanta como para ir y arreglarlas ahora).
lunes, 29 de julio de 2013
Imaginar a los personajes
[29/7/2003]
Mientras leía Harry Potter and the Order of the Phoenix tuve serias dificultades para imaginarme a los personajes.
En buena medida fue por culpa de las películas y de la invasión multimedia que nos viene acosando desde hace un par de años. Demandó todo un esfuerzo librarme del bueno de Daniel Radcliffe y recuperar algo del Harry que me había imaginado antes, y debo admitir que, por ejemplo, me han quitado mi Hermione para siempre y la han reemplazado por Emma Watson. No me molesta tanto haber perdido mi Severus Snape o mi señor Filch, pero sí mi Minerva McGonagall o mi Albus Dumbledore. En cuanto a Ron, es un caso particular: Rupert Grint nunca respondió a mi propia versión del personaje, y ciertos datos de este nuevo libro parecen darme la razón. Pero donde estaba mi retrato de Ron ahora hay un vacío, y en mi mente el personaje ya no tiene cara.
No todo es culpa de Hollywood, sin embargo. Desde el primer libro de la serie veo a Harry y sus amigos como niños de once o doce años. Es más, mientras leo yo también soy un niño de once o doce años, tengo los ojos a un metro cuarenta del suelo, y los adultos parecen grandes, serios y poco dignos de confianza. Pero ahora Harry tiene quince. Sin duda es tan alto como la mayoría de sus profesoras y algunos de sus profesores, o más. Y ni hablar de Ron, que según Rowling parece haber crecido algunas pulgadas desde el año anterior. Racionalmente, entonces, el punto de vista de Harry y compañía está situado mucho más arriba, y los adultos ya no parecen tan grandes ni tan serios, aunque sigan siendo poco dignos de confianza. Racionalmente, insisto: en la fiebre de la lectura, mi representación interna consistía en un grupo de adolescentes medio enanos corriendo desaforados entre gente oscura y gigantesca. En ningún momento pude creer que Dolores Umbridge, malvada nueva, terrible y petisa, amenazara a Harry mirándolo desde abajo.
*
Tuve mi primer encontronazo fuerte con la traducción de Harry Potter al castellano. Fue en Mar del Plata, cuando empecé a leerle el primero de los libros a Gabriel. Es peor de lo que esperaba. Tropieza con las palabras. No tiene nada de la fluidez del original. Está plagada de "su" y "sus", cuando se sabe que hay que sustituirlos por "el", "la", "los", "las" cada vez que sea posible. Omite correctamente los pronombres personales, pero a veces un "he said" o un "she said" llevan alguna información adicional que hay que encontrar cómo presentar en castellano, y en esta traducción eso parece demasiado sutil. Y no hablemos de las metidas de pata, como cuando dice "equipo de televisión" en vez de, simplemente, "televisor".
Reconozco que Harry Potter es bastante difícil de traducir. Hay muchos juegos de palabras, guiños al lector. Los nombres de los personajes, sin ir más lejos, son la pesadilla de cualquier traductor. Tendría que haber un trabajo como el ya clásico de El señor de los anillos, donde Bilbo Baggins es para todos nosotros Bilbo Bolsón, y Treebeard nada menos que Bárbol. Pero nadie se ocupó de eso, nadie habrá pensado que valía la pena.
Me pregunto cuánto de la crítica que se ha hecho aquí sobre el estilo de Rowling se debe a los defectos de la traducción.
*
Ahopprrrtty
Parry Hotter
Happy Rotter
*
Excelente reseña del libro en The New York Times: 'Harry Potter and the Order of the Phoenix': Nobody Expects the Inquisition, por John Leonard.
Mientras leía Harry Potter and the Order of the Phoenix tuve serias dificultades para imaginarme a los personajes.
En buena medida fue por culpa de las películas y de la invasión multimedia que nos viene acosando desde hace un par de años. Demandó todo un esfuerzo librarme del bueno de Daniel Radcliffe y recuperar algo del Harry que me había imaginado antes, y debo admitir que, por ejemplo, me han quitado mi Hermione para siempre y la han reemplazado por Emma Watson. No me molesta tanto haber perdido mi Severus Snape o mi señor Filch, pero sí mi Minerva McGonagall o mi Albus Dumbledore. En cuanto a Ron, es un caso particular: Rupert Grint nunca respondió a mi propia versión del personaje, y ciertos datos de este nuevo libro parecen darme la razón. Pero donde estaba mi retrato de Ron ahora hay un vacío, y en mi mente el personaje ya no tiene cara.
No todo es culpa de Hollywood, sin embargo. Desde el primer libro de la serie veo a Harry y sus amigos como niños de once o doce años. Es más, mientras leo yo también soy un niño de once o doce años, tengo los ojos a un metro cuarenta del suelo, y los adultos parecen grandes, serios y poco dignos de confianza. Pero ahora Harry tiene quince. Sin duda es tan alto como la mayoría de sus profesoras y algunos de sus profesores, o más. Y ni hablar de Ron, que según Rowling parece haber crecido algunas pulgadas desde el año anterior. Racionalmente, entonces, el punto de vista de Harry y compañía está situado mucho más arriba, y los adultos ya no parecen tan grandes ni tan serios, aunque sigan siendo poco dignos de confianza. Racionalmente, insisto: en la fiebre de la lectura, mi representación interna consistía en un grupo de adolescentes medio enanos corriendo desaforados entre gente oscura y gigantesca. En ningún momento pude creer que Dolores Umbridge, malvada nueva, terrible y petisa, amenazara a Harry mirándolo desde abajo.
*
Tuve mi primer encontronazo fuerte con la traducción de Harry Potter al castellano. Fue en Mar del Plata, cuando empecé a leerle el primero de los libros a Gabriel. Es peor de lo que esperaba. Tropieza con las palabras. No tiene nada de la fluidez del original. Está plagada de "su" y "sus", cuando se sabe que hay que sustituirlos por "el", "la", "los", "las" cada vez que sea posible. Omite correctamente los pronombres personales, pero a veces un "he said" o un "she said" llevan alguna información adicional que hay que encontrar cómo presentar en castellano, y en esta traducción eso parece demasiado sutil. Y no hablemos de las metidas de pata, como cuando dice "equipo de televisión" en vez de, simplemente, "televisor".
Reconozco que Harry Potter es bastante difícil de traducir. Hay muchos juegos de palabras, guiños al lector. Los nombres de los personajes, sin ir más lejos, son la pesadilla de cualquier traductor. Tendría que haber un trabajo como el ya clásico de El señor de los anillos, donde Bilbo Baggins es para todos nosotros Bilbo Bolsón, y Treebeard nada menos que Bárbol. Pero nadie se ocupó de eso, nadie habrá pensado que valía la pena.
Me pregunto cuánto de la crítica que se ha hecho aquí sobre el estilo de Rowling se debe a los defectos de la traducción.
*
Ahopprrrtty
Parry Hotter
Happy Rotter
*
Excelente reseña del libro en The New York Times: 'Harry Potter and the Order of the Phoenix': Nobody Expects the Inquisition, por John Leonard.
Ruido
[29/7/2003]
El auto hacía un ruido raro, así que lo llevé al mecánico. Pero dejó de hacerlo una cuadra antes de llegar. Ahora, de noche, acostado y con insomnio, vuelvo a oír el mismo ruido.
El auto hacía un ruido raro, así que lo llevé al mecánico. Pero dejó de hacerlo una cuadra antes de llegar. Ahora, de noche, acostado y con insomnio, vuelvo a oír el mismo ruido.
viernes, 26 de julio de 2013
Las Revueltas Potterianas
[26/7/2003]
Así como se ha dicho, metafóricamete, que el siglo XX comenzó con la Revolución Rusa de 1917, se puede afirmar que el siglo XXI tuvo su inicio fulminante con las Revueltas Potterianas de 2008.
A mediados de junio de ese año se publicó finalmente el último libro de la serie de Harry Potter. Rowling había afirmado repetidas veces que haría grandes revelaciones, que "el mundo se daría vuelta". Pero nadie había creido en la literalidad de sus expresiones. Cientos de millones de ejemplares llegaron a las librerías, cientos de millones de lectores (muchos de los cuales habían aprendido inglés exclusivamente para ese momento decisivo) se los llevaron a sus casas. Pocas luces se apagaron durante esa noche de lectura febril. Aquellos con husos horarios más adelantados tuvieron el privilegio de empezar primero. Pero en todas partes los más rápidos alcanzaron antes del amanecer la página 1273 (edición británica) o 1411 (edición estadounidense).
Las manifestaciones se iniciaron espontáneamente. En cada punto del planeta, a medida que el sol avanzaba y llegaban las primeras horas de la mañana, multitudes enardecidas se lanzaron a la calle. Los gobiernos cayeron como piezas de dominó, de este a oeste, a la velocidad de las horas del día. Ciertas instituciones desaparecieron en cuestión de minutos de la faz de la Tierra. Otras fueron creadas con la misma velocidad. La gravedad de los hechos que se habían ocultado durante tanto tiempo, y que Rowling, en su carácter de Autoridad Más Confiable del Mundo, develaba al fin, arrastró a la gente más pacífica a actos de violencia inconcebibles sólo un día antes.
Fue una semana como no hubo otra en la historia de la humanidad. El mundo que emergió después se parecía muy poco al anterior. El siglo XXI, ahora sí plenamente, había llegado para quedarse.
Así como se ha dicho, metafóricamete, que el siglo XX comenzó con la Revolución Rusa de 1917, se puede afirmar que el siglo XXI tuvo su inicio fulminante con las Revueltas Potterianas de 2008.
A mediados de junio de ese año se publicó finalmente el último libro de la serie de Harry Potter. Rowling había afirmado repetidas veces que haría grandes revelaciones, que "el mundo se daría vuelta". Pero nadie había creido en la literalidad de sus expresiones. Cientos de millones de ejemplares llegaron a las librerías, cientos de millones de lectores (muchos de los cuales habían aprendido inglés exclusivamente para ese momento decisivo) se los llevaron a sus casas. Pocas luces se apagaron durante esa noche de lectura febril. Aquellos con husos horarios más adelantados tuvieron el privilegio de empezar primero. Pero en todas partes los más rápidos alcanzaron antes del amanecer la página 1273 (edición británica) o 1411 (edición estadounidense).
Las manifestaciones se iniciaron espontáneamente. En cada punto del planeta, a medida que el sol avanzaba y llegaban las primeras horas de la mañana, multitudes enardecidas se lanzaron a la calle. Los gobiernos cayeron como piezas de dominó, de este a oeste, a la velocidad de las horas del día. Ciertas instituciones desaparecieron en cuestión de minutos de la faz de la Tierra. Otras fueron creadas con la misma velocidad. La gravedad de los hechos que se habían ocultado durante tanto tiempo, y que Rowling, en su carácter de Autoridad Más Confiable del Mundo, develaba al fin, arrastró a la gente más pacífica a actos de violencia inconcebibles sólo un día antes.
Fue una semana como no hubo otra en la historia de la humanidad. El mundo que emergió después se parecía muy poco al anterior. El siglo XXI, ahora sí plenamente, había llegado para quedarse.
[26/7/2013]
Por si no quedara claro, escribí lo de arriba varios años antes de que J.K. Rowling llegara al último libro.
Por si no quedara claro, escribí lo de arriba varios años antes de que J.K. Rowling llegara al último libro.
miércoles, 24 de julio de 2013
El logo de Shell
[24/7/2003]
El logo de Shell adquiere un nuevo significado
Yo: —Vamos a parar allá, donde está el cartel amarillo.
Gabriel: —¿Cuál? ¿El de las papas fritas?
El logo de Shell adquiere un nuevo significado
Yo: —Vamos a parar allá, donde está el cartel amarillo.
Gabriel: —¿Cuál? ¿El de las papas fritas?
lunes, 22 de julio de 2013
Cuando tengo tos
[22/7/2003]
Cuando tengo tos, como ahora, me vuelven las ganas de fumar. Dejé hace ocho años, pero todavía recuerdo el efecto especial del cigarrillo mezclado con la tos. Una bocanada breve, tensa, un esfuerzo para que el humo se quedara adentro durante un par de segundos y, sobre todo, para poder exhalarlo antes de toser otra vez, porque toser con humo en los pulmones no era agradable. Después, o antes, un gusto a flema nicotínica, sobre todo a primera hora del día (y tal vez por eso el deseo de fumar vuelva en este momento, tan temprano por la mañana).
El fenómeno es igual a lo que ocurre con el olfato, cuando un olor repentino nos recuerda algo vivido años atrás. Hace unos minutos, ya frente a la computadora, tosí un poco, sentí ese dolorcito en el pecho, y me vino a la mente, como una foto superpuesta a la realidad, el acto de ponerme un cigarrillo en la boca, acercar el encendedor y prenderlo. Parecía que lo hubiera hecho ayer, y entonces ¿por qué no podía hacerlo también hoy?
Normalmente ya no pienso en fumar. Sólo en situaciones extremas.
Cuando tengo tos, como ahora, me vuelven las ganas de fumar. Dejé hace ocho años, pero todavía recuerdo el efecto especial del cigarrillo mezclado con la tos. Una bocanada breve, tensa, un esfuerzo para que el humo se quedara adentro durante un par de segundos y, sobre todo, para poder exhalarlo antes de toser otra vez, porque toser con humo en los pulmones no era agradable. Después, o antes, un gusto a flema nicotínica, sobre todo a primera hora del día (y tal vez por eso el deseo de fumar vuelva en este momento, tan temprano por la mañana).
El fenómeno es igual a lo que ocurre con el olfato, cuando un olor repentino nos recuerda algo vivido años atrás. Hace unos minutos, ya frente a la computadora, tosí un poco, sentí ese dolorcito en el pecho, y me vino a la mente, como una foto superpuesta a la realidad, el acto de ponerme un cigarrillo en la boca, acercar el encendedor y prenderlo. Parecía que lo hubiera hecho ayer, y entonces ¿por qué no podía hacerlo también hoy?
Normalmente ya no pienso en fumar. Sólo en situaciones extremas.
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