sábado, 30 de junio de 2012

Pelo raro

[30/6/2002]

Esa mujer tenía el pelo realmente raro. Más que cincuentona, había pasado por la peluquería ese mismo día. Corte perfecto, algo por arriba de los hombros, raya a un lado de manera que el otro cayera un poco sobre la cara. Elegante. Pero el pelo era realmente raro. Blancuzco, sin ser platinado. Grisáceo, pero desparejo. Un poquito amarillento, en algún sitio. Nada parecido a los efectos de salón a que estamos acostumbrados. Hasta que me di cuenta, luego de varios minutos de mirarla de reojo, y entonces sí que me pareció fuera de lo común. Era pelo sin teñir.

Escasez de relojes

[30/6/2002]

Acabo de ir a un kiosco que está a una cuadra y media de casa. En el camino me preguntaron la hora dos veces. Es la escasez de relojes de los domingos a la tarde, un problema creciente del que ya se ha alertado en muchas ocasiones. Considero que el gobierno debería actuar a la brevedad.

Babelfish

[30/6/2002]

"Today I was changing to little figures in the corner of Monroe and City of La Paz, with another adult people who also enjoyed the best moment the week. I obtained 49 of that needed to my son to complete the album of world-wide Korea-Japan. Now only it needs 63. It is that I never saw an album with so many little figures: nothing less than 576." (Este absurdo es el resultado de pasar algo que anoté ayer en esta página por Babelfish, de Altavista, un servicio al que todavía hay gente que se toma en serio.)

[30/6/2012]

El link a Babelfish ahora trata de llevar al traductor de Bing, pero no lo logra. Cambiando un poco las cosas, el link correcto es este.

Ahora, el resultado de pasar el mismo texto por el traductor de Bing:

"Today I was changing figurines on the corner of Monroe and city of peace with other adult people who also enjoyed the best time of the week. I got 49 that missing my son to complete the album of the world cups. Now missing only 63. It is that I never saw an album with so many figurines: nothing less than 576."

viernes, 29 de junio de 2012

El paso del tiempo

[29/6/2002]

La medida perfecta del paso del tiempo y su significado la da el envejecimiento progresivo, y a la vez la vigencia impecable, de aquella frase de Roger Waters en The Wall: "I've got fifteen channels of shit on the TV to choose from."

[29/6/2012]

Durante un tiempo breve se pudo modernizar la frase diciendo "fifty" en vez de "fifteen". Pero ahora no hay remedio, creo.

Cambiando figuritas

[29/6/2002]

Hoy estuve cambiando figuritas en la esquina de Monroe y Ciudad de la Paz, con otra gente adulta que también disfrutaba el mejor momento de la semana. Conseguí 49 de las que le faltaban a mi hijo para completar el álbum del mundial Corea-Japón. Ahora sólo le faltan 63. Es que nunca vi un álbum con tantas figuritas: nada menos que 576.

Hortografia

[29/6/2002]

Hace unos días anoté que mi hijo y sus compañeros de escuela no hablan castellano, hablan caste. Ahora aparece un artículo que, entre otras cosas, trata de lo mismo: Estoi kontra la hortografia, de Marcos Winocur (vía Libro de Notas).

Caníbal de la dulzura

[29/6/2002]

A mi hijo le gusta jugar en el website de Billiken (las golosinas). Para que pueda hacerlo y enviar sus resultados, hubo que poner una dirección de email. A esa dirección, ahora, mandan la propaganda de la empresa. Ayer vino esta delicia:
Llegaron los Body Parts!

Pedazos de cuerpo hechos gomitas
con el más rico sabor de las Golosinas Billiken!!!
Pedíselas a tu kioskero amigo y convertite
en un caníbal de la dulzura.
[29/6/2012]

Hay esperanzas. El sitio no existe más. Y no encuentro por ninguna parte referencias a esos Body Parts.

El libro de Lanata

[29/6/2002]

Qué cosa el libro de Lanata, mejor dicho la edición del libro de Lanata.

En la tapa, el título aparece todo en minúsculas: "argentinos". En el lomo, en mayúscula-minúsculas: "Argentinos". Y en el cabezal de cada página interior, en mayúsculas: "ARGENTINOS". No es que el diseño lo exija, aclaro por si hiciera falta.

Adentro, Lanata elige llamar a ciertas personas por su nombre completo, en vez del que por un motivo u otro les ha ido dando la costumbre. En particular, a Bernardino González Rivadavia y a Juan Manuel Ortiz de Rosas. Y bueno. Pero dudo que sea una elección el no abrir ningún signo de exclamación. Original! Insólito! Y, a la larga, molesto!

[29/6/2002]

Me refería a este libro (el tomo 1). En ese momento parecía que todo el mundo lo estaba leyendo.

jueves, 28 de junio de 2012

Bad software

[28/6/2002]

Why software is so bad ... and what's being done to fix it (MSNBC, via Arts & Letters Daily.)

[28/6/2012]

Encontré el artículo en PDF.

Día

[28/6/2002]

En ese país el gobierno anuncia cada madrugada qué día de la semana será. Uno se levanta si saber si empezará un lunes o un sábado, un viernes o un domingo. Están quienes piden semanas normales, y están quienes prefieren la espontaneidad. Están quienes apoyan la función del gobierno, y están quienes quieren que el pueblo tome las decisiones. Está quien pone siempre el despertador, por las dudas, y está quien no lo pone nunca.

Capítulo 3 de una novela inconclusa

[28/6/2002]

[Este texto es la continuación de algo que viene del post de abajo.]

Ni siquiera estoy seguro de que la mujer también se esté quitando la ropa. Hace los ruidos adecuados, desabrochar, frotar, pero en la oscuridad todo es posible. Yo no tengo zapatos, los perdí en algún momento anterior de la huida, así que empiezo por el pantalón, luego las medias, y por último la camisa. El slip no, queda en su lugar. Después diré que también me lo he sacado, pienso, pero ahora tengo la impresión de que sin el slip quedaré demasiado expuesto, como si ese trozo de tela estuviera blindado. Es igual a los sueños de la infancia, cuando la falta de ropa se convertía rápidamente en pesadilla. Esto, por supuesto, ya es una pesadilla, pero no un sueño.

Es mejor que nos desnudemos —ha dicho la mujer hace un momento—. La ropa mojada es un estorbo.

Tiene razón, por supuesto. Ya empezaba a sentir el peso de las prendas empapadas, y el frío provocado por el agua al evaporarse. Sin ropa nos secaremos antes, y en todo caso podremos volver a vestirnos cuando la ropa también se seque, si es que nos lleva tanto tiempo salir de este sitio.

La voz de la mujer es como esas telas suaves por un lado y ásperas por el otro. Como lija sobre seda. Como un entrechocar de piedras y campanas. Sale de algún sitio muy profundo y por eso es grave, pero se traba en las complejidades de la garganta, se modifica entre los dientes, la estorba la lengua, y cuando atraviesa los labios trae capa sobre capa de certezas e incertidumbres, de sonidos bien articulados y palabras a medio decir. No sé si percibiría todo esto si pudiera verle la cara, pero resulta que esa voz es lo único que reconozco de ella con toda certeza, y no puedo dejar de analizarla.

Tropecé con la mujer hace mucho tiempo, tal vez una hora entera, ya sin luz. Yo me arrastraba por un tubo, moviéndome a la manera de un gusano torpe o una cucaracha con pocas patas. De vez en cuando adelantaba una mano para tantear si había obstáculos delante, y en una de esas ocasiones tropecé con una cosa blanda que de inmediato se retrajo. Estiré el brazo un poco más, hubo otro contacto efímero y un segundo después algo me aferró la muñeca y la giró violentamente. Más allá alguien gruñía con el esfuerzo.

Resistí. Estiré el otro brazo y atrapé el brazo ajeno que me sujetaba. Hubo un forcejeo acompañado de más gruñidos.

Soltame —exigió la voz de la mujer, la primera palabra que le oí.

Soltame vos —exigí yo.

Como respuesta, usó su mano libre para agarrarme del pelo. Grité, y a continuación hubo un instante de parálisis, de silencio, mientras la situación luchaba por encontrar un nuevo punto de equilibrio.

No sos un guardia —dijo ella, segura de sí misma.

Esperé un momento. Nada cambió.

Vos tampoco —dije, un poco estúpidamente, porque en este sitio todos los guardias son hombres.

Me soltó de pronto y oí que se alejaba, retrocediendo por el tubo.

Un momento —pedí, por algún motivo, y ella dejó de escapar de mí.

No hablamos mucho, no era necesario. Se me ocurre que en ralidad no hablamos en absoluto, y sólo me imaginé un par de frases que tenían poco sentido. Pero no puede ser cierto, porque supe que ella venía del sitio al cual yo quería ir, y yo venía del sitio al cual ella quería ir, de manera que ambos estábamos equivocados. Nos quedamos un rato ahí quietos, atrapados, oyendo nuestras respectivas respiraciones. Hasta que recordé que unos metros atrás había palpado un tubo secundario, más estrecho, que salía del principal. De algún modo nos pusimos de acuerdo y fuimos por allí. Ella iba adelante. Poco después salimos al hueco de las cositas crujientes.

Ahora, sentado en el piso, apoyo la ropa a mi lado y me paso las manos por el pelo aún mojado. No nos hemos movido de donde estábamos. El agua caliente y fétida nos acompaña con su murmullo de olas aficionadas. No hay nada más, ninguna señal de los carceleros o del asesino de un rato antes.

La mujer también está sentada, o al menos eso sugieren los ruidos que me llegan de ella. Tal vez debería encontrar algo sensual en la situación: ambos desnudos, yo casi, ella tal vez del todo, en la oscuridad, mojados, solos. Podría estirar la mano y tocarla, descubrir la línea del cuello bajo el pelo, el hombro. En vez de oír su aliento podría sentirlo en mi cara. En vez de imaginar sus manos podría obtener una caricia. Pero son cosas de otro mundo, de otra época, cosas imaginarias. Me asustan, en realidad, me dan un escalofrío. Tal vez sería mejor estar solo, pienso y no es la primera vez. Entonces el contacto que imagino podría tener otro sentido: podría empujarla, aprovechando que el agua está a sus espaldas, oír cómo cae y salir con la mayor velocidad posible en alguna dirección arbitraria. Si me atreviera a hacerlo no sería mala idea. Pero todo puede fracasar, de un modo u otro todo ha fracasado ya. La oscuridad que me rodea encuentra un fenómeno simétrico en la oscuridad que tengo adentro.

La mujer aspira hondo, suelta el aire de tal modo que deduzco que ha apretado los labios, y habla.

Vamos a seguir la orilla —dice.

¿Por qué? —pregunto.

¿Por qué no?

—¿En qué dirección?

Eso me da igual.

¿Caminando?

Uno de nosotros va a ir adelante, de rodillas, tanteando el terreno. El otro atrás, caminando. Nos vamos a turnar.

Pienso en discutir, pero no vale la pena. No sé desde cuándo ella es la jefa, o hasta cuándo lo seguirá siendo. Todo puede cambiar en cualquier momento, cuando sea necesario, o cuando la situación lo imponga. De momento, ella al menos tiene un plan, o lo que simula ser un plan, o el comienzo de algo que tal vez, con suerte, en el futuro próximo termine siendo un plan. Y lo ha puesto en palabras, lo ha hecho explícito, lo ha llevado mucho más allá que mis ideas primitivas. Por todo eso es mejor dejarme guiar, es más prometedor, y también más económico.

Estamos en esos segundos de vacilación antes de ponernos en marcha, todavía sentados, cuando el entorno vuelve a cambiar. Sin ruido, sin aviso previo, sin nada que lo anuncie, sin contexto, se enciende la luz. No es posible, y sin embargo ocurre: primero es algo que me cuesta entender, algo agresivo que se apodera de mí y que apenas identifico cuando cierro los ojos por reflejo y noto el cambio. Vuelvo a abrirlos con dificultad, parpadeando mucho por la falta de costumbre.

Es una luz blanca, intensa. Pero eso no significa que pueda ver mucho. Hay niebla, todo es niebla. El piso desaparece a pasos de mí en una nube grisácea. Una línea apenas perceptible indica la orilla del agua, y más allá nada. Hacia arriba también se ve gris. Hilos de vapor se desplazan en distintas direcciones, lentamente. Lo único tangible, lo único que me acompaña en este repentino infierno de claridad, es la mujer.

Está completamente vestida. Lleva pantalones y remera negros, con los brazos descubiertos. El pelo también es negro, le llega a los hombros a partir de una raya trazada un poco a la izquierda del centro, y lo sacuden los movimientos frenéticos de la cabeza con que ella también absorbe las nuevas percepciones. Es maciza, fuerte, grande. Tiene hombros anchos y cuadrados. Pero la cara es pequeña, muy pálida, con la frente un poco abultada y la nariz redondeada en la punta. Los ojos están fruncidos, seguramente como los míos, bajo unas cejas rectas y espesas. La boca es de labios gruesos, el inferior curvado hacia abajo hasta casi tocar la pera.

No tiene más de quince años.

[Sigue, con suerte, otro día.]

miércoles, 27 de junio de 2012

Capítulo 2 de una novela inconclusa

[Este texto es la continuación de algo que empezó ayer, en el post de abajo.]

No hay fondo ni superficie. No hay arriba ni abajo. Pataleo en un caldo infinito, tibio, mejor dicho caliente como el agua de una bañera recién preparada. Sería un buen lugar donde dormir, si hubiera aire. Sacudo los brazos, giro sobre mí. El agua resiste mis movimientos, pero nada me apresa. Si sólo supiera hacia dónde ir para respirar.

Toco algo con el pie derecho, seguramente el fondo, y empujo con toda la fuerza que me queda. Doy brazadas. Entonces me doy cuenta del error, y todo se aclara con la velocidad de las mejores intuiciones: lo que he tocado es una pared, el fondo en realidad está hacia allá, la superficie hacia aquí, y si ahora quiebro la cintura en esta dirección, muevo los brazos hacia esa otra y doy un empujón final...

Mi cabeza quiebra algo con un estruendo comparable a los disparos de un minuto atrás. Es la separación de agua y aire. Tengo medio segundo para llenar los pulmones antes de hundirme otra vez, volver a pelear contra el universo y luchar por otro medio segundo de libertad.

Cuando me estabilizo con la cabeza fuera del agua me doy cuenta del gusto que tengo en la boca. El agua es muy salada, pero además contiene algo que me da ganas de vomitar, no sé qué, no puedo reconocerlo aunque me recuerda cosas diversas. Escupo varias veces, pero todo eso es secundario: lo esencial es encontrar algo de qué agarrarme.

La intuición prodigiosa de antes sigue funcionando, porque aún en la oscuridad completa que me rodea sé con toda precisión dónde está la pared que he tocado con el pie, seguramente la misma pared por cuyo borde rodé al agua. Me muevo torpemente hasta encontrarla. Levanto un brazo fuera del agua, aprieto los dedos contra el borde que está apenas unos centímetros más arriba, levanto el otro brazo, y con las dos manos aferradas allá arriba apoyo la frente en la pared para respirar todo lo que necesito. Hago ruido, pero por ahora no me importa.

No sólo tiene mal gusto el agua, también apesta. Debería salir. Pero me duelen los músculos, no tengo el entusiasmo necesario para impulsarme por encima del borde. Y una vocecita un poco infantil me susurra que además voy a tener frío fuera del agua, que está tan cálida, tan cómoda. Sé que no estoy pensando bien, pero eso tampoco me importa.

Pasan segundos o minutos, se me empiezan a cansar los dedos. Algo en mi cabeza se dedica a predecir diversas continuaciones para todo esto, ninguna de ellas segura, ni siquiera plausible. Nada me anuncia el ruido que oigo ahora mismo, una sucesión rápida de golpes suaves, crujidos, gemidos, todo in crescendo, todo acercándose a mí. Siento la tentación de alzar la cabeza por encima del borde, como si fuese capaz de ver en la oscuridad qué es lo que viene. Pero no tengo tiempo de haccerlo. Una cosa grande que grita y se sacude pasa rodando sobre mí, rozándome las manos, y cae en el agua a mis espaldas produciendo un maremoto.

Yo también grito, y enseguida hago fuerza para trepar, para escapar de ahí. Pero antes de que pueda hacerlo una mano me agarra el tobillo izquierdo, y enseguida otra mano la acompaña. Pateo con fuerza y nada, las manos no me van a soltar. Me alejo un poco de la pared para tomar impulso y tiro hacia arriba. Llego a apoyar el pecho en el borde, pero no alcanza y vuelvo a resbalar. Pateo otra vez, y otra, sin resultados. Hago un segundo intento, y enseguida un tercero, y ahora sí, tengo casi todo el abdomen encima del borde, de manera que giro el tórax, levanto la pierna libre, la derecha, hasta ponerla también a salvo, y pateo como puedo varias veces más con la pierna atrapada.

Poco a poco la pierna sube, con las manos aún aferradas al tobillo. Cuando el pie se asoma a la superficie una de las manos me suelta, y entonces doy la patada más fuerte de todas. Quedo libre, y ruedo una vez sobre mí para alejarme del agua.

Junto al par de manos que me apresaba dejo atrás jadeos, ruidos de alguien que lucha para sobrevivir. ¿Qué viene ahora? ¿Qué es mejor? ¿Volver al hueco de los hilos de luz y los disparos? ¿Buscar otra vía de escape en la oscuridad? Tal vez seguir la orilla del agua, pero cómo voy a hacerlo con eso que está ahí tratando de hacer lo mismo que yo hice, es decir aferrarse al borde y respirar, respirar, respirar.

Es difícil determinar prioridades. De pronto se me ocurre que lo esencial es saber a qué altura está el techo. Giro hasta quedar boca arriba y estiro un brazo hacia lo alto. Nada. Me siento, con el brazo todavía hacia arriba. Más aire. Hasta es posible que haya espacio suficiente para ponerme de pie. Debería sentir alivio, pero en cambio crece el miedo. En la oscuridad no es nada bueno ignorar los límites, y en este sitio, salvo el piso y el borde del agua donde esa cosa sigue resoplando, no los tengo. Sin límites tampoco hay referencias, y sin referencias no sé hacia donde puedo escapar.

Me da vértigo, como si la gravedad estuviese cambiando y me fuera a caer de lado. En el piso hay cositas que crujen, pero ahora prefiero echarme otra vez boca abajo y aceptarlas de aliadas. Apoyo ambas manos en el cemento, con los dedos bien abiertos, deseando tener ventosas en las yemas. Cierro los ojos con fuerza, para obtener algo de luz aunque sea ilusoria. Mi araña mental hace esfuerzos por tejer la tela: si el agua está ahí y el piso aquí, la habitación de los disparos debe estar hacia allá, y en algún sitio debe haber un techo o de lo contrario vería cielo, sol, estrellas, luna, algo.

Poco a poco dejo que la araña siga su trabajo sola. La conciencia vuelve a cambiar de foco y me doy cuenta de que orientarme en la oscuridad, aunque sea importante, es algo que puede esperar. ¿Qué es lo que no puede esperar, entonces?

—Soy yo —dice la voz de la mujer, salvaje, gruesa, desde del agua—, soy yo, soy yo.

Es como si me hubiese echado toda el agua encima, para barrerme. Me paraliza.

Te salvé —sigue—, ¿no es cierto?

Oigo golpes suaves, algo que frota el suelo. Debe estar buscándome con las manos. Pronto va a salir del agua, y casi no importa en que dirección se mueva: me va a encontrar.

Te salvé —insiste con un susurro decreciente.

No hace falta que grite. Aquí todo se oye como si estuviera amplificado, incluso en medio del murmullo del agua.

Te salvé.

Ahora tengo tanto en qué pensar. ¿Me salvó? ¿Cuándo? ¿Al empujarme? Puede ser. Visto desde otra perspectiva, tal vez el empujón no fue un ataque. En realidad logró sacarnos a ambos del peligro, alejarnos de la quietud forzada, del asesino que agujereaba con balas nuestro cielo. Sin embargo, aunque fuera así, no le debo nada: también se salvó ella. Y el propio concepto de salvarse es relativo. ¿Qué significa salvarse, si todavía no estoy afuera?

Claro que no le debo nada. Mejor que volver a ella es rodar hacia aquí y hacia allá y esperar que la oscuridad le impida seguirme. O avanzar sobre manos y rodillas, como antes, en dirección paralela a la orilla del agua, buscando un problema nuevo para resolver. Sí, esto último es ideal, es lo que casi empiezo a hacer ahora mismo, excepto que me falta el último milímetro de la decisión, la última conexión entre neuronas, el último salto triunfal de la araña de mi cerebro que en este preciso momento está tan paralizada como yo.

Está bien —digo—, está bien. ¿Qué hacemos ahora?

[Sigue acá.]

martes, 26 de junio de 2012

Capítulo 1 de una novela inconclusa

[26/6/2002]

La mujer apoya su mano sobre la mía, sin querer, y la retira como si se hubiera quemado.

—Perdón —dice en un susurro que suena explosivo en el sitio donde estamos.

La mujer viene a mi derecha, avanzando sobre manos y rodillas, como yo, en la oscuridad. Aquí el techo queda a menos de un metro de altura, y es en realidad el piso de la mansión que tenemos sobre nuestras cabezas. Estamos en un sótano, mejor dicho un hueco, un espacio plano pero extenso, de límites indefinidos. Nos movemos lentamente, tratando de mantenernos uno cerca del otro y a la vez sin tocarnos, sin poder evitar la desconfianza mutua.

No la conozco de antes. No sé su nombre, ni le he visto la cara. Empezamos nuestra relación aquí abajo, escapando. Pero ese no es nuestro problema, nuestro problema es encontrar la salida.

El piso está cubierto de cosas ruidosas, como bolsitas de caramelos: crac al apoyar una mano, crac al apoyar la rodilla, crac, crac, crac. También se oye mi respiración agitada, adentro, afuera, y la de la mujer que me acompaña, más rápida todavía. Por lo demás, el mundo termina a esos pocos centímetros sobre nuestras cabezas.

Apoyo la mano izquierda en algo húmedo, la levanto para secármela en los pantalones, y entonces se oye algo completamente ajeno a nosotros: el crujido de un picaporte, y enseguida el chirriar de unas bisagras. Viene de arriba, de la mansión. Ambos nos quedamos quietos, conteniendo el aliento. Hay un click, y cambia el universo.

La luz, en forma de líneas estrechas y entrecortadas, invade mi cielo: entra por las ranuras que hay entre las maderas que forman el piso. No llega a iluminar el sitio donde estamos, pero traza senderos simétricos en nuestro suelo. Ahora sí parece una prisión, con esas barras luminosas arriba y abajo.

Seguimos inmóviles, yo con la mano húmeda en el aire. La puerta de la habitación de arriba se vuelve a cerrar. Alguien da unos pasos hasta situarse justo encima de nosotros. El sonido es tan nítido que podemos oír el frotar de seda, el aliento de un hombre que, esperamos, no sospecha nuestra presencia.

El hombre arrastra una silla y se sienta un poco adelante y a la derecha de donde estamos: lo sabemos por su sombra que interrumpe las líneas de luz. Tose una vez. Me empieza a doler la rodilla derecha, que está apoyada en algo puntiagudo.

Giro con lentitud la cabeza hacia la mujer, y alcanzo a verle un ojo, o la banda central de un ojo, fijo en el techo. Tiene la cara vuelta hacia mí, y por eso distingo la raya luminosa que le atraviesa en diagonal el ojo izquierdo y la nariz. Está tratando de descubrir algo a través del surco entre dos maderas, así que mueve la pupila a un lado y al otro, casi sin parpadear. Ya no se oye cómo respira.

Espero que tampoco se oiga cómo respiro yo, ensanchando los pulmones hasta el límite con mucha paciencia, luego vaciándolos con más paciencia todavía. Hay un método, tal vez pura ilusión: pienso en dilatar la nariz, pienso en una conexión directa de los pulmones con el exterior, abro muy levemente los brazos para expandir el tórax, y casi no siento el aire que entra. Lo mismo hacia afuera. Y a empezar de nuevo.

El hombre de arriba hace unos ruidos que no puedo identificar. Algo raspa contra algo. Aspirar. Espirar. Segundos después me llega el olor del cigarrillo. Es tan intensa la percepción de lo que ocurre al otro lado de las maderas, a tan poca distancia, que cuesta creer que el hombre no se dé cuenta de que estamos aquí. Y sin embargo debemos seguir ocultos a toda costa.

Tengo cinco puntos de apoyo: la mano derecha, las dos rodillas, las puntas de los pies. Pero la rodilla derecha me duele demasiado. La levanto unos milímetros. Ojalá pudiera volver a apoyar la mano izquierda, pero seguro que si lo hago encontraré otra de esas cosas que crujen. Muevo la pierna apenas un poco, en dirección a la mujer, y apoyo la rodilla otra vez. No hay caso: la cosa puntiaguda quedó pegada a la piel. Ahora, además, me pica la nariz.

Con la nariz, por ahora, no hago nada. Pero llevo lentamente la mano izquierda hacia la rodilla dolorida, mientras vuelvo a levantarla, evitando que la camisa haga ruido al frotar tela contra tela, y saco una cosa pequeña, casi redonda, del punto en que se había clavado en la piel. Ahora sí puedo apoyar la rodilla otra vez. El alivio es tan grande que no sólo me olvido de la nariz sino que empiezo a acariciar proyectos mayores, por ejemplo la tarea de apoyar la mano izquierda en el piso, que hace unos instantes me parecía impracticable.

El ojo de la mujer sigue fijo en su sitio. Creo que ella está completamente inmóvil. Espero que no me descubra cuando apoyo el dedo índice en el piso, ahí donde uno de los hilos de luz indica que hay pocas probabilidades de que algo cruja. El dedo encuentra la superficie lisa del cemento. Lo muevo un poco a la izquierda, y otro poco más, seguramente tres o cuatro centímetros, hasta llegar a algo que sin duda va a hacer ruido si no cambio de dirección. Pero ya sé que hay sitio para dos dedos, así que dejo con cuidado la cosa redonda que saqué de la rodilla y apoyo también el dedo mayor, y en un arrebato de audacia el pulgar. Sin consecuencias, excepto que ahora puedo aliviar la muñeca derecha, dejando que una parte de mi peso caiga sobre el nuevo trípode que acabo de instalar.

El hombre cruza las piernas, o algo así. Carraspea. Puedo oír cuando exhala el humo del cigarrillo, puedo oír cuando se rasca sin duda el pelo, tal vez la nuca, puedo oír cuando mueve un pie para mejorar la posición de las piernas.

Estudio el piso. Íbamos en la dirección correcta, se me ocure, porque las huellas luminosas apuntan al mismo sitio que mi cuerpo. Sobre el piso trazan caminos irregulares, que apenas sugieren montículos y llanos. Puedo contar las protuberancias que aparecen en cada camino, una, dos, tres, cuatro, cinco. Todo termina unos metros más allá, quizás tres, correspondiendo sin duda a donde se acaba la habitación de arriba. Luego sigue más oscuridad.

La mujer ya no parpadea en absoluto. Quisiera sentarme, y se me ocurre que podría empezar echando mi peso sobre los talones, para luego explorar lentamente el espacio que hay a mi izquierda, tal vez incluso mover algunas de las cosas que crujen, con todas las precauciones del mundo, haciendo sitio para cambios progresivos de posición.

Pero no tengo tiempo. Hay un estampido menor: el picaporte que se mueve otra vez. Arriba, el hombre apoya los dos pies en el piso. Un estampido algo mayor: la puerta que se abre de golpe y da contra la pared. El ojo de la mujer desaparece rápídamente en la oscuridad. Ya no veo nada de ella. Una voz grita, allá en la puerta abierta:

—¡Jar tim goc las!

O algo así, en un idioma que no puedo identificar. Seguro que el hombre que está sobre nosotros se pone de pie, porque la silla cae un metro más allá. El dueño de las palabras raras da dos pasos feroces. Y entonces llega el gran estampido: un disparo de arma de fuego. Hay otro paso, y luego un segundo disparo.

Reconozco que yo también me muevo. Pero el cambio de posición de mi mano derecha, el apoyarse de mi mano izquierda, el salto leve de las dos rodillas se confunden con el grito y el desplomarse del hombre que está sobre nosotros. La mujer también se ha movido, he sentido el roce de su cadera contra la mía, pero tampoco ha hecho ruidos que yo pudiera oír. La mano derecha ma ha quedado sobre lo que debe ser una piedra pequeña. La aprieto como si en ella estuviera mi futuro.

Ahora todos estamos inmóviles otra vez, incluidos los del mundo superior. Pero pronto el recién llegado, el portador del arma, avanza hacia el hombre tendido, oigo que le toca la ropa, la cabeza, lo mueve un poco. Hay un resoplar, pero no es del hombre tendido sino del otro, que suena satisfecho y se aleja otra vez. Camina en torno a lo que debe ser un cadáver, describiendo un círculo que lo lleva seguramente por los confines de la habitación. Vuelve atrás. Repite el círculo. Tiene pocas ganas de quedarse quieto, exactamente lo mismo que siento yo y lo mismo que debe sentir la mujer que está a mi lado.

Hay que hacer algo. No lo pienso mucho, porque estoy seguro de que me voy a arrepentir. Levanto la piedra que tengo en la mano derecha y con un movimiento corto pero rápido la lanzo hacia adelante. A un par de metros de distancia choca contra algo metálico. Los disparos no se hacen esperar: cuatro, uno tras otro, trazando un rombo de agujeros luminosos en el piso que hace de techo, allí donde chocó la piedra. Ahora no hay más pasos, hay sólo espera, y sabemos que será imposible para siempre volver a moverse.

La mujer me sorprende. No sé cuál es su plan, ni me he dado cuenta de que se movía, pero debió prepararse durante un largo rato, mientras yo apretaba la piedra. Siento el empujón como si tuviera una fuerza enorme. Es ella, que con las dos manos me impulsa hacia la izquierda. Caigo de lado, con un estruendo terrible de cositas que crujen. No me atrevo a detenerme, así que ruedo una vez sobre mí mismo, otra vez, y otra más. Hay un solo disparo, un solo agujero que apenas alcanzo a ver en un sitio por el que ya pasé. Luego un ruido nervioso de metales y enseguida varios disparos más. Sigo rodando, haciendo crujir todo lo que encuentro, con la cabeza envuelta en los brazos y los ojos bien cerrados aunque dé lo mismo. Estoy seguro de haber pasado los límites de la habitación del hombre armado, porque los disparos cesan y hay otros ruidos allá arriba, gritos, puertas que se abren, pisadas de alguien que corre.

No tengo muchas oportunidades para perfeccionar mis deducciones. Ruedo un poco más, el piso se inclina hacia abajo, trato de frenar pero encuentro un borde por el que me deslizo y caigo al agua.

[Sigue acá.]

Indigo Girls

[26/6/2002]

Para escuchar: Indigo Girls. Tienen disco nuevo: Become you.

[26/6/2012]

En estos diez años, después de Become you, publicaron:
  • All That We Let In (2004)
  • Despite Our Differences (2006)
  • Poseidon and the Bitter Bug (2009)
  • Holly Happy Days (2010)
  • Beauty Queen Sister (2011)
¡Gracias, Wikipedia!

Como como

[26/6/2002]

Junto a la esquina de Juramento y Zapiola, en el barrio de Belgrano, hay una veterinaria que se llama "Como perros y gatos". Me parece un modo original de librarnos de esos animales que infestan la ciudad. Espero, por la salud del veterinario, que al menos los mastique bien.

lunes, 25 de junio de 2012

Frío / calor

[25/6/2002]

Como le dio frío, prendió la estufa. Como le dio calor, prendió el aire acondicionado. Como le dio frío, se puso un pulóver. Como le dio calor, abrió la ventana. Como le dio frío, se tomó un cognac. Como le dio calor, se mudó al otro hemisferio. Como le dio frío, corrió un rato. Como le dio calor, se dio una ducha helada. Como le dio frío, hibernó.

El día empieza bien

[25/6/2002]

El día empieza bien. Está saliendo el sol entre los techos, creando un cielo brillante y limpio. Mucha luz. Gabriel se levantó de buen humor, haciendo chistes (más de movimiento que de lenguaje: está descubriendo un modelo de movimiento corporal tomado de los dibujos animados, realmente gracioso). Ya está en la escuela. No hace tanto frío.

domingo, 24 de junio de 2012

Dolores Keane

[24/6/2002]

Para escuchar: Dolores Keane. (Qué pena la foto ridícula de la página inicial de su sitio.)

[24/6/2012]

Qué cosa que el sitio de Dolores Keane no exista más. Nuevos links:
Claro, en 2002 no había YouTube. Ahora sí:

 

Electric Sufi

[24/6/2002]

Para escuchar: Dhafer Youssef. El disco: Electric Sufi.

[24/6/2012]

El sitio de Dhafer Youssef, con videos.

Cuántas cosas escucha uno que con el tiempo no se acuerda más.

Philip K. Dick en Time

[24/6/2002]

Philip K. Dick. His dark vision of the future is now (Time, via Evhead).

[24/6/2012]

El artículo cambió de dirección. His dark vision of the future is [still] now.

Ritmo de escritura

[24/6/2002]

Cuando escribía a máquina podía empezar una página de una novela cuatro, ocho, dieciséis veces. Ponía el papel en la Olivetti (una Lexicon 80 pesada, llena de metal, admirable), empezaba a tipear, y unas líneas más tarde me daba cuenta de que algo andaba mal. Sacaba el papel, ponía otro y arrancaba de nuevo. Así llegaba al agotamiento o a un éxito relativo. A veces copiaba media página de la versión anterior, para alcanzar el sitio conflictivo con un poco de velocidad y ahí avanzar otras pocas líneas. Era como moverme en un pantano, buscando un camino que tal vez no existiera metido en el barro hasta el ombligo.

Ese sistema horrible me había dado sin embargo un tempo, un ritmo de escritura que extrañé mucho cuando empecé a usar computadora. Porque mientras tipeaba por vigésima vez un párrafo, por adentro pensaba en lo que venía después, las ideas se iban acomodando, tenía tiempo para juntar aire. Con la computadora, de pronto, me encontré con que ese tiempo no existía. Para corregir algo bastaban segundos, no largos minutos. Todo el tiempo usado en escribir era útil, por decirlo de algún modo, y mi cerebro no tenía esos largos intermedios para recargarse.

Por una época lo resolví imprimiendo. Ponía la impresora de matriz de puntos a hacer su siembra ruidosa y mientras tanto pensaba. Después cortaba las hojas del formulario continuo, les sacaba los bordes agujereados, las emparejaba... Para más tarde hacer algunas correcciones que las dejaban completamente inútiles.

No sé cómo se resolvió el conflicto. Pasaron muchos años, en los que no siempre escribí (más bien lo contrario), y ahora todos los ritmos cambiaron. Escribo mucho más rápido que antes. Estoy acostumbrado a subir y bajar por el texto como una araña, tejiendo aquí y allá, modificando palabras, giros, ritmos, acomodando lo anterior a lo nuevo. Ni pienso en imprimir. Y si tengo que retipear algo, por ejemplo debido a un error del sistema, me desespero.

El mayor cambio que noto está en el nivel de sufrimiento. Ahora es nulo, o casi nulo. Escribir resulta profundamente placentero. Antes, lo placentero era haber escrito, más que el acto en sí. Pero no quiero adjudicarle todo a la computadora: creo que otra razón importante para este cambio es que no pretendo, por ahora, escribir una novela. Aunque la tentación empieza a agitarse allá en lo profundo.

sábado, 23 de junio de 2012

Retrato

[23/6/2002]

Gabriel dibujó un retrato de su madre, inspirado por Berni.
[23/6/2002]

Es que la escuela de Gabriel llevó a los chicos de excursión a una muestra de Berni. Supongo que era lo que cuentan acá.

Montañas nuevas

[23/6/2002]

Cada día hay montañas nuevas. Uno se levanta, abre la ventana y ahí están, relucientes, con un copete de nieve recién caída en la cima, siempre distintas de las montañas del día anterior.

Muy bonito.

El problema es de noche, cuando caen las montañas viejas, cuando se mueven las rocas y la construcción avanza a gran velocidad, justo a la hora en que uno trata de dormir, con todo ese ruido.

Ladridos

[23/6/2002]

En este momento: ladridos de un perro que no recuerdo haber oído antes. ¿Cómo es posible, si estoy todos los días aquí sentado, oyendo lo poco que hay para oír?

Escalera impar

[23/6/2002]

Subiendo los escalones de a dos en esa escalera impar, pasó de largo y quedó para siempre quince centímetros por encima del piso.

[23/6/2012]

El quinto de los microcuentos que se incorporaron a El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo.

Los anteriores están acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).


Teléfono

[23/6/2002]

Cada noche, cuando cierro los ojos y empiezo el trabajo de dormirme, suena el teléfono de los vecinos. No importa la hora, pueden ser las diez o la una de la madrugada. Suena siempre. Lo oigo tan fuerte como si fuera mi teléfono.

Eso es casi todo lo que sé sobre esa gente.

viernes, 22 de junio de 2012

Oficios

[22/6/2002]

Si el periodista se dedica al periodismo, el taxista se dedica al taxismo.

Si el vigilante se dedica a la vigilancia, el cantante se dedica a la cantancia. Pero si el pintor se dedica a la pintura, el cantor se dedica a la cantura.

Nada más romántico y tierno que el mecánico dedicado a la mecánica, el veterinario a la veterinaria, el músico a la música.

jueves, 21 de junio de 2012

Rayas oscuras

[21/6/2002]

Hay rayas oscuras en el techo pero se mueven cuando parpadeo, de modo que deben ser un efecto de la luz.

Camino por un pasillo ancho, como el de un hotel. No, no es así. Estaba soñando, y ahora me despierto. Estoy acostado boca arriba, y por eso puedo ver el techo y esas rayas que se mueven.

La luz proviene de un televisor encendido, allá lejos, a unos diez metros de mí. Debe tener el volumen bajo, porque no oigo nada. O tal vez me confunda, no parece un televisor sino una ventana. Puedo ver cortinas que se agitan, contra el fondo luminoso de un exterior que no distingo realmente.

Estoy en una habitación enorme, si la ventana queda tan lejos. No, lo que ocurre es que la ventana está en otra habitación. Ahora descubro esa puerta, un poco a la derecha de mis pies, y cuando vuelvo a ver el techo compruebo que estoy en un cuarto pequeño, con el espacio apenas necesario para la cama, mientras que al otro lado de la puerta hay un pasillo, y metros más allá otra puerta, y al otro lado aquella ventana.

Se oye ruido de aplausos, gente que vitorea. ¿De dónde viene? ¿De las paredes? Sí, tal vez, porque no son aplausos sino agua que corre, quizás llenando una bañera. Ahora el agua se corta de golpe, y por detrás se oye la lluvia, que también se interrumpe. Lluvia, o aplausos, no sé.

Alguien se mueve a mi izquierda, y giro la cabeza. Era una sombra, porque allí sólo hay una pared, a medio metro de la cama. Estiro el brazo para tocarla y no, no está tan cerca, porque las puntas de mis dedos rasguñan el aire. La pared brilla con otra luz, y ahora que miro a mi derecha descubro un velador encendido sobre una mesita, pero más que un velador parece una linterna, o tal vez dos linternas, una junto a la otra. No, una sola, cuando consigo ajustar los ojos.

Me duele la cabeza. Aunque más que la cabeza es el cuello. Tampoco el cuello, el dolor proviene de mi espalda, y seguramente me sentiría mejor si me pusiera de costado. Pero todavía me cuesta moverme, recién me acabo de despertar y es difícil moverse en este auto que conduzco a toda velocidad por un camino con muchas curvas.

No, otra vez me equivoco. Debo haberme dormido, y soñé fugazmente con ese auto y las curvas veloces. Hace dos años que no manejo, y de pronto no encuentro los pedales, o mejor dicho no sé cuál es cuál, y aprieto el acelerador cuando quiero tocar el freno. Mejor dicho, los pedales no existen, miro hacia abajo y el piso del auto está vacío. En tanto, la velocidad aumenta, y abro los ojos justo a tiempo para recordar las líneas de fantasía del techo, la linterna, la ventana al otro lado de dos puertas.

Tengo que mantenerme despierto. No sé qué hora es, y saberlo me ayudaría. Levanto la mano, giro músculos aquí y allá hasta que la linterna (¿el velador?) ilumina el reloj pulsera. Las siete. Menos mal, pienso, y enseguida: ¿por qué menos mal? ¿Qué temía?

Después de todo, que sean las siete no es una gran ayuda. Ignoro si son las siete de la mañana o las siete de la tarde. La luz de la ventana tampoco sirve demasiado, es grisácea, podría corresponder tanto al amanecer como a la caída del sol. Tengo que esperar un rato y ahí podré enterarme. ¿O no? Acaba de aparecer una cara en la ventana, ahora otra, y las cortinas ya no están ahí. Tal vez sea un televisor después de todo.

Me froto los ojos con ambas manos, fuertemente. Imágenes de un bosque se apuran a envolverme, pero lucho, no quiero soñar otra vez. La computadora no funciona, muevo el mouse y no pasa nada. Otra vez con problemas. Quisiera golpearme la cabeza en alguna parte, y me falta dónde: ahora recuerdo que no estoy frente a una computadora sino en esta cama, mirando el techo que apenas se distingue tras las líneas oscuras, mejor dicho las líneas claras sobre el fondo oscuro que se mueven cuando parpadeo.

Estoy en casa, por supuesto. A la izquierda del pasillo, donde no puedo ver, está la puerta del baño, y más allá la puerta de la cocina. Cómo pude olvidarlo. El televisor, porque sin duda es un televisor, está en el dormitorio para invitados.

Pero no, esto no es posible. Me mudé hace poco, y así era mi casa anterior. Ahora el baño queda a la derecha, y sobre todo ese pasillo no está ahí, sino al otro lado de la cama.

¿De veras? No podría asegurarlo. Cierro los ojos otra vez. Alguien se mueve a mi izquierda, ahora estoy seguro, aunque allí sigue habiendo una pared vacía. Aprieto los ojos con más fuerza, tiro de la manta hasta que los pies me quedan al descubierto y siento la mordida del frío.

Quieto. Callado. Tenso. No me van a convencer de que mire, porque ahora sé que esto es el infierno.

miércoles, 20 de junio de 2012

Miradas

[20/6/2002]

Estamos salvados. Hay nueva carpeta asfáltica en la avenida Cabildo.

*

Es normal que en mi cuadra se junten dos, tres e incluso cuatro colectivos de la línea 67, esperando que el semáforo los deje pasar. Pues bien, hace unos minutos había seis. Sí, seis: llenaban la cuadra. "El que tenga que tomar ahora el 67, mejor que se vaya caminando", dijo Osvaldo, uno de los porteros, que es testigo del record. Y mientras hablaba con él pasaron dos más.

*

En el Coto de Amenábar y Juramento tienen cartelitos que ofrecen aceptar dólares a $3,40. La oferta es "exclusivamente para compras de alimentos y de no alimentos y cualquier otra compra".

*

Y yo sigo sin una cámara digital para registrar estas cosas.

Sospechosos

[20/6/2002]

La mujer se detuvo a ver la escena. En una de esas descubría algo que más tarde pudiera revivir en Crónica TV. Miró el auto, miró a los sospechosos, miró a los policías. Nadie le prestó atención. Se fue protestando en voz baja.

Los policías eran tres, uno de civil y dos de uniforme con chaleco antibalas. Los sospechosos eran dos hombres y un auto. El auto, verde, bastante nuevo, bonito y probablemente inapropiado para ellos. Es que tenían aspecto de bolivianos, o al menos bien del norte, uno de ellos para colmo de alguna zona rural, y se sabe que esa gente debe ser pobre, inculta, debe vivir en lo más bajo de la pirámide social. Esa gente está obligada a ser invisible, a desaparecer detrás de sus trabajos miserables, esos que nosotros jamás haríamos porque son tan desagradables. Esa gente, se sabe, debe tener malas intenciones cuando se mezcla con los demás, porque lo natural es que estén con los suyos, allá lejos, con apenas un pase transitorio para recorrer nuestras calles, nuestros barrios, en caso de extrema necesidad como por ejemplo un caño roto en el inodoro. Esa gente debe habitar agujeros miserables, que nosotros no quisiéramos ni de letrina, porque de todos modos se dice que no sufre, no se da cuenta, no sabe apreciar lo bueno. Esa gente, de la que se dice que es tan predispuesta al robo, al alcohol, a la promiscuidad, a la violencia, debe mantener sus vicios lejos de nosotros. Esa gente no debe aparecer así, bien vestida aún para nuestros estándares, en posesión de un auto nuevo, frente a un restaurante en Belgrano R, y los policías, por supuesto, estaban verificando los detalles.

Abrieron el baúl, lo revisaron a fondo. Pidieron documentos, se los llevaron fuera de la vista. De pie junto al auto, en el lado de la calle, el más joven de los sospechosos movía la cabeza con una sonrisa forzada, como diciendo "no, no, no, no". El mayor, en la vereda, sólo miraba, esperando. Evidentemente buscaban paciencia en rincones cada vez más chicos, donde era cada vez más difícil encontrarla. Llegaron dos más, sospechosos quiero decir: dos muchachos muy jóvenes, un chico y una chica. Deben haber preguntado qué pasaba, pero no vi que les respondieran. Los policías no prestaron atención.

En ese momento yo almorzaba con mi hijo a una ventana de distancia, en el restaurante Vivaldi, y a mi hijo la historia no le interesó en absoluto. Así que me perdí muchos momentos. Lo que vi fue el gesto de cortesía impostada con que el policía a cargo devolvió algunos papeles al sospechoso joven, lo último que ocurrió antes de que la autoridad, los encargados del mantenimiento del orden, con el paso seguro que da la fuerza, se fueran por donde habían venido.

Los sospechosos, ahora simplemente cuatro personas que volvían a la vida normal y a sus derechos, se subieron al auto con calma y dignidad. Crónica TV no vino. El auto arrancó. Cuando mi hijo terminó de contarme cosas de la escuela, pedí la cuenta.

martes, 19 de junio de 2012

Casi

[19/6/2002]

File sharing: Innocent until proven guilty

[19/6/2002]

File sharing: Innocent until proven guilty (Salon): "An economist says music piracy should be hurting the recording industry, but it isn't — and he doesn't know why."

[19/6/2012]

Es agotador, pero la discusión sigue siendo la misma. En estos diez años diversos estudios llevaron a la misma conclusión: compartir música (o series, o películas) por Internet no hace bajar las ventas. Pero las discográficas (y las grandes productoras de cine y TV) siguen haciendo como si millones y millones de personas de todo el mundo las estuvieran estafando. Ni ganas tengo de buscar links relevantes y actualizados. Están por todas partes. (Por ejemplo, buscar en Google "file sharing doesn't hurt", o cualquier variante por el estilo.)

Generador de textos

[19/6/2002]

Me escribe Jorge Varlotta:
"George Giles was born in the ladies' toilets in Afghanistan. He spent his childhood watching Nude Twister matches, but joined oil prospectors at an early age. He became famous for playing a character in a cheap The Tony Blair Show spin off before dying of the black death. (Generated by Regnus 32 - http://transband.co.uk/RJBS/)"

Este es uno de los muchísimos textos que genera este programa de sólo 28 K. También hay frases insultantes, cartas de invitación a extraños acontecimientos y otros esquemas fijos.
[19/6/2012]

El link no funciona más.

Si uno busca "Regnus 32" en Google aparecen montones de resultados: algunos llevan a páginas inexistentes; otros a buscadores de dominios disponibles; y otros más a sitios donde aparentemente se puede bajar el programa pero son en realidad esos laberintos de links que tratan de llevar al visitante a que baje programas sospechosos. A quien quiera intentarlo le deseo suerte.

lunes, 18 de junio de 2012

A falta de

[18/6/2002]

A falta de pan, buenas son roscas.

A falta de pan, buenas son ostras.

A falta de paz, buenas son tortas.

A falta de más, buenas son pocas.

A falta de mar, buenas son costas.

A falta de bar, buenas son postas.

A falta de vals, buenas son polcas.

A falta de mal, buenas son contras.

A falta de sal, buenas son sosas.

A falta de can, buenas son zorras.

A falta de Raid, buenas son moscas.

A falta de Macs, buenas son Compaqs.

[18/6/2012]

Esto viene de la colección de refrases que había ido haciendo poco antes.

domingo, 17 de junio de 2012

Bonito número el 48

[17/6/2002]

2 x 2 x 2 x 2 x 3.

Cuatro docenas.

Il morto che parla.

(Por lo menos aún me faltan dos para los cincuenta.)

[17/6/2012]

Qué puedo decir. ¿Que por lo menos aún me faltan dos para los sesenta?

58 = El ahogado

Noche en el centro

[17/6/2002]

Estaban en el sector infantil de Burger King, pero no habían llevado niños para justificarse. Él entraba en los cincuenta y en la calvicie. Ella tal vez en los cuarenta, pero quién sabe bajo ese pelo negro planchado sobre la cara, la figura delgada y la voz gruesa. Se habían sentado en una de las pocas mesas que pusieron frente al pelotero y el laberinto, dentro de la gran pecera vidriada que hay al fondo, en el primer piso del Burger King que está frente al obelisco.

Cuando entramos a la pecera, mi familia y yo, ellos eran los únicos ocupantes. Pusimos en una mesa nuestros paquetes de proteínas, grasa y almidón, hicimos ruido de papel, de pajitas que perforan plástico, de servilletas. Ellos hablaban de cosas importantes.

—Mi padre todavía no puso su parte —decía ella.

—Pero entonces no llegás —él.

—Cien o ciento cincuenta me tiene que dar, para el alquiler.

Hablaban con voces de urgencia, densas. A él le resbalaban un poco algunas letras. Gabriel tomaba un traguito de su Fanta. Yo comía papas fritas. Mi mujer inclinaba la cabeza para medir la situación.

Él debe haber ofrecido ayuda, porque ella contestó:

—Pero no, vos tenés tus propios problemas económicos.

—Ya sabés quién soy yo —respondió él, categórico.

Estaban ubicados en un ángulo de noventa grados uno con respecto al otro, y nosotros en diagonal con ellos, a unos cuatro metros. Vino otro chico, tal vez de tres años, a mostrarnos dos pedazos de algo anaranjado en las manos: caramelo, partes de un juguete de Cajita Mágica, quién sabe. Finalmente se los metió en la boca y se fue.

—A mi vieja se le ocurrió que vivamos los tres juntos —dijo ella.

—Pero tu padre y tu madre se odian —hizo él su parte de teleteatro.

—Ella dice que a mi padre lo arregla con cinco o diez pesos por día.

Él se iba acercando a ella.

Mi mujer, que los tenía a su espalda, se sentía incómoda. Después de todo estábamos en el lugar destinado a las familias con chicos, el sitio protegido, privado, rodeado especialmente con vidrios para cuidarlo del salvaje mundo exterior.

Decidimos mudarnos. Haciendo ostentación de movimiento, levantamos nuestra bandeja, nuestros vasos y paquetitos, nuestras servilletas, y nos fuimos a una mesa libre justo afuera del recinto infantil.

Gabriel comió, jugó, se fue al pelotero. Unos minutos después lo siguió mi mujer, para verificar su bienestar. Volvió indignada:

—Además están fumando —dijo.

Me di vuelta para mirar (ahora era yo quien los tenía a la espalda) y sí, había una nube de humo a su alrededor. Ya se estaban tocando las manos, también.

*

En la nueva zona que ocupábamos había más fauna de fin de semana céntrico. Para empezar, estábamos en el camino a los baños, de modo que veíamos un ir y venir de personajes. Pasó por ejemplo una chica dark, zapatos negros, medias negras, pollera larga negra, tapado negro, mochila negra con la leyenda The Cure. A la ida la vi de espaldas, pero a la vuelta le descubrí la cara muy blanca con el pelo negro a ambos lados y en el centro exacto una boca más roja que la sangre arterial.

Pasó un hombre de bigotes, con el pelo atado de tal forma en la nuca que parecía el mango de una sartén pequeña.

Pasó un grupo de chicas, la mayor tal vez de doce años, con jeans ajustados, haciendo los mayores esfuerzos que la edad les permitía para llenar el aire de seducción femenina. El hombre de seguridad, uno bajito que llevaba una bandera argentina en el hombro derecho y un palo negro en el lado izquierdo, se dio vuelta para observarlas de la cintura hacia abajo.

Una empleada del lugar iba seguido a verificar los baños. Entraba en el de mujeres, a la izquierda, y luego empujaba un poco la puerta del de hombres, a la derecha, mientras al parecer miraba en otra dirección. No entendí lo que hacía hasta que llegó mi propio turno de ir al baño. Es difícil de explicar. Cuando abrí la puerta me di cuenta de que era posible ver en el espejo si había gente en mingitorios o inodoros. Luego, al salir, me tomé el trabajo de mirar en la misma dirección que la empleada, donde había otra puerta con un cartel que decía "Privado". Resulta que ese cartel, hecho sobre metal plateado, era otro espejo perfecto: al empujar la puerta, mirando fijamente ese cartel, la empleada tenía una imagen instantánea del interior del baño, a través de dos espejos enfrentados.

*

Pasamos un rato largo allí, mientras Gabriel jugaba en el pelotero con los otros chicos que fueron llegando. Tomamos café con torta de chocolate. El espacio vidriado se llenó de gente. Había más ruido. Pero los dos del comienzo seguían en su sitio, sin ojos ni oídos más que para sí mismos. La última vez que miré, antes de irnos, se estaban besando. De una buena vez.

sábado, 16 de junio de 2012

Outdoors

[16/6/2002]

—Salí a deprimirme outdoors —dijo paseando junto al zoológico, del lado de Sarmiento, el domingo a eso de las cinco y media, hora invernal del atardecer.

[16/6/2012]

Me parece que a esta altura mi amigo Douglas no se va a ofender si digo que fue él. (Y que, igual que muchas otras cosas de la Mágica Web, el post decía literalmente la verdad.)

viernes, 15 de junio de 2012

Nola y late

[15/6/2002]

Mi hijo clasifica cada figu que saca de un sobre en una de dos categorías, nola y late. Si cae en la primera, "no la tengo", la pega en el álbum. Si cae en la segunda, "la tengo", va al mazo creciente de repetidas.

Después pone las repes en la mochi y las lleva al cole, como los compas, aunque la seño no quiere. De paso, descubro que estos chicos ya no hablan castellano, hablan caste.

[Modificado el martes 18. La versión anterior sólo tenía algo similar al segundo párrafo.]

[15/6/2012]

Tarde, pero vamos aprendiendo de los chicos. Prestame la compu el finde, porfa...

(Me da la impresión de que este post suena a que abreviar las palabras me parece mal. Para nada. A veces me resulta gracioso nomás.)

jueves, 14 de junio de 2012

Números

[14/6/2002]

Tener que hacer cola no está bien visto en estos tiempos. Es mucho mejor sacar número, acomodarse en algún sitio preferiblemente mullido y esperar que el indicador electrónico imite campanitas hasta que sea nuestro turno. Así, acabo de verlo, presentan las cosas el correo, el BankBoston, hasta la farmacia. Y es verdad.

La cuestión es que lleva tiempo acostumbrarse. Por eso cada cliente mira cada cinco segundos su número, como si pudiera cambiar sin aviso. Por eso la cola se forma igual, un poco desprolija, eso sí, sin apuntar claramente en ninguna dirección, pero cola al fin. Por eso la cajera tiene que gritar cada nuevo número y esperar con expresión de reproche que alguien se dé por aludido, mientras los felices numerados ya no saben qué hora es, quiénes son o para qué están ahí.

Havanna

[14/6/2002]

En algún momento, durante los últimos meses, los alfajores Havanna aumentaron de setenta (¿setenta y cinco?) centavos a noventa. Nada, en comparación con el resto de las cosas. Menos mal que no invertí, como pensé en los comienzos de la crisis, en mil quinientas cajas de alfajores para el futuro de mi hijo.

[14/6/2012]

Ahora los Havanna están a seis pesos. Compré dos el otro día (sigo sin hacer grandes inversiones).

Correo Argentino

[14/6/2002]

La verdad es que cambió el Correo Argentino. No sólo por el bonito negocio de útiles escolares, postales y variedades que hay frente a las cajas, en esa sucursal de Cabildo al 2300. Ni por el indicador luminoso de turnos, que va cambiando con un sonido electrónico de campanita cada vez que una caja queda libre. Ni tampoco por las computadoras que finalmente sustituyeron aquellas máquinas llenas de palancas (de las que espero que haya varias en distintos museos: sería una pena haberlas perdido para siempre). Ni por los precios, que se fueron a las nubes como casi todo lo demás excepto nosotros mismos.

No, nada de eso. El verdadero cambio se me hizo evidente luego de llegar a la caja, entregar mi carta y pagarla, cuando en un giro imprevisto y con una expresión diferente, sonrisa, voz fuerte, el empleado de barba me preguntó algo así como "¿Quiere participar en el sorteo de cinco mil pesos, un auto, bla bla bla?". Me quedé cosa de un segundo sin respuesta, y luego balbuceé algo torpe como "No tengo mucha fe en esas cosas, gracias", antes de escabullirme hacia la salida.

[14/6/2012]

Era el correo privatizado, claro. Ahora no hay negocio de variedades ni sorteos. Los números avanzan con lentitud. Pero la cantidad de gente que espera parece menor. ¿Será que es más eficiente, o que el correo se usa menos?

Ritmos

[14/6/2002]

A eso de la una el gentío en Burger King era impresionante. Tal vez por los precios, aunque aumentaron un diez por ciento desde la última vez que fui. O por la calefacción, aunque afuera la temperatura ya subía hasta unos cinco o seis grados al sol. O por las hamburguesas, aunque antes de probarlas no me sentía demasiado inclinado a creerlo.

La cuestión es que había colas de siete u ocho personas. Me puse en la más prometedora y decidí esperar. Allá adelante, los cajeros-despachantes-vendedores seguían su rutina preestablecida. Saludo, sonrisa, oídos atentos, "¿Desea agregarle queso por setenta centavos más?", "¿Desea un postre?", repetición detallada del pedido antes de abrir la caja, recepción del importe, entrega del vuelto, corrida veloz al pasillo a buscar una cosa, al otro pasillo a buscar la otra, a un rincón a sacar las papas, a otro rincón para armar la Coca, segunda repetición detallada del pedido durante la entrega, dos o tres agradecimientos en el camino. Impacientes, las cabezas de cada cola se balanceaban a izquierda y a derecha, mientras allá los ritmos se mantenían iguales a sí mismos, calcados del manual, mientras las cortesías y los reaseguros ocupaban su tiempo sin que importara la vida real.

¿Ellos tampoco, en Burger King, tienen plan B?

Estaciones

[14/6/2002]

A principios de abril mi hijo protestaba porque el otoño tenía poco que ver con el modelo escolar que acababan de enseñarle. Los árboles conservaban todas sus hojas. Hacía calor, como en primavera. Había mucha luz, mucho verano en ropas, caras y costumbres. Le expliqué que en realidad el otoño viene de a poco, las hojas caen una por una, los días se acortan lentamente. Mucho no me creyó.

Ahora nos distrajimos por un rato y adiós, el otoño ya pasó. No queda una sola hoja de todas las que debían caerse. Hace frío como en las mejores épocas, y la gente usa campera sobre campera, bufanda sobre bufanda. Es casi siempre de noche. Y a Gabriel, en la escuela, todavía no le enseñaron el invierno.

Todo bien, gracias

[14/6/2002]

Clarín: El Fondo llegó con exigencias aún más duras.

La Nación: No se levantó el paro nocturno de colectivos.

Página/12: Un estudiante secundario (...) fue tajeado por dos hombres con anteojos negros.

BBC News: Karachi car bomb kills eight.

El País (Montevideo): CRISIS REGIONAL. Brasil usa fondo y Argentina negocia.

[14/6/2012]

No sé qué me agarró para poner esos links. Visto a la distancia no parece un día peor que los demás. Para colmo, casi todos van a la página de inicio de los respectivos sitios. ¿Qué quise conseguir?

La excepción a todo esto es el link a Clarín, que ahora lleva a un artículo de 2010 con este título: "Tras el escándalo, en Santa Cruz niegan ahora que los fondos extraordinarios se hayan gastado en su totalidad"

miércoles, 13 de junio de 2012

Hacia dónde van los ojos

[13/6/2002]

El momento de parálisis de ese gato, mientras trata de descubrir si recibirá comida o un palazo en la cabeza.

Cuatro baldosas nuevas, de color gris amarillento, superpuestas a un grupo de baldosas viejas, de color gris verdoso, superpuestas a una vereda de baldosas más viejas, de color amarillo grisáceo.

El 113 que viene por Juramento y dobla en Crámer, empujando las leyes de la física para alcanzar la parada que está justo después.

El gorro negro del portero de la escuela, mientras mi hijo entra y sube la escalera.

Los conos anaranjados que impiden estacionar frente al Banco Río.

Las bufandas hasta la nariz de los vendedores de diarios de las esquinas, mientras ofrecen su mercancía en una calle o en la otra al ritmo de los semáforos.

Los carteles que todavía ofrecen departamentos en venta.

El hombre que maneja la barrera de Echeverría y Freire, allá subido en su cabina, de incógnito.

La plaza con un tacho de basura por cada banco, y una bolsa de plástico blanca en cada tacho.

Las evidencias indirectas de un sol que va saliendo de a poco.

El pelo que se agita, arriba, abajo, arriba, abajo, de esa mujer que camina apurada dentro de su tapado negro.

El taxi libre y lento que se arrastra frente a cada peatón como un animal mimoso.

La primera sombra del día, imprevista, a mis propios pies.

martes, 12 de junio de 2012

Capitán

[12/6/2002]

El capitán se hunde con su barco. El capitán de la industria, con su banco.

[12/6/2012]

Ya no se dice "capitán de la industria", ¿no? ¿Era una expresión de la época? Busco en Google y no le noto mucho entusiasmo. Hay algunas referencias a 2008. Se habla del "último capitán de la industria" de alguna parte. Y 400.000 resultados más, pero en las páginas siguientes, esas que ya no importan.

Silencio

[12/6/2002]




lunes, 11 de junio de 2012

La moto

[11/6/2002]

Eran las doce de la noche, yo trataba de dormir, y él se quedó con la moto andando ahí en la vereda: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Digo él porque es tan de macho eso de dejar la moto andando en la vereda, a medianoche. Hay que tenerla tan larga, para hacer eso. Ya hay que tenerla bastante larga para andar en moto, más para acelerar en las calles angostas de Belgrano, y muy larga, de las más largas, para hacer ese ruido en la vereda a tales horas: rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Mucho tiempo, ronroneo irritante, rabia redoblada, rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y de vez en cuando un toquecito de acelerador, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr. Y dos más, rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr.

Vamos, pensé, que baje pronto la novia. Que se le acabe el combustible. Que le caiga una maceta en la cabeza, con o sin casco. Era fuerte el ruido: pasaba un colectivo y casi no se notaba. Había un bocinazo y no se movía un pelo. Qué audacia, qué golpe de genio, qué símbolo de los tiempos, qué gran paso para la humanidad esa moto ahí burlándose de sí misma con su rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrrrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrr rrrRrrrRRrrRRRrRRRrRRrrR rrr.

Hasta que de pronto apareció una voz, seguramente masculina pero aguda, potente, muy enojada, a la distancia justa como para que yo pudiera entender las palabras:

—¡APAGÁ ESA MOTO DE MIERDA, BOLUDO!

Y un segundo después, rrr rrr rr r... La moto se apagó. Sorpresa. Silencio. Y no se volvió a encender. Y nadie más gritó. Y ahí me quedé, tipo doce y diez, con los ojos definitivamente abiertos, definitivamente de madrugada, definitivamente alterado.

Que se vayan todos

[11/6/2002]

—Que se vayan todos  —se pide, y estoy de acuerdo. Empezando por el presidente, que debería darse por aludido, igual que sus ministros, secretarios, susbsecretarios. Y sobre todo los ejércitos de asesores: que se vayan todos, que se enteren de una vez que nadie los quiere y se vayan.

Pero que se vayan también los senadores, diputados, legisladores, concejales de distintos sueldos y pelajes, y sus acompañantes oscuros y silenciosos. Que se vayan también, pronto, los gobernadores, los intendentes y sus respectivos funcionarios. Todos, toditos, todos.

Y aunque no se den por aludidos, que se vayan también los generales, los coroneles, etcétera, etcétera, y sus equivalentes acuáticos y atmosféricos. Y los comisarios, caramba, que se vaya hasta el último de los comisarios y que se vayan todos sus subalternos.

Eso sí, que se entienda bien. Cuando digo todos quiero decir todos. Que se vaya también, sin hacerse el ingenuo, el kiosquero de enfrente que llenó todo de rejas y me hace pagar su paranoia. Que se vaya el portero, que mira mucho, sabe mucho, piensa mucho y no hace nada. Que se vaya el cocinero del restaurante de la esquina, que hace una provoleta incomible por lo dura y además la pone en una bandeja de aluminio de la que nada ni nadie logra despegarla. Y, por supuesto, que se vaya el colectivero que casi hizo caer a esa vieja el otro día. Y la vieja, que no tiene nada que hacer en semejante colectivo. Y el remisero que le quedó debiendo un peso a mi mujer y no avisó a la agencia. Y el taxista que hoy a la madrugada me dio vértigo mientras cruzaba Cabildo a cien por hora con el semáforo más anaranjado oscuro que vi en mi vida. Y que se vaya, sin dudarlo, el vecino de arriba que deja el perro encerrado en la cocina para que tengamos que oír sus garras en el piso, tratando de cavar el hoyo que lo salve para siempre. Y lejos de acabar aquí, que se vayan ya mismo los empleados de la farmacia que el otro día se fueron a la vereda a ver cómo atrapaban a un ladrón y se olvidaron de atenderme. Esos también se tienen que ir todos. Como se tiene que ir el personal de seguridad de la disquería que mira a quienes salimos sin comprar nada como si nos lleváramos los discos puestos en otro sitio que no sean los ojos, que han quedado sistemáticamente hipnotizados por tanta cajita impagable. Como se tiene que ir la vendedora de flores de la esquina, que viene con cara que que le salvaríamos la vida con sólo un pétalo de nuestros bolsillos mustios. Y el plomero, que no viene nunca pero cuando viene pone cara de que ni una chequera nos redimirá. Y los fabricantes de lamparitas, que se siguen quemando, así como el ferretero, que no tiene piedad con los precios. Pero no sólo ellos y ellas: también quiero que se vayan el tipo del kiosco de la otra esquina, la del noveno, el de la librería, la del correo, los del restaurante de Monroe, el de la moto de anoche. Y vamos, pronto, no hay nada que esperar, que se vayan todos nomás, que se vayan ya mismo. Y el último que apague la luz.


[11/6/2012]

Tal vez el reclamo debió ser "que nos vayamos todos".

domingo, 10 de junio de 2012

Rinoceronte

[10/6/2002]
I'm a lone rhinoceros.
There ain't one hell of a lots of us
left in this world.

Adrian Belew, The Lone Rhinoceros


En algún lugar del África tropical, dos rinocerontes se aburrían mortalmente.

—¿Y ahora qué podemos hacer? —preguntó el primero.

Silencio. El sol avanzó unos segundos de arco por allá lejos, a punto de ponerse, en el cielo despejado.

—No tengo idea —dijo el segundo rinoceronte.

Quietos sobre la tierra árida, rodeados por hierbas poco apetitosas, los rinocerontes olfatearon, olfatearon, volvieron a olfatear.

—Ni una hembra —dijo el primero.

El segundo emitió un suave bramido, más una queja que otra cosa. Siguió olfateando.

A muchos metros de allí, algún otro animal movió un arbusto. Pero los rinocerontes no lo vieron.

—Un poco más a la izquierda —dijo el segundo rinoceronte, dirigiéndose al pájaro que le picoteaba el lomo. Pero el pájaro hablaba otro idioma, y siguió haciendo a su propio gusto.

Apareció una nube, una oveja aérea, por el lejano cielo de la izquierda. Avanzó hacia el lejano cielo de arriba y luego se escurrió por el lejano cielo de la derecha.

El sol tocó fondo. Se puso más rojo.

—Tengo sed —dijo el primer rinoceronte.

—Mm —se quejó el segundo—. Me da pereza ir al río.

—A mí también —dijo el primero—. Además me olvidé dónde está.

Silencio. Una portentosa muestra de caca de rinoceronte cayó de las postrimerías del segundo de los Diceros bicornis, para delicia de algunos millones de bichos de distintas especies.

—Te juego una carrera hasta el árbol —dijo el primer rinoceronte.

—¿Qué árbol? —preguntó el segundo.

—Aquel —señaló el primero con el cuerno.

El segundo rinoceronte miró en dirección a una borrosa sucesión de manchas. Tardó en contestar.

—Bueno —dijo finalmente.

—A la una, a las dos y...

—¡A las tres! —dijeron juntos los rinocerontes en un especial arrebato de entusiasmo, y allá partieron en un galope que empezó siendo digno y terminó en un arrastrar de patas. El pájaro que hablaba en otro idioma salió espantado.

Llegaron cerca del árbol. Empate. Por las dudas, olfatearon otra vez, y olfatearon, y olfatearon.

—Acá tampoco hay hembras —dijo el primer rinoceronte.

—Mm.

Hubo otra pausa. El cielo siguió despejado. El horizonte no se acercó ni se alejó. El sol se hundía como un jabón radioactivo en una pileta de aceite frío.

—¿Y ahora? —preguntó el segundo rinoceronte—. ¿Qué podemos hacer?

El primer rinoceronte se tomó su tiempo para responder. Estaba por decir algo evasivo cuando un pensamiento diferente le picó en un punto situado en medio y un poco por debajo de las orejas. Sacudió la cabeza, no mucho. El pensamiento siguió allí. Esperó un poco más, mientras el sol terminaba de morir.

—Un momento —dijo al fin—. Acabo de recordar que los rinocerontes somos animales solitarios.

—Mm —dijo el segundo rinoceronte—. Es verdad.

Y se disolvió en el aire como el humo de un cigarrillo que se apaga.

[10/6/2012]

El sitio de Adrian Belew sigue ahí, pero ahora no tiene letras de canciones. La letra de "The Lone Rhinoceros" está acá, y también acá, y en muchos sitios más.

Qu Bo

[10/6/2002]

¿El Qu Bo Mágico?

[10/6/2012]

Me preguntó el por qué de este link (que sigue funcionando). ¿Quise hacer el juego de palabras? ¿Nada más que eso? No me entiendo.

sábado, 9 de junio de 2012

Gestos

[9/6/2002]

El ceño fruncido, las cejas enojadas, la frente con arrugas pensativas, el rostro adusto de tanto prócer en los cuadros no se deben a la firmeza de carácter. Se deben a la presbicia, que obliga a hacer esos gestos cuando uno no tiene los anteojos para leer.

viernes, 8 de junio de 2012

El proyector

[8/6/2002]

De noche, cuando cierro los ojos para tratar de dormir, se enciende el proyector. Un proyector confuso, extraño, que emite varias señales a la vez y se mueve demasiado rápido. El director y el editor de esas películas están locos: la mayoría no significa nada, no hay argumento, las cosas se repiten una y otra vez.

En ocasiones todo es más o menos tranquilo. Pero también ocurre que el remolino me absorbe, corregido y aumentado por una banda de sonido interna capaz de alterar los nervios de cualquiera.

Así aparecen cosas imprevistas, de las que luego me arrepiento. Anoche, por ejemplo, estaba caminando sobre una cuerda floja, con un gran palo en las manos para conseguir el equilibrio, entre dos terrazas de edificios, a muchos metros por encima de la calle. Yo no sé caminar sobre la cuerda floja. Y además tengo un poco de vértigo. Estaba condenado al desastre, así que me puse tenso y traté de cambiar de canal. Para qué. Había una de mí mismo caminando de nuevo por la cuerda floja, ahora sobre las cataratas del Niágara (porque alguna vez leí que alguien lo intentó, no sé si con éxito). Por supuesto, la cámara apuntaba hacia abajo, hacia el agua que caía y la espuma en el fondo. Tuve que abrir los ojos, estudiar el cuadrado liso del techo, pensar activamente en otra cosa.

Todo esto venía acompañado por la repetición incesante de "Quizás porque", de Charly García.

Carne

Hace unos días conté sobre un par de carteles mal escritos. Ahora, Jorge Varlotta me escribe:
Habría que hacer un relevamiento de este tipo de carteles. Son deliciosos. Si es posible, fotografiarlos.

Hace unos años, en la cantina de un sanatorio mutual, me fascinó un cartel muy prolijo pegado a una columna junto al mostrador (y más me fascinó cuando entró al local una atractiva enfermera fortachona, creándome expectativas que fueron decepcionadas) (cito de memoria, pero lo esencial del texto es totalmente correcto):

"EL PERSONAL DEBE EXHIBIR SU CARNE"
[8/6/2002]

El link a Mágica Web, como otros de esa época, lleva a la página del mes y no la del post (este es el link correcto). El post de los carteles mal escritos, acá en MW+X.

Pocos meses después, en noviembre de 2002, apareció el libro de Proyecto Cartele, que viene mostrando precisamente eso: fotografías de carteles graciosos. (El link, que hoy es válido, no es el mismo que aparece en el libro: ese ahora es cualquier otra cosa.)

Hundirse

[8/6/2002]

Ese capitán no pensaba en hundirse con su barco, sino en que su barco se hundiera con él.

[8/6/2012]

Este es otro de los micro (muy micro) cuentos que se abrieron camino hasta llegar a El hilo, el libro que hicimos Claudia Degliuomini y yo. Antes aparecieron otros tres en MW+X: dos acá, uno acá.

Estas son las páginas correspondientes al de hoy (click para ver la imagen más grande).

jueves, 7 de junio de 2012

Mi pared

[7/6/2002]

Es como no haberse visto nunca la cara en el espejo.

Desde mi ventana veo una variedad de edificios. Más que nada, las partes íntimas: un costado, un contrafrente, la pileta de natación, un pozo de luz, ventanas internas, la columna vidriada por donde pasa un ascensor. Pero no puedo ver mi propio edificio, este contrafrente donde tengo mi ventana. No sé cómo es. ¿Hay muchas plantas en los balcones? ¿Está sucio? ¿Parece pobre, o sólo más o menos? ¿Cómo es la ventana que está justo sobre la mía, tan cerca y tan definitivamente lejos de mí?

Si me tomara mis preocupaciones en serio, debería tratar de subir a una de esas terrazas, allá enfrente, y registrar mi pared, mi tablero de ajedrez vertical con casillas habitables, en una colección de fotos. O, mejor, videos, aprovechando que la cámara puede usar la mínima luz. Al sol, a la sombra. De día, de noche. Con las luces prendidas. Al amanecer, todavía a oscuras, cuando este yo se acerca a la cama de mi hijo para despertarlo y sube suavemente la persiana.

Arrullo

[7/6/2002]

De noche, las alarmas de los autos nos arrullan dulcemente cual grillos urbanos.


[7/6/2012]

Me acuerdo que usé itálicas como un guiño para dar a entender que había una cuota de sarcasmo. Otro guiño, más enérgico, fue usar la palabra "cual" en vez de "como", cosa que me tengo prohibida desde la más tierna infancia. (Igual que la frase "la más tierna infancia".) La pregunta del millón, como siempre, es si esas cosas se entienden. O no, esa es la pregunta de los quinientos mil pesos, la del millón es: ¿importa mucho que se entiendan?

miércoles, 6 de junio de 2012

Si breve

[6/6/2002]

Lo bueno, es decir lo satisfactorio, lo que de un modo u otro nos mejora como seres humanos, nos enaltece, nos hace desear este nuevo día que comienza, aquello, decía, que tiene calidad, que responde a necesidades auténticas y no a superficialidad mercadotécnica, lo verdaderamente bueno, si breve, si no excede el mínimo necesario para ser expresado, para transmitir su mensaje esencial, para tomar existencia propia sin rebosar en direcciones inexactas, porque aquí hablamos no sólo de las bondades sino de sus límites, eso, entonces, que cumple ambas condiciones, será dos veces, no exactamente, es una forma de hablar, una figura del lenguaje, una simplificación útil como tantas otras que nos hemos acostumbrado a usar en este mundo tan lleno de metáforas, más o menos dos veces, decía, bueno.

Verdulerías

[6/6/2002]

En mi barrio debe haber setecientas cincuenta verdulerías. Los otros negocios decaen, cierran, caducan, se desmoronan, quiebran, se vacían, cambian de rubro, de dueño, de aspecto, se reciclan, desaparecen. Las verdulerías no. Las verdulerías permanecen firmes, aguantan el paso del tiempo, las crisis, las estaciones, reverdecen cada día, se ven prósperas, seguras, perennes, sólidas, verdaderos pilares de la comunidad. Es más, acaban de abrir una justo frente a mi edificio, y estoy seguro de que seguirá allí cuando todo lo demás haya muerto, llena de manzanas relucientes y naranjas pintarrajeadas.

Aquí pasa algo.

A-BEKKER

[6/6/2002]

A-BEKKER, BEL-COZVIJAR, CR-EZZELIN, F-IZZO, etcétera: las palabras del lomo en los distintos tomos de un diccionario que tengo frente a mí y no uso desde hace años. El mundo es algo desconocido, incomprensible, ajeno.

[6/6/2012]

Sigo teniendo ese Espasa-Calpe, el viejísimo Diccionario Enciclopédico Abreviado. Pero ahora también tengo (recuperado de la infancia) el Diccionario Enciclopédico Quillet, que de alguna forma tiene un estilo más narrativo: A-Azzano, B-Compraventa, Comprender-Estucuru, Estuche-Historia, Historiado-Mamifero, Mamila-Patelar, Patelidos-Scheele, Scheer-Zywiec. El uso de mayúsculas/minúsculas es raro, porque se supone que las palabras no enciclopédicas empiezan en minúscula (así es adentro del diccionario). Pero lo más raro es que recién ahora, y hace casi medio siglo que conozco el Quillet, me doy cuenta de que dos palabras que llevan tilde no lo tienen.

Circo

[6/6/2002]

Mi mujer le puso nombre a un nuevo oficio circense: el malapalabrismo.

Cerca

[6/6/2002]

El cielo brilla tanto que por un momento parece estar más cerca que los edificios en sombras.

Protestón

[6/6/2002]

Hoy (es decir ayer miércoles) tomó el control mi yo protestón. No está mal de vez en cuando. Me imagino que pronto volveré a la programación habitual.

martes, 5 de junio de 2012

Publicidad

[5/6/2002]

Clarin.com está haciendo publicidad de lo que será su cobertura del partido Argentina-Inglaterra. La publicidad consiste en animaciones Flash que rotan al azar. Si uno tiene suerte, se puede encontrar con esto:




La cara de un jugador inglés (disculpen mi ignorancia, no sé quién es; ¿Spice-Boy Beckham?), mezclada con el pelo de Margaret Thatcher, será en algunos ambientes publicitarios una idea brillante. Premios, premios, hurra, hurra. ¿Y después qué? ¿Van a poner una de Batistuta con el whisky de Galtieri? ¿Eh?

(Otra de las animalad... er, animaciones dice "Argentina vs Inglaterra" bajo el dibujo de un match de box. Eso, que se agarren a las piñas así nos divertimos más. Arrgh.)

Software idiota

[5/6/2002]

Hace muchos años compré el Visual Basic 3 y me enamoré otra vez de la programación, que había dejado atrás luego de experimentar largo y tendido con mi vieja TI99/4a y, luego, mi Commodore 128.

Hace menos años compré el Visual Basic 4 y me "profesionalicé". Es decir, escribí algunos programas para usar en proyectos comerciales: constructores de pasatiempos que me facilitaron mucho lo que es mi trabajo principal, hacer revistas de crucigramas.

Al VB4 le agregué otra compra: un OCX que puede escribir archivos .wmf, Windows Metafiles.

Hasta aquí, todo bien. Con vueltas (por ejemplo, la reconstrucción de cada archivo wmf desde CorelDraw para finalmente exportarlo con un formato como la gente, todo lo cual es otra historia), pero bien.

Finalmente, hace cosa de tres años, compré (e insisto con el verbo comprar: gasté mucha plata, muchos dólares, en el software original, como corresponde, y por eso es que tengo derecho a queja), compré, decía, el Visual Basic 6.

Caramba. Resulta que el "grid" que usaba en mis programas no viene incluido. O es otro. Así que debo tener también instalado el VB4 para editar mis programas.

Caramba. Resulta que el VB4 requiere que encuentre el primer diskette del VB3 para mostrarle que soy un legítimo candidato al update. ¿Dónde lo puse? ¿En este cajón, o en aquel? ¿O en este otro? ¿O más allá? La próxima vez debo ponerlo en algún sitio seguro... como la vez anterior.

Caramba. Resulta que el OCX que hace metafiles no carga cuando uno recién instala el VB6 (y esto pasa dos veces por año, más o menos la frecuencia con que Win 98 me obliga a reinstalar todo de cero). Así que hay que reconstruir desde adentro los programas, volver a compilarlos, etc.

Caramba. Resulta que descubrir todo esto luego de reinstalar todo, incluido el VB6, para luego instalar el VB4, equivale a descubrir que un doble click en cualquier archivo .vbp abre el VB4 en vez del 6, con todos los errores correspondientes.

Caramba. Resulta que cada seis meses me olvido de todo lo anterior y vuelvo a caer en los mismos problemas, y pierdo no menos de dos horas en hacer que todo ande igual que antes. O casi igual. Y de paso me gano un buen susto o dos.

Caramba. Resulta que uno de los programas, recién compilado, sigue sin andar. Y no le cambié nada. Y no me acuerdo si esto pasó antes, o qué.

Estoy podrido de estas complicaciones inútiles. Y ahora amenazan con el Visual Basic .Net, que va a ser más o menos incompatible con todo lo anterior, y que significará tarde o temprano que ya no habrá soporte ni nada para las versiones viejas, y que los nuevos sistemas operativos y otros chiches van a impedir sistemáticamente que haga andar mis queridos programas iniciados con el VB4 a partir del potencial que vi en el VB3.

Y todo esto no es más que la punta del ovillo. Lo que acabo de ver por enésima vez. Hay mucho más, que no voy a ponerme a contar (por ejemplo, sólo para dar una idea, ¿hasta qué versión de Access creen que es compatible el VB 6? Adivinen).

[5/6/2012]

Ni qué decir que todo esto es historia antigua. Ni hago más pasatiempos, ni se habla más del Visual Basic.

Refrases

[5/6/2012]

"El pez por la boca muerde."

Entre el 4 y el 5 de junio de 2002 publiqué en la Mágica Web una colección de "refrases" como esa. Luisa Axpe les puso el nombre. Hubo aportes de amigos y comentaristas. Acá va la recopilación:

Refrases de Douglas

[5/6/2002]


Refrases de Douglas Wright:
"Beber para creer", siempre me gustó. No sé de quién es.

"Al que madruga, Dios lo ayuna" (se me acaba de ocurrir).

"El buey solo bien salame" (era una de hace muchos años).

"No hay Dios sin tres" (el padre, el hijo y el espíritu santo). Ésta es una
con la que jugaba mentalmente.

Ya no es el clima

[5/6/2002]

Movimientos repetidos, dedos que saben dónde van, tacto aburrido. Ojos que conocen lo que ven, formas cansadas, contraluz de mediodía en la ventana. Pulmones: abrirse. Pulmones: cerrarse. Oídos en la música árabe-andaluza que achica el mundo desde los parlantes. Pausa. Pausa. Pausa. El dedo meñique gasta la tecla mayúsculas izquierda hasta hacerla irreconocible. La factura del teléfono se encima al Mickey Mouse risueño bajo el Microsoft Mouse serio. Sobres y papeles, libros y CDs, la luz del monitor que ya me ha teñido la piel de la cara hasta hacerla azulada. Y no es el clima, ahora que salió el sol, ya no es el clima.

Refrases: la obsesión

[5/6/2002]

Sarna con gusto no rica.

Las siete viudas del gato.

Flan con flan comida de tontos.

lunes, 4 de junio de 2012

Todavía más refrases

[4/6/2002]

Perro que ladra no muere.

En casa de herrero cuclillo de palo.

Al mal tiempo buena casa.

Mal de muchos consuelo de todos.

Las almas las carga el diablo.

Las armas las caga el diablo.

Las almas las caga el diablo.

Más refrases

[4/6/2002]

Ojo por ojo, cliente por cliente.

El que a hielo mata, a hielo muele.

Hombre prevenido vale por dios.

Lo cortés no quita lo caliente.

Se dice el pescado, pero no el pescador.

Una golondrina no hace ver ano.

Ver para crear.

Ver para crecer.

Refrases

[4/6/2002]

El pez por la boca muerde.

En boca cerrada no entran roscas.

No hay mal que por bien no venda.

[Actualización. Luisa Axpe inventó un título para estos refranes modificados: Refrases. Y agrega uno: Quien mal ama mal acaba.]

Borde

[4/6/2002]

Camina por el borde del precipicio, temiendo tanto la caída como la salvación.

domingo, 3 de junio de 2012

Tres por tres

[3/6/2002]

—Yo sé cuánto es tres por tres —dice Gabriel.

—¿Sí? —pregunto—. ¿Cuánto es?

—¡Siete!

—Pero Gabriel, tres por tres son nueve.

Pausa.

—Entonces Lao me mintió.

Otro lunes

[3/6/2002]

Al final, con la niebla, nada. Se fue hacia el mediodía, y nos dejó otro día nublado, gris, enfermo, otro lunes de esos que no dejan nada que decir, excepto tal vez algo sobre la humedad.

Cuando salió Sgt. Pepper

[3/6/2002]

Cuando salió Sgt. Pepper yo tenía trece años. Lo esperaba a mi viejo en la puerta de casa, en Ramos Mejía, todas las noches. Él llegaba a eso de las ocho y media. Y de todas las noches, hubo una en especial en que traía el disco bajo el brazo. Yo lo venía oyendo en "Modart en la noche" cada sábado: conocía por ejemplo los tres golpes de bombo antes del estribillo de Lucy in the sky with diamonds; la parte instrumental con sitar y orquesta de Within you, without you; las gallinas y otros bichos de Good morning, good morning. Pero otra cosa era abrir el paquete, ver esa tapa maravillosa que, además, se abría en una lámina doble, y para colmo traía adentro cosas como un bigote para disfrazarse de miembro de la banda. Música, juguetes, todo. Oh, Dios. Y las letras. Y muy otra cosa era sacar el disco y ponerlo en el Winco para escuchar tambor, sitar, gallinas y todo lo demás en mi propia habitación. Por supuesto, mi padre lo escuchó conmigo, al menos una parte. Le gustó When I'm sixty four, me acuerdo bien. Hubo una discusión con mi madre, me parece, porque yo no quería ir a cenar. No sé cómo terminó.

Mi padre tenía entonces cinco años menos que este "yo" que escribe ahora. Mi madre, siete años menos. Este hecho (ser de algún modo mayor que los propios padres) es uno de los más difíciles de entender en la vida.

Con el tiempo me acostumbré a poner Sgt. Pepper cada vez que me iba a duchar. Me quitaba la ropa, abría la ducha, ponía el disco a todo el volumen que permitía el tocadiscos y empezaba la carrera contra reloj. Llegué a salir antes de que terminara Getting better ("I beat her and kept her apart from the things that she loved"). Me pregunto cuán efectivas habrán sido en realidad esas duchas.

Aquel disco, el original de 1967, estaba rayado en el primer tema del lado uno. Y al final de A day in the life, el surco central no tenía las voces que nos habían mostrado en "Modart en la noche". Lo vendí siete u ocho años después, en Parque Rivadavia, para cambiarlo por otro más nuevo, sin rayaduras y con esas voces en el final. Ese lo tengo, todavía. Nunca compré el CD de Sgt. Pepper, lo cual quiere decir (caramba) que hace más de diez años que no lo escucho.

Qué sé yo por qué cuento esto ahora. Me acordé anoche, saltando de piedra en piedra a través del río de la memoria, mientras trataba de dormirme. Sobre todo estaba sorprendido del carácter "fotográfico aficionado" de mis recuerdos: tengo imágenes fuertes de ciertas situaciones, nítidas aunque muy parciales y dañadas por el tiempo, torpemente procesadas por un laboratorista sin experiencia; alrededor solamente hay niebla, como la que hoy me esconde los edificios de allá enfrente. Vale la pena explorar esas malas fotos, incluso retocarlas con algún Photoshop interno. Es un ejercicio que tendré que hacer.