[31/3/2003]
domingo, 31 de marzo de 2013
nov smov kapop
[31/3/2003]
Me escribe Jorge Varlotta:
Actualización: Javier, deMaldita sea, contestó la pregunta en los comentarios de este post. Pero luego encontró más información y la puso en su weblog.
Me escribe Jorge Varlotta:
La frase del título, que cito de memoria y está sujeta a error, aparecía en una historieta llamada Sansón, que publicaba Billiken allá por la década del 30 o quizás del 40. Concretamente era la leyenda de un cartel que enarbolaba un extraño personaje que nada tenía que ver con la historia; aparecía de tanto en tanto en el fondo. Una vez vi a este personaje, con ese cartel, en el fondo de una historieta de Mad.Yo no sé. ¿Y los lectores de esta página?
No pude encontrar nada en google, y quisiera saber quién es el creador de la historieta y cuál era el título original. Tengo la teoría de que es el mismo dibujante de otra historieta que se publicó hace años en un diario uruguayo con el título de Cuarto y comida. Era totalmente incomprensible, disparatada, existencial, genial. Encontré títulos parecidos, en inglés, pero no eran ésa.
Tal vez alguien de tu red sepa algo al respecto. O vos mismo, sin ir más lejos.
Actualización: Javier, de
[31/3/2003]
No encuentro más a Javier. Una pena.
No encuentro más a Javier. Una pena.
jueves, 28 de marzo de 2013
miércoles, 27 de marzo de 2013
Encuentro
[27/3/2003]
En medio del desfile de gente desconocida que recorre la avenida Crámer viene un hombre que me resulta vagamente familiar. La barbilla hacia adelante, el pelo gris peinado sobre la frente, la mirada con algún rencor antiguo que no se puede descifrar. El problema es que no sé si debo saludarlo o no. Está fuera de contexto: podría ser un vecino de mi edificio, y entonces el saludo sería obligatorio, pero también podría ser alguna de esas personas que cruzo con cierta frecuencia pero con quienes no hay relación alguna. Por un momento le veo en la expresión la misma duda: sus ojos se detienen en mí una décima de segundo extra, ese momento clave del posible reconocimiento que no termina de cuajar.
Ambos seguimos caminando, uno hacia el otro, usando lo que podría llamar carriles paralelos en la vereda. La tensión dura varios metros, un tiempo ilimitado a la velocidad del pensamiento pero que en el reloj no puede ser más que dos o tres segundos. Entonces, de pronto, caigo: es el dueño de ese lugar donde venden unas empanadas horribles, digo "venden" pero en realidad no deben vender nada, y si alguien les compra después seguro que vuelve a preguntar cómo demonios pueden hacer algo tan incomible. Es ese tipo al que sólo una vez le hablé, justamente para pedirle empanadas de las que luego me arrepentí inmensamente, pero al que veo casi cada día, camino a la casa de mis padres.
Qué alivio el reconocimiento, qué suerte evitar ese movimiento de cabeza incómodo que según el caso se pueda interpretar como saludo o como tic, esa señal de desorientación que luego vuelve como material de pesadillas. Y es un reconocimiento sin saludo, claro, porque el saludo no corresponde. Es algo, tal vez lo único, en que estamos de acuerdo, y si lo pienso bien no deja de ser una forma diferente de saludo. Él también sigue de largo, pasa junto a mí como yo junto a él. De ahí en más nos ignoramos.
En medio del desfile de gente desconocida que recorre la avenida Crámer viene un hombre que me resulta vagamente familiar. La barbilla hacia adelante, el pelo gris peinado sobre la frente, la mirada con algún rencor antiguo que no se puede descifrar. El problema es que no sé si debo saludarlo o no. Está fuera de contexto: podría ser un vecino de mi edificio, y entonces el saludo sería obligatorio, pero también podría ser alguna de esas personas que cruzo con cierta frecuencia pero con quienes no hay relación alguna. Por un momento le veo en la expresión la misma duda: sus ojos se detienen en mí una décima de segundo extra, ese momento clave del posible reconocimiento que no termina de cuajar.
Ambos seguimos caminando, uno hacia el otro, usando lo que podría llamar carriles paralelos en la vereda. La tensión dura varios metros, un tiempo ilimitado a la velocidad del pensamiento pero que en el reloj no puede ser más que dos o tres segundos. Entonces, de pronto, caigo: es el dueño de ese lugar donde venden unas empanadas horribles, digo "venden" pero en realidad no deben vender nada, y si alguien les compra después seguro que vuelve a preguntar cómo demonios pueden hacer algo tan incomible. Es ese tipo al que sólo una vez le hablé, justamente para pedirle empanadas de las que luego me arrepentí inmensamente, pero al que veo casi cada día, camino a la casa de mis padres.
Qué alivio el reconocimiento, qué suerte evitar ese movimiento de cabeza incómodo que según el caso se pueda interpretar como saludo o como tic, esa señal de desorientación que luego vuelve como material de pesadillas. Y es un reconocimiento sin saludo, claro, porque el saludo no corresponde. Es algo, tal vez lo único, en que estamos de acuerdo, y si lo pienso bien no deja de ser una forma diferente de saludo. Él también sigue de largo, pasa junto a mí como yo junto a él. De ahí en más nos ignoramos.
martes, 26 de marzo de 2013
lunes, 25 de marzo de 2013
Las patentes del día
[25/3/2003]
Las patentes del día: SXO y SXY.
Juro que estaban a menos de cincuenta metros una de la otra, sobre la calle Echeverría, cuando volví de llevar a Gabriel a la escuela. SXO a un lado de la avenida Crámer, SXY al otro.
Después, sobre Vidal, vi SAX, pero ya no me pareció tan importante. Y otra vez SOS: creo que vive por ahí.
Las patentes del día: SXO y SXY.
Juro que estaban a menos de cincuenta metros una de la otra, sobre la calle Echeverría, cuando volví de llevar a Gabriel a la escuela. SXO a un lado de la avenida Crámer, SXY al otro.
Después, sobre Vidal, vi SAX, pero ya no me pareció tan importante. Y otra vez SOS: creo que vive por ahí.
domingo, 24 de marzo de 2013
Oscar
[24/3/2003]
Nicole Kidman acaba de ganar un Oscar a la mejor nariz.
Nicole Kidman acaba de ganar un Oscar a la mejor nariz.
[24/3/2013]
Diez años más tarde tal vez haya que explicar el chiste. Fue el Oscar que le dieron por hacer de Virginia Woolf.
Diez años más tarde tal vez haya que explicar el chiste. Fue el Oscar que le dieron por hacer de Virginia Woolf.
Las patentes del día
[24/3/2003]
Las patentes del día: CRY, SOS.
Las tres letras con que empiezan las patentes de autos son el origen de un deporte irresistible, al menos cuando el nivel neuronal anda realmente bajo. Hay que mirarlas y encontrar palabras en ellas. Y si no hay palabras completas, entonces completarlas uno mismo. Ayer, con mi mujer, tratábamos de adivinar cómo se llamaría el dueño de un auto cuya patente empezaba con DGO:
—Diego.
—Domingo.
—Dogo.
A veces también pensamos en cosas importantes, si no queda otro remedio.
Las patentes del día: CRY, SOS.
Las tres letras con que empiezan las patentes de autos son el origen de un deporte irresistible, al menos cuando el nivel neuronal anda realmente bajo. Hay que mirarlas y encontrar palabras en ellas. Y si no hay palabras completas, entonces completarlas uno mismo. Ayer, con mi mujer, tratábamos de adivinar cómo se llamaría el dueño de un auto cuya patente empezaba con DGO:
—Diego.
—Domingo.
—Dogo.
A veces también pensamos en cosas importantes, si no queda otro remedio.
sábado, 23 de marzo de 2013
viernes, 22 de marzo de 2013
Por lo menos
[22/3/2003]
Por lo menos que haya la sombra de una duda, algo, un detalle, una grieta en el muro, una esperanza.
Por lo menos que haya la sombra de una duda, algo, un detalle, una grieta en el muro, una esperanza.
jueves, 21 de marzo de 2013
Los dragones del circo
[21/3/2003]
Los dragones del circo están quietos durante toda la función, uno a cada lado de la entrada principal. Parecen de piedra, una piedra verdosa, gris, marrón, gastada por el tiempo y las manos de los niños que los tocan al entrar. Son grandes, tal vez tengan cuatro o cinco metros de altura, diez o doce de largo. Nadie cree que puedan volar, porque las alas son pequeñas y se las ve pegadas al cuerpo, parte de la misma piedra agotada por los gritos de los payasos y la música plagada de redoblantes y bronces.
Tienen los ojos cerrados. Ni siquiera respiran. Al principio de la función los niños todavía los miran de vez en cuando, pero cuando entran los leones ya nadie los recuerda. Cualquiera pensaría que han estado ahí desde siempre, pero llegaron la semana pasada a bordo de grandes camiones, como el resto del material del circo. Los pusieron en su sitio con una grúa alquilada, a la luz del sol, envueltos en grandes lonas que quitaron de noche, cuando ya la carpa los cubría de las miradas curiosas. Después salieron los avisos en el diario local: "El Circo de los Dragones", decían, y ahí iban los chicos a ver la nueva maravilla.
Al final de la función, cuando la mayoría de las risas y los aplausos se han agotado, cuando los más chicos quieren otra cosa pero no saben qué, se apagan todas las luces menos el foco que ilumina al maestro de ceremonias.
—Ahora, querido público, los dragones — ice el hombre del traje rojo con cola de golondrina, sin alzar la voz, casi sin ganas. Y el único foco se apaga.
En la oscuridad todos miran hacia los dragones, mejor dicho hacia los ojos de los dragones, que se han abierto y brillan como linternas verdes. Uno de los ojos titila dos o tres veces, y al final se apaga, pero los otros parecen agrandarse, crecer en intensidad, y la carpa entera queda iluminada por esa luz parecida a la de la luna.
Se oye el ruido de un latigazo en el otro extremo de la carpa, y allí ha aparecido, bajo un foco rojo, una mujer que lleva en la cabeza un extraño tocado, un sombrero negro con una punta larguísima que sube en el aire un par de metros y termina en una especie de pelota de trapo. La mujer vuelve a dar un latigazo, como para llamar la atención de los que están medio dormidos, y grita:
—Preparen —latigazo—, apunten —latigazo—, ¡fuego!
Durante dos o tres segundos no hay nada nuevo. La gente mira a un lado, al otro, preguntándose qué debería estar ocurriendo. Entonces sale de cada dragón una larga llamarada, estrecha y veloz, rumbo a la pelota de trapo que se bambolea en el aire. Los seguidores de Pokemon y ese tipo de series han visto ataques mejores, pero no está mal. La dos llamaradas atraviesan la carpa en un instante e incendian la pelota en un chisporroteo de fuegos artificiales. Dos ayudantes se apuran a arrojar baldes de agua para apagar el fuego, y entonces, de a poco, se encienden las luces.
La mujer deja el látigo, se quita el tocado de la cabeza y camina al centro de la arena, para recibir los aplausos. Parte del público se ha puesto de pie, pero no para aplaudir sino para salir antes e ir al baño, o comprar Coca-Cola, o tomar aire. El maestro de ceremonias espía desde atrás de una cortina. Los dragones no hacen nada: de nuevo con los ojos cerrados, empiezan a disfrutar otro segmento efímero de su eterno descanso.
Los dragones del circo están quietos durante toda la función, uno a cada lado de la entrada principal. Parecen de piedra, una piedra verdosa, gris, marrón, gastada por el tiempo y las manos de los niños que los tocan al entrar. Son grandes, tal vez tengan cuatro o cinco metros de altura, diez o doce de largo. Nadie cree que puedan volar, porque las alas son pequeñas y se las ve pegadas al cuerpo, parte de la misma piedra agotada por los gritos de los payasos y la música plagada de redoblantes y bronces.
Tienen los ojos cerrados. Ni siquiera respiran. Al principio de la función los niños todavía los miran de vez en cuando, pero cuando entran los leones ya nadie los recuerda. Cualquiera pensaría que han estado ahí desde siempre, pero llegaron la semana pasada a bordo de grandes camiones, como el resto del material del circo. Los pusieron en su sitio con una grúa alquilada, a la luz del sol, envueltos en grandes lonas que quitaron de noche, cuando ya la carpa los cubría de las miradas curiosas. Después salieron los avisos en el diario local: "El Circo de los Dragones", decían, y ahí iban los chicos a ver la nueva maravilla.
Al final de la función, cuando la mayoría de las risas y los aplausos se han agotado, cuando los más chicos quieren otra cosa pero no saben qué, se apagan todas las luces menos el foco que ilumina al maestro de ceremonias.
—Ahora, querido público, los dragones — ice el hombre del traje rojo con cola de golondrina, sin alzar la voz, casi sin ganas. Y el único foco se apaga.
En la oscuridad todos miran hacia los dragones, mejor dicho hacia los ojos de los dragones, que se han abierto y brillan como linternas verdes. Uno de los ojos titila dos o tres veces, y al final se apaga, pero los otros parecen agrandarse, crecer en intensidad, y la carpa entera queda iluminada por esa luz parecida a la de la luna.
Se oye el ruido de un latigazo en el otro extremo de la carpa, y allí ha aparecido, bajo un foco rojo, una mujer que lleva en la cabeza un extraño tocado, un sombrero negro con una punta larguísima que sube en el aire un par de metros y termina en una especie de pelota de trapo. La mujer vuelve a dar un latigazo, como para llamar la atención de los que están medio dormidos, y grita:
—Preparen —latigazo—, apunten —latigazo—, ¡fuego!
Durante dos o tres segundos no hay nada nuevo. La gente mira a un lado, al otro, preguntándose qué debería estar ocurriendo. Entonces sale de cada dragón una larga llamarada, estrecha y veloz, rumbo a la pelota de trapo que se bambolea en el aire. Los seguidores de Pokemon y ese tipo de series han visto ataques mejores, pero no está mal. La dos llamaradas atraviesan la carpa en un instante e incendian la pelota en un chisporroteo de fuegos artificiales. Dos ayudantes se apuran a arrojar baldes de agua para apagar el fuego, y entonces, de a poco, se encienden las luces.
La mujer deja el látigo, se quita el tocado de la cabeza y camina al centro de la arena, para recibir los aplausos. Parte del público se ha puesto de pie, pero no para aplaudir sino para salir antes e ir al baño, o comprar Coca-Cola, o tomar aire. El maestro de ceremonias espía desde atrás de una cortina. Los dragones no hacen nada: de nuevo con los ojos cerrados, empiezan a disfrutar otro segmento efímero de su eterno descanso.
Eso
[21/3/2003]
El hombre está de pie junto a una mesa en Güerrin. Tiene la cabeza erguida, la espalda recta, el pelo gris peinado hacia atrás, una mano en una silla y la otra aferrada al celular junto a la oreja derecha, mientras habla con voz potente para que todos sepamos lo importante que es.
—Eso lo tenemos que... —dice de pronto, un poco más fuerte que las frases anteriores, y deja oír uno por uno los puntos suspensivos. Ahora sí, ahora mira hacia un horizonte inexistente más allá de los azulejos de colores de la pizzería, más allá de los edificios de la avenida Corrientes, más allá de nuestras simples expectativas de mortales, y con voz de Alfredo Alcón haciendo de San Martín, da el golpe final—. Eso lo tenemos que evaluar.
El hombre está de pie junto a una mesa en Güerrin. Tiene la cabeza erguida, la espalda recta, el pelo gris peinado hacia atrás, una mano en una silla y la otra aferrada al celular junto a la oreja derecha, mientras habla con voz potente para que todos sepamos lo importante que es.
—Eso lo tenemos que... —dice de pronto, un poco más fuerte que las frases anteriores, y deja oír uno por uno los puntos suspensivos. Ahora sí, ahora mira hacia un horizonte inexistente más allá de los azulejos de colores de la pizzería, más allá de los edificios de la avenida Corrientes, más allá de nuestras simples expectativas de mortales, y con voz de Alfredo Alcón haciendo de San Martín, da el golpe final—. Eso lo tenemos que evaluar.
miércoles, 20 de marzo de 2013
Una chica en bicicleta
[20/3/2003]
Venía una chica andando en bicicleta con una pollera más bien corta. Cada vez que una pierna subía y bajaba, la pollera subía pero no bajaba. La ciclista sostenía el manubrio con la mano derecha, mientras con la izquierda trataba de poner la pollera donde había estado un segundo antes. Y al mismo tiempo sonreía luminosamente, con toda la cara. La sonrisa más ancha que se haya visto en un largo tiempo.
Venía una chica andando en bicicleta con una pollera más bien corta. Cada vez que una pierna subía y bajaba, la pollera subía pero no bajaba. La ciclista sostenía el manubrio con la mano derecha, mientras con la izquierda trataba de poner la pollera donde había estado un segundo antes. Y al mismo tiempo sonreía luminosamente, con toda la cara. La sonrisa más ancha que se haya visto en un largo tiempo.
martes, 19 de marzo de 2013
Los chistes de rubias
[19/3/2003]
Los chistes de rubias tontas dejan asomar el machismo más cavernario de una forma que, por algún motivo, es socialmente aceptable.
Aquí van traducciones (de memoria) de los últimos dos que recibí por email:
1. Hay dos rubias en la parada del colectivo. Llega uno. La primera rubia pregunta: "¿Me deja en Corrientes y Talcahuano?" El colectivero responde: "No." Entonces salta la segunda rubia: "¿Y a mí?"
2. Un hombre quiere encargarle a una pintora rubia que le haga un retrato al desnudo. "No", responde la talentosa artista, "no me dedico a ese tipo de cosas." "Le pagaré el doble que un trabajo común", dice el hombre. "No, ni hablar." "Entonces le pagaré cinco veces lo que cobra normalmente." La artista lo piensa. "De acuerdo", dice al fin, "pero me voy a dejar las medias puestas. ¡Necesito un lugar donde poner los pinceles!"
Los chistes de rubias tontas dejan asomar el machismo más cavernario de una forma que, por algún motivo, es socialmente aceptable.
Aquí van traducciones (de memoria) de los últimos dos que recibí por email:
1. Hay dos rubias en la parada del colectivo. Llega uno. La primera rubia pregunta: "¿Me deja en Corrientes y Talcahuano?" El colectivero responde: "No." Entonces salta la segunda rubia: "¿Y a mí?"
2. Un hombre quiere encargarle a una pintora rubia que le haga un retrato al desnudo. "No", responde la talentosa artista, "no me dedico a ese tipo de cosas." "Le pagaré el doble que un trabajo común", dice el hombre. "No, ni hablar." "Entonces le pagaré cinco veces lo que cobra normalmente." La artista lo piensa. "De acuerdo", dice al fin, "pero me voy a dejar las medias puestas. ¡Necesito un lugar donde poner los pinceles!"
[19/3/2013]
¿Soy yo o en estos los diez años que pasaron estos chistes dejaron, de una vez, de ser "socialmente aceptables"?
¿Soy yo o en estos los diez años que pasaron estos chistes dejaron, de una vez, de ser "socialmente aceptables"?
lunes, 18 de marzo de 2013
Cinco centavos
[18/3/2003]
Tengo frente a mí una moneda de cinco centavos de 1994. Cuanto más la miro más difícil me resulta entender qué significa. Es como repetir una palabra hasta desnudarla, sobre todo una palabra de las que tienen forma rara como por ejemplo "croquis": croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis y uno empieza a dejar de asignarle un significado al conjunto de letras y a fijarse en las letras mismas, o en las contorsiones de la lengua que las pronuncia, o en la reverberación de los sonidos en el cuarto en que uno se encuentra.
La moneda pierde su poco valor con rapidez y a cambio muestra ese cinco tan extraño: la panza que de pronto parece una "c" invertida, pero más la ceja superior asociada a la nariz que es la línea de la izquierda y todo eso encerrando un ojo, y casi hay una cara en el número, una cara en contraluz de la que sólo se ve la mitad, con la muela hinchada.
Alrededor del cinco hay una circunferencia de puntitos. La presbicia me impide verlos uno por uno, así que no los puedo contar, pero ya estoy imaginando métodos para descubrir cuántos son, por ejemplo detectando que ese segmento mínimo que logro distinguir contiene sin duda tres puntitos (dos son pocos, cuatro demasiados), y calculando cuántas veces aparece ese segmento en un cuarto de circunferencia. Así pronto me encuentro suponiendo que en total hay ochenta puntitos, y sé que uno de estos días tendré que contarlos con ayuda de una lupa o algo así.
Media vuelta en el aire, y la cara de la moneda no es una cara sino un sol con largos rayos. Vuelta a contar, o mejor dicho a apostar sobre una cuenta a la que sólo me puedo aproximar cerrando un ojo por completo y el otro a medias. Cuarenta rayos, digo, y ya veré si lo confirmo.
Alrededor del sol dice (aunque me cuesta descifrarlo) REPÚBLICA ARGENTINA y EN UNION Y LIBERTAD. Unión no tiene acento. Buena palabra para repetir al aire hasta matarla: unión unión unión unión unión.
Tengo que dejar la moneda por aquí arriba, entre las cosas del escritorio, hasta que me decida a estudiarla con un criterio más científico. Ahora, de noche, la superan las ganas de irme a dormir.
Tengo frente a mí una moneda de cinco centavos de 1994. Cuanto más la miro más difícil me resulta entender qué significa. Es como repetir una palabra hasta desnudarla, sobre todo una palabra de las que tienen forma rara como por ejemplo "croquis": croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis croquis y uno empieza a dejar de asignarle un significado al conjunto de letras y a fijarse en las letras mismas, o en las contorsiones de la lengua que las pronuncia, o en la reverberación de los sonidos en el cuarto en que uno se encuentra.
La moneda pierde su poco valor con rapidez y a cambio muestra ese cinco tan extraño: la panza que de pronto parece una "c" invertida, pero más la ceja superior asociada a la nariz que es la línea de la izquierda y todo eso encerrando un ojo, y casi hay una cara en el número, una cara en contraluz de la que sólo se ve la mitad, con la muela hinchada.
Alrededor del cinco hay una circunferencia de puntitos. La presbicia me impide verlos uno por uno, así que no los puedo contar, pero ya estoy imaginando métodos para descubrir cuántos son, por ejemplo detectando que ese segmento mínimo que logro distinguir contiene sin duda tres puntitos (dos son pocos, cuatro demasiados), y calculando cuántas veces aparece ese segmento en un cuarto de circunferencia. Así pronto me encuentro suponiendo que en total hay ochenta puntitos, y sé que uno de estos días tendré que contarlos con ayuda de una lupa o algo así.
Media vuelta en el aire, y la cara de la moneda no es una cara sino un sol con largos rayos. Vuelta a contar, o mejor dicho a apostar sobre una cuenta a la que sólo me puedo aproximar cerrando un ojo por completo y el otro a medias. Cuarenta rayos, digo, y ya veré si lo confirmo.
Alrededor del sol dice (aunque me cuesta descifrarlo) REPÚBLICA ARGENTINA y EN UNION Y LIBERTAD. Unión no tiene acento. Buena palabra para repetir al aire hasta matarla: unión unión unión unión unión.
Tengo que dejar la moneda por aquí arriba, entre las cosas del escritorio, hasta que me decida a estudiarla con un criterio más científico. Ahora, de noche, la superan las ganas de irme a dormir.
domingo, 17 de marzo de 2013
Hoy
[17/3/2003]
Hoy no voy a oír el despertador.
Hoy no voy a salir de la cama.
Hoy no me voy a duchar, ni a afeitar.
Hoy no voy a abrir las cortinas.
Hoy no voy a saludar a mi mujer.
Hoy no voy a tomar café.
Hoy no voy a llevar a mi hijo a la escuela.
Hoy no voy a encender la computadora.
Hoy no voy a escribir nada en este weblog.
Hoy no voy a oír el despertador.
Hoy no voy a salir de la cama.
Hoy no me voy a duchar, ni a afeitar.
Hoy no voy a abrir las cortinas.
Hoy no voy a saludar a mi mujer.
Hoy no voy a tomar café.
Hoy no voy a llevar a mi hijo a la escuela.
Hoy no voy a encender la computadora.
Hoy no voy a escribir nada en este weblog.
sábado, 16 de marzo de 2013
Niveles
[16/3/2003]
Descubrí qué son estos dibujos que viene haciendo Gabriel: niveles de videojuegos, pero en papel. Cuando termina uno, viene a mostrarme cómo lo juega. Empieza por una punta y recorre los sucesivos obstáculos simulando peleas, disparos, adquisición de habilidades especiales, todo moviendo el dedo índice y haciendo ruidos con la boca. Quién dijo que necesitamos computadoras.
(Bueno, las necesitamos para que yo pueda escanear estos dibujos y subirlos a la Web. Pero es frustrante, porque no hay manera de que el scanner capture los tonos pastel que rellenan algunas partes de los dibujos.)
Descubrí qué son estos dibujos que viene haciendo Gabriel: niveles de videojuegos, pero en papel. Cuando termina uno, viene a mostrarme cómo lo juega. Empieza por una punta y recorre los sucesivos obstáculos simulando peleas, disparos, adquisición de habilidades especiales, todo moviendo el dedo índice y haciendo ruidos con la boca. Quién dijo que necesitamos computadoras.
(Bueno, las necesitamos para que yo pueda escanear estos dibujos y subirlos a la Web. Pero es frustrante, porque no hay manera de que el scanner capture los tonos pastel que rellenan algunas partes de los dibujos.)
viernes, 15 de marzo de 2013
jueves, 14 de marzo de 2013
Un techo ideal
[14/3/2003]
Un techo ideal, sin paredes o columnas que lo sostengan. Un techo que flote en el aire, donde podamos ir a guarecernos sin tener que buscar la entrada, esquivar el poste, sacar la llave, pedir permiso.
Un techo ideal, sin paredes o columnas que lo sostengan. Un techo que flote en el aire, donde podamos ir a guarecernos sin tener que buscar la entrada, esquivar el poste, sacar la llave, pedir permiso.
miércoles, 13 de marzo de 2013
¿Cómo es posible?
[13/3/2003]
¿Cómo es posible que a pesar de nuestra propia experiencia y de la ajena, a pesar de lo que se ve en la historia, de nuestros propios recuerdos de infancia, de lo que dicen los diarios, los noticieros, de lo que muestra el arte y la literatura, de lo que vemos e intuimos del mundo, cómo es posible, decía, que tengamos en la vida diaria como en los planes para el futuro, en los miedos como en los sueños, en los estados de ánimo, en la distribución de nuestras energías, en el tiempo dedicado a cada cosa, en los detalles así como en los grandes rasgos de la existencia, que tengamos, decía, las prioridades tan confundidas?
¿Cómo es posible que a pesar de nuestra propia experiencia y de la ajena, a pesar de lo que se ve en la historia, de nuestros propios recuerdos de infancia, de lo que dicen los diarios, los noticieros, de lo que muestra el arte y la literatura, de lo que vemos e intuimos del mundo, cómo es posible, decía, que tengamos en la vida diaria como en los planes para el futuro, en los miedos como en los sueños, en los estados de ánimo, en la distribución de nuestras energías, en el tiempo dedicado a cada cosa, en los detalles así como en los grandes rasgos de la existencia, que tengamos, decía, las prioridades tan confundidas?
Monstruo
[13/3/2003]
Hace mucho que Gabriel dibuja monstruos, tal vez desde los tres años. Hubo influencia de los libros, pero más de la tele: las Chicas Superpoderosas, el Laboratorio de Dexter, y sobre todo el animé, empezando por Pokémon, Dragon Ball Z, Digimon y otras series. Les pone nombres, inventa luchas, les asigna fuerza, velocidad, formas de ataque. Actúa sus reacciones, sobre todo dando vueltas carnero en el sofá o saltando sobre la cama. Después va a tomar la leche y se dedica a alguna otra cosa.
A lo largo del tiempo pasó por muchos estilos. Tengo la colección completa, en un par de cajas (no sólo de los monstruos, claro, también de otros dibujos que hizo en casa).
Este monstruo, el de arriba, es de ayer. Lo pongo aquí porque me parece una síntesis de muchos otros: culminando un largo proceso evolutivo, ya está casi todo hecho de dientes y garras. No hay elementos que no sirvan para la lucha. Y tiene ese ojo único en el centro, que es lo que realmente asusta.
Hace mucho que Gabriel dibuja monstruos, tal vez desde los tres años. Hubo influencia de los libros, pero más de la tele: las Chicas Superpoderosas, el Laboratorio de Dexter, y sobre todo el animé, empezando por Pokémon, Dragon Ball Z, Digimon y otras series. Les pone nombres, inventa luchas, les asigna fuerza, velocidad, formas de ataque. Actúa sus reacciones, sobre todo dando vueltas carnero en el sofá o saltando sobre la cama. Después va a tomar la leche y se dedica a alguna otra cosa.
A lo largo del tiempo pasó por muchos estilos. Tengo la colección completa, en un par de cajas (no sólo de los monstruos, claro, también de otros dibujos que hizo en casa).
Este monstruo, el de arriba, es de ayer. Lo pongo aquí porque me parece una síntesis de muchos otros: culminando un largo proceso evolutivo, ya está casi todo hecho de dientes y garras. No hay elementos que no sirvan para la lucha. Y tiene ese ojo único en el centro, que es lo que realmente asusta.
Castelar
[13/3/2003]
Estoy en Castelar, esperando el 136 para volver a casa, hace treinta años. Acabo de salir de lo de mi novia, a las diez o las once de esta noche de invierno. La calle está vacía: ni autos, ni peatones. Hace frío en la parada del colectivo, así que tengo que moverme, patear el piso, apretar las manos en los bolsillos.
Hay pocas luces, tan débiles que no generan sombras. Sé por experiencia que cuando el colectivo aparezca se verá como un fuego artificial, una calesita, un OVNI apurado a tres o cuatro cuadras de distancia. De todas formas mantengo la mirada fija en ese rincón de la calle, apenas visible, de donde saldrá la bestia.
Pero no es el 136 lo que aparece. Viene un auto a toda velocidad. Sólo veo los faros, y eso durante un segundo, menos de un segundo, porque el auto pierde la dirección, da una vuelta sobre sí mismo y se estrella contra un árbol. Es un movimiento rápido, de izquierda a derecha, un rayo fulminante que se acaba mucho antes de que el ruido llegue a mí.
Estiro la cabeza hacia adelante, como para ver mejor. Ya no hay movimiento. Los faros del auto se apagaron. Tampoco hay ruido. En realidad ya no veo nada en ese lugar que queda tal vez a doscientos metros de mí. Parpadeo una vez. La calle sigue vacía. Parpadeo de nuevo. No se abre ninguna puerta, nadie sale a la calle, nadie se asoma por las ventanas ni grita ni llega corriendo ni enciende una luz para que todos podamos ver. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. La noche de invierno sigue su curso como todas las noches.
No estoy seguro de nada. Doy un paso o dos sobre el pavimento, pero tampoco desde ahí se ve lo que pasó. No viene nadie, no va nadie, no existe nadie más que yo en ese lugar, echando vapor por la boca, tal vez con un cigarrillo encendido en la mano, forzando los ojos para que miren donde no hay qué mirar.
Abandono la parada en dirección contraria al accidente. Camino hasta la esquina, y antes de doblar miro hacia atrás por encima del hombro. Sin novedad. Sigo caminando por el mundo vacío. Llego a la otra esquina, cruzo la calle y vuelvo a mirar hacia atrás. Media cuadra después hay otra parada. Me quedo allí, con la respiración agitada, esperando que el simple transcurso del tiempo cambie la historia. Hasta yo mismo llego a creer que vengo de otro lado, que si había algo para ver allá en la parada anterior yo no lo vi porque venía de otra dirección, o estaba todo el tiempo aquí.
Un minuto después aparece el circo sobre ruedas, el 136, como siempre, doblando por esa misma esquina que ahora niego haber doblado. Le hago señas. Para, subo, saco boleto. El colectivero está tranquilo, aburrido. No dice nada. Recorro el pasillo hacia al fondo. Nadie me mira. Los pocos pasajeros están sumergidos en sí mismos, pegados a las ventanillas, arropados en sus abrigos. No les ha ocurrido nada especial en los últimos minutos, ni tal vez en los últimos días, o meses, o en toda la vida.
Me siento atrás de todo. El ritmo de mis latidos se empieza a normalizar. Lentamente, con los años, me convenzo de que fue un sueño.
Estoy en Castelar, esperando el 136 para volver a casa, hace treinta años. Acabo de salir de lo de mi novia, a las diez o las once de esta noche de invierno. La calle está vacía: ni autos, ni peatones. Hace frío en la parada del colectivo, así que tengo que moverme, patear el piso, apretar las manos en los bolsillos.
Hay pocas luces, tan débiles que no generan sombras. Sé por experiencia que cuando el colectivo aparezca se verá como un fuego artificial, una calesita, un OVNI apurado a tres o cuatro cuadras de distancia. De todas formas mantengo la mirada fija en ese rincón de la calle, apenas visible, de donde saldrá la bestia.
Pero no es el 136 lo que aparece. Viene un auto a toda velocidad. Sólo veo los faros, y eso durante un segundo, menos de un segundo, porque el auto pierde la dirección, da una vuelta sobre sí mismo y se estrella contra un árbol. Es un movimiento rápido, de izquierda a derecha, un rayo fulminante que se acaba mucho antes de que el ruido llegue a mí.
Estiro la cabeza hacia adelante, como para ver mejor. Ya no hay movimiento. Los faros del auto se apagaron. Tampoco hay ruido. En realidad ya no veo nada en ese lugar que queda tal vez a doscientos metros de mí. Parpadeo una vez. La calle sigue vacía. Parpadeo de nuevo. No se abre ninguna puerta, nadie sale a la calle, nadie se asoma por las ventanas ni grita ni llega corriendo ni enciende una luz para que todos podamos ver. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. La noche de invierno sigue su curso como todas las noches.
No estoy seguro de nada. Doy un paso o dos sobre el pavimento, pero tampoco desde ahí se ve lo que pasó. No viene nadie, no va nadie, no existe nadie más que yo en ese lugar, echando vapor por la boca, tal vez con un cigarrillo encendido en la mano, forzando los ojos para que miren donde no hay qué mirar.
Abandono la parada en dirección contraria al accidente. Camino hasta la esquina, y antes de doblar miro hacia atrás por encima del hombro. Sin novedad. Sigo caminando por el mundo vacío. Llego a la otra esquina, cruzo la calle y vuelvo a mirar hacia atrás. Media cuadra después hay otra parada. Me quedo allí, con la respiración agitada, esperando que el simple transcurso del tiempo cambie la historia. Hasta yo mismo llego a creer que vengo de otro lado, que si había algo para ver allá en la parada anterior yo no lo vi porque venía de otra dirección, o estaba todo el tiempo aquí.
Un minuto después aparece el circo sobre ruedas, el 136, como siempre, doblando por esa misma esquina que ahora niego haber doblado. Le hago señas. Para, subo, saco boleto. El colectivero está tranquilo, aburrido. No dice nada. Recorro el pasillo hacia al fondo. Nadie me mira. Los pocos pasajeros están sumergidos en sí mismos, pegados a las ventanillas, arropados en sus abrigos. No les ha ocurrido nada especial en los últimos minutos, ni tal vez en los últimos días, o meses, o en toda la vida.
Me siento atrás de todo. El ritmo de mis latidos se empieza a normalizar. Lentamente, con los años, me convenzo de que fue un sueño.
martes, 12 de marzo de 2013
Sin datos
[12/3/2003]
Este dibujo vino hoy en la mochila de Gabriel, de la escuela. No hice preguntas. Con un click en la imagen se puede ver una versión mucho más grande. La versión original ocupa un recorte de papel de unos veinte centímetros de ancho por ocho de alto.
Este dibujo vino hoy en la mochila de Gabriel, de la escuela. No hice preguntas. Con un click en la imagen se puede ver una versión mucho más grande. La versión original ocupa un recorte de papel de unos veinte centímetros de ancho por ocho de alto.
Me dijo
[12/3/2003]
—Se oían los tiros, anoche, no menos de ocho o diez. Tres tipos asaltaron un negocio en Vidal y Juramento y un patrullero los corrió hasta acá, hasta Echeverría y Crámer. Ahí hirieron a dos. El tercero se fue corriendo y lo agarraron por Crámer y Roosevelt. En la vereda de Freddo también quedó herido un viejo que paseaba el perro.
Me lo cuenta mi padre durante el almuerzo, entre un bocado de pollo y otro de ensalada. Mi madre mueve la cabeza de arriba hacia abajo y otra vez hacia arriba. Después comenta:
—Y a mí me dijo que eran cohetes.
—Se oían los tiros, anoche, no menos de ocho o diez. Tres tipos asaltaron un negocio en Vidal y Juramento y un patrullero los corrió hasta acá, hasta Echeverría y Crámer. Ahí hirieron a dos. El tercero se fue corriendo y lo agarraron por Crámer y Roosevelt. En la vereda de Freddo también quedó herido un viejo que paseaba el perro.
Me lo cuenta mi padre durante el almuerzo, entre un bocado de pollo y otro de ensalada. Mi madre mueve la cabeza de arriba hacia abajo y otra vez hacia arriba. Después comenta:
—Y a mí me dijo que eran cohetes.
lunes, 11 de marzo de 2013
La mariposa
[11/3/2003]
La niña corre alegre por el prado, tras una bella mariposa de colores brillantes. Salta la niña hacia aquí, salta hacia allá, atraviesa los altos pastos siguiendo las cabriolas de esa maravillosa criatura que la hipnotiza con su aleteo impredecible. De tan distraída, la niña no advierte que tras unos arbustos hay un profundo barranco. Antes de poder gritar "mamá", la niña siente que se le resbalan los pies y allá va de cabeza hacia las piedras del fondo, diez metros más abajo.
Sin tomarse un descanso, la mariposa vuelve en busca de la siguiente víctima.
La niña corre alegre por el prado, tras una bella mariposa de colores brillantes. Salta la niña hacia aquí, salta hacia allá, atraviesa los altos pastos siguiendo las cabriolas de esa maravillosa criatura que la hipnotiza con su aleteo impredecible. De tan distraída, la niña no advierte que tras unos arbustos hay un profundo barranco. Antes de poder gritar "mamá", la niña siente que se le resbalan los pies y allá va de cabeza hacia las piedras del fondo, diez metros más abajo.
Sin tomarse un descanso, la mariposa vuelve en busca de la siguiente víctima.
domingo, 10 de marzo de 2013
Trópicos
[10/3/2003]
En algún momento de las últimas décadas, los hombres de panza grande bajaron la cintura de sus pantalones del trópico de Cáncer al trópico de Capricornio, cruzando el ecuador del ombligo sin dejar mayores rastros.
En algún momento de las últimas décadas, los hombres de panza grande bajaron la cintura de sus pantalones del trópico de Cáncer al trópico de Capricornio, cruzando el ecuador del ombligo sin dejar mayores rastros.
sábado, 9 de marzo de 2013
Usos comerciales
[9/3/2003]
Hace cosa de un mes se me rompió la pulsera del reloj. Es un Casio barato, así que sin pensarlo dos veces entré a una cualquiera de esas relojerías tan baratas como mi Casio a pedir que la cambiaran. Se llevaron el reloj adentro, y un par de minutos más tarde lo trajeron con la pulsera nueva. Dos días después se acabó la pila, y fue ahí cuando empecé a creer que estoy paranoico. Porque en cuanto volví a la misma relojería barata y pedí que le cambiaran la pila y se llevaron el reloj al mismo interior oscuro de un par de días antes, se me ocurrió que no podía ser tanta casualidad, que algo le habían hecho a la pila allá adentro, para que se acabara pronto y el reloj, es decir yo, tuviera que volver a caer en sus manos.
Está bien: tanto mi salud mental como las prácticas comerciales son asuntos sospechosos. De todas formas, como una golondrina no hace verano, ni pensaría en escribir sobre esto si el episodio del reloj fuera todo lo que tengo para contar sobre el tema.
La semana pasada mi madre le compró a Gabriel unas zapatillas que, a pesar de ser del número correcto, le quedaron muy grandes. Mi mujer y yo fuimos a cambiarlas por un número más chico.
"No tengo el mismo modelo un número más chico", dijo el vendedor, mientras nos proponía otras zapatillas, que en realidad eran del mismo número y de la misma marca pero medían dos centímetros menos, y que venían decoradas con unas rayitas celestes. En otras palabras, unas zapatillas que jamás habríamos llevado como primera elección. Y siguió el vendedor: "En este precio, son las únicas que me quedan."
Mi mujer las aceptó, en parte porque no le disgustaron y en parte porque mis protestas, lo reconozco, salieron en voz demasiado baja. Si bien pensé que había oído el mismo relato cientos de veces al cambiar ropa ("no me queda el mismo modelo en otro talle, y este desecho es lo único que hay si no querés pagar más"), no podía recordar ningún caso concreto. De todas formas se lo dije a mi mujer, cuando salimos: "No me extrañaría que aprovechen los cambios para deshacerse de las cosas que de otro modo no lograrían vender. Más todavía, seguro que si entramos a comprar con plata fresca aparecen las zapatillas que queríamos del número que queríamos."
Y ahora me doy cuenta de algo más: sería poco sorprendente que esos dos centímetros de diferencia entre la medida supuesta de las zapatillas y la medida real no sean un accidente, sino una manera de forzar el cambio y sacarse de encima las zapatillas con rayitas celestes.
Eso sí, sería injusto terminar esto sin dejar sentado que, a pesar de mis prevenciones llenas de racionalidad, a Gabriel las nuevas zapatillas le gustaron mucho, pero mucho más que las anteriores.
Hace cosa de un mes se me rompió la pulsera del reloj. Es un Casio barato, así que sin pensarlo dos veces entré a una cualquiera de esas relojerías tan baratas como mi Casio a pedir que la cambiaran. Se llevaron el reloj adentro, y un par de minutos más tarde lo trajeron con la pulsera nueva. Dos días después se acabó la pila, y fue ahí cuando empecé a creer que estoy paranoico. Porque en cuanto volví a la misma relojería barata y pedí que le cambiaran la pila y se llevaron el reloj al mismo interior oscuro de un par de días antes, se me ocurrió que no podía ser tanta casualidad, que algo le habían hecho a la pila allá adentro, para que se acabara pronto y el reloj, es decir yo, tuviera que volver a caer en sus manos.
Está bien: tanto mi salud mental como las prácticas comerciales son asuntos sospechosos. De todas formas, como una golondrina no hace verano, ni pensaría en escribir sobre esto si el episodio del reloj fuera todo lo que tengo para contar sobre el tema.
La semana pasada mi madre le compró a Gabriel unas zapatillas que, a pesar de ser del número correcto, le quedaron muy grandes. Mi mujer y yo fuimos a cambiarlas por un número más chico.
"No tengo el mismo modelo un número más chico", dijo el vendedor, mientras nos proponía otras zapatillas, que en realidad eran del mismo número y de la misma marca pero medían dos centímetros menos, y que venían decoradas con unas rayitas celestes. En otras palabras, unas zapatillas que jamás habríamos llevado como primera elección. Y siguió el vendedor: "En este precio, son las únicas que me quedan."
Mi mujer las aceptó, en parte porque no le disgustaron y en parte porque mis protestas, lo reconozco, salieron en voz demasiado baja. Si bien pensé que había oído el mismo relato cientos de veces al cambiar ropa ("no me queda el mismo modelo en otro talle, y este desecho es lo único que hay si no querés pagar más"), no podía recordar ningún caso concreto. De todas formas se lo dije a mi mujer, cuando salimos: "No me extrañaría que aprovechen los cambios para deshacerse de las cosas que de otro modo no lograrían vender. Más todavía, seguro que si entramos a comprar con plata fresca aparecen las zapatillas que queríamos del número que queríamos."
Y ahora me doy cuenta de algo más: sería poco sorprendente que esos dos centímetros de diferencia entre la medida supuesta de las zapatillas y la medida real no sean un accidente, sino una manera de forzar el cambio y sacarse de encima las zapatillas con rayitas celestes.
Eso sí, sería injusto terminar esto sin dejar sentado que, a pesar de mis prevenciones llenas de racionalidad, a Gabriel las nuevas zapatillas le gustaron mucho, pero mucho más que las anteriores.
Piano
[9/3/2003]
No sabemos si es un viejo vecino con un piano nuevo, o un nuevo vecino con un viejo piano. Empezó la semana pasada, y desde entonces nos acompaña durante una o dos horas cada día. Está aprendiendo. Toca fragmentos de piezas clásicas (Para Elisa, por ejemplo), de manera que cada siete u ocho notas un dedo cae en dos teclas a la vez. Cuando llega a las partes difíciles se frena un poco. Lo oímos desde el living, en contrapunto con la pelota que Gabriel hace picar, o con Wish you were here que llega desde otro departamento. No estamos solos.
No sabemos si es un viejo vecino con un piano nuevo, o un nuevo vecino con un viejo piano. Empezó la semana pasada, y desde entonces nos acompaña durante una o dos horas cada día. Está aprendiendo. Toca fragmentos de piezas clásicas (Para Elisa, por ejemplo), de manera que cada siete u ocho notas un dedo cae en dos teclas a la vez. Cuando llega a las partes difíciles se frena un poco. Lo oímos desde el living, en contrapunto con la pelota que Gabriel hace picar, o con Wish you were here que llega desde otro departamento. No estamos solos.
Original
[9/3/2003]
Estoy buscando una manera original de decir que, otra vez un domingo, está nublado. Si se me ocurre, vuelvo.
Estoy buscando una manera original de decir que, otra vez un domingo, está nublado. Si se me ocurre, vuelvo.
viernes, 8 de marzo de 2013
jueves, 7 de marzo de 2013
miércoles, 6 de marzo de 2013
El día
[6/3/2003]
Afuera sigue casi a oscuras. La luz de la habitación está apagada. El monitor se refleja de costado en el vidrio de la ventana, como la continuación deforme de otra ventana en el edificio de enfrente. Hay tres zumbidos en frecuencias diferentes: el de la computadora, el de un colectivo que pasa por Crámer y el de un avión que se parece a una luciérnaga en el cielo previo al amanecer. El día empieza con la fuerza de una manada de elefantes en cámara lenta.
Afuera sigue casi a oscuras. La luz de la habitación está apagada. El monitor se refleja de costado en el vidrio de la ventana, como la continuación deforme de otra ventana en el edificio de enfrente. Hay tres zumbidos en frecuencias diferentes: el de la computadora, el de un colectivo que pasa por Crámer y el de un avión que se parece a una luciérnaga en el cielo previo al amanecer. El día empieza con la fuerza de una manada de elefantes en cámara lenta.
Habla como si
[6/3/2003]
Habla como si le faltaran palabras.
Habla como si alguien lo estuviese escuchando.
Habla como si nadie lo estuviese escuchando.
Habla como si lo hubiese pensado antes.
Habla como si fuera espontáneo.
Habla como para sí mismo.
Habla como si estuviera escribiendo.
Habla como si dijera algo nuevo.
Habla como si todos supieran de qué.
Habla como si estuviera discutiendo.
Habla como si fuera sordo.
Habla como si tuviera una ampolla en la lengua.
Habla como si fuera su última oportunidad.
Habla como si fuera urgente.
Habla como si le quedara tiempo.
Habla como si supiera el idioma.
Habla como si fuese extranjero.
Habla como si alguien pudiera creerle.
Habla como si nadie le creyera.
Habla como si fuese verdad.
Habla como si fuese mentira.
Habla como si contara un secreto.
Habla como si acabara de aprender.
Habla como si tuviera algo que decir.
De las noticias del día
[6/3/2003]
puso
seguirán
paso
crimen
cáncer
candidatura
bombardeos
anotó
carnaval
fotos
rastrear
ambientalistas
secretas
sancionar
corto
pocos
acerca
auge
perpetua
desfilar
ómnibus
comité
éxito
mantendría
festival
ordenó
grandes
acatará
disminuye
plata
proteger
sin
por
no
puso
seguirán
paso
crimen
cáncer
candidatura
bombardeos
anotó
carnaval
fotos
rastrear
ambientalistas
secretas
sancionar
corto
pocos
acerca
auge
perpetua
desfilar
ómnibus
comité
éxito
mantendría
festival
ordenó
grandes
acatará
disminuye
plata
proteger
sin
por
no
lunes, 4 de marzo de 2013
Pulido
[4/3/2003]
Seguramente alguien pule algo, allá en el edificio de enfrente. Pero suena como el torno de un dentista a dos metros de distancia. Está ahí desde hace unos diez minutos. Frenadas y aceleraciones, gritos, ladridos de perros, sirenas de ambulancias y policía, ruidos que en general odio, ahora resultan un descanso y los agradezco.
Seguramente alguien pule algo, allá en el edificio de enfrente. Pero suena como el torno de un dentista a dos metros de distancia. Está ahí desde hace unos diez minutos. Frenadas y aceleraciones, gritos, ladridos de perros, sirenas de ambulancias y policía, ruidos que en general odio, ahora resultan un descanso y los agradezco.
Universos paralelos
[4/4/2003]
Los universos paralelos existen, y están todos en una cuadra de la avenida Cabildo. Cada uno consiste en un grupo de personas distribuidas en esa cuadra, que pueden conocerse entre sí o no, pero tienen en común intereses de alguna clase. Uno cualquiera de esos universos sólo interactúa con los demás en caso de accidente o extrema necesidad. Si bien hay elementos que pueden pasarse de un universo a otro, cuando algo así sucede se trata siempre de una transición difícil, hasta traumática, para la persona involucrada y a veces para otras.
Por ejemplo, la gente que va en vehículos forma tres universos que se relacionan pero no al punto de perder su paralelitud:
1. Los taxistas van atentos a su marcha en fila india y a las reglas complicadas que los atan entre sí. Algunos bordean un colectivo detenido igual que un camino de hormigas bordea una piedra.
2. Los colectiveros mueven sus ballenas con ruedas en arcos extensos, del cordón al carril central y vuelta al cordón, intercambiando posiciones unos con otros en una especie de trenza, cuidándose de los demás colectiveros pero manejando como si no hubiera nadie más en la calle. En cada colectivo, varias personas tratan de ignorarse mutuamente, pero como todas pertenecen al mismo universo, no lo logran.
3. Cada automovilista dedica algo de su energía al odio de taxistas y colectiveros, pero sabe que nada puede hacer contra ellos. Entonces se dedica con pasión a despreciar a los otros automovilistas, esos inútiles que no saben manejar.
La gente que está en las veredas y en los negocios forma muchos universos, más complejos y difíciles de describir que los del asfalto. A modo de ejemplo:
1. Las chicas de cierto segmento de edades sólo miran a los chicos de cierto segmento de edades, y viceversa. También hay subdivisiones relativas al nivel social, al aspecto físico y al estilo, todo con un nivel de especificidad que no se encuentra en otros animales.
2. Los kiosqueros perciben el movimiento de gente como ruido, a la manera de esos estímulos que de tan repetidos ya no provocan reacción. Sólo están atentos a quienes se acercan, para dividirlos en dos grandes categorías: los clientes y los que buscan la parada del colectivo.
3. Quienes venden artesanías, ropa interior o discos piratas se miran entre sí, hablan con sus amigos, esperan la señal de levantar todo en cuanto se acerca un peligro.
4. La gente mayor camina del brazo mirando las baldosas que han quedado cubiertas de cicatrices de accidentes pasados.
5. Los chicos, que perciben la cuadra como un parador de lobos marinos entre los que sólo ellos pueden moverse con velocidad, van pendientes de otros chicos, de los kioscos de golosinas y de sus padres.
Hay muchos más, pero detengámonos aquí para considerar lo siguiente: todos estos universos forman una densa red de información, pero a la manera de las frecuencias de radio, cada uno consigue que su propia información atraviese las otras sin ser modificada. Sus integrantes están sintonizados con la frecuencia que les importa, y todo lo demás resulta, a lo sumo, una carga de estática.
(Estoy yendo a la farmacia a comprar un líquido para lentes de contacto. Llevo en la mano un frasquito vacío, de otro líquido para lentes de contacto, por el cual me van a hacer un descuento debido a que hay promoción especial. Por el momento, creo que para todos soy ruido.)
Los universos paralelos existen, y están todos en una cuadra de la avenida Cabildo. Cada uno consiste en un grupo de personas distribuidas en esa cuadra, que pueden conocerse entre sí o no, pero tienen en común intereses de alguna clase. Uno cualquiera de esos universos sólo interactúa con los demás en caso de accidente o extrema necesidad. Si bien hay elementos que pueden pasarse de un universo a otro, cuando algo así sucede se trata siempre de una transición difícil, hasta traumática, para la persona involucrada y a veces para otras.
Por ejemplo, la gente que va en vehículos forma tres universos que se relacionan pero no al punto de perder su paralelitud:
1. Los taxistas van atentos a su marcha en fila india y a las reglas complicadas que los atan entre sí. Algunos bordean un colectivo detenido igual que un camino de hormigas bordea una piedra.
2. Los colectiveros mueven sus ballenas con ruedas en arcos extensos, del cordón al carril central y vuelta al cordón, intercambiando posiciones unos con otros en una especie de trenza, cuidándose de los demás colectiveros pero manejando como si no hubiera nadie más en la calle. En cada colectivo, varias personas tratan de ignorarse mutuamente, pero como todas pertenecen al mismo universo, no lo logran.
3. Cada automovilista dedica algo de su energía al odio de taxistas y colectiveros, pero sabe que nada puede hacer contra ellos. Entonces se dedica con pasión a despreciar a los otros automovilistas, esos inútiles que no saben manejar.
La gente que está en las veredas y en los negocios forma muchos universos, más complejos y difíciles de describir que los del asfalto. A modo de ejemplo:
1. Las chicas de cierto segmento de edades sólo miran a los chicos de cierto segmento de edades, y viceversa. También hay subdivisiones relativas al nivel social, al aspecto físico y al estilo, todo con un nivel de especificidad que no se encuentra en otros animales.
2. Los kiosqueros perciben el movimiento de gente como ruido, a la manera de esos estímulos que de tan repetidos ya no provocan reacción. Sólo están atentos a quienes se acercan, para dividirlos en dos grandes categorías: los clientes y los que buscan la parada del colectivo.
3. Quienes venden artesanías, ropa interior o discos piratas se miran entre sí, hablan con sus amigos, esperan la señal de levantar todo en cuanto se acerca un peligro.
4. La gente mayor camina del brazo mirando las baldosas que han quedado cubiertas de cicatrices de accidentes pasados.
5. Los chicos, que perciben la cuadra como un parador de lobos marinos entre los que sólo ellos pueden moverse con velocidad, van pendientes de otros chicos, de los kioscos de golosinas y de sus padres.
Hay muchos más, pero detengámonos aquí para considerar lo siguiente: todos estos universos forman una densa red de información, pero a la manera de las frecuencias de radio, cada uno consigue que su propia información atraviese las otras sin ser modificada. Sus integrantes están sintonizados con la frecuencia que les importa, y todo lo demás resulta, a lo sumo, una carga de estática.
(Estoy yendo a la farmacia a comprar un líquido para lentes de contacto. Llevo en la mano un frasquito vacío, de otro líquido para lentes de contacto, por el cual me van a hacer un descuento debido a que hay promoción especial. Por el momento, creo que para todos soy ruido.)
domingo, 3 de marzo de 2013
Traducciones bondadosas
[3/3/2003]
Nos gustaba escuchar música en inglés, pero no teníamos las letras. Era difícil conseguirlas a fines de los sesenta y principios de los setenta. Había que descifrarlas a puro oído, con el problema de que los cantantes tenían acentos más extraños que nuestras profesoras, decían cosas más raras, y en nuestro inglés había lagunas del tamaño de un océano. Así, era inevitable que las inclinaciones de cada uno influyeran en lo que decían nuestros héroes musicales.
Mi amiga era bondadosa. Sabía más inglés que yo, con lo que tenía la última palabra, y esa última palabra solía ser más benigna, más piadosa que la oficial.
Recuerdo dos ejemplos de canciones "malentendidas", que por muchos años fueron increíblemente diferentes de la versión que el resto del mundo llamaba auténtica.
Una era Mean Mr. Mustard, de los Beatles, la misma que quien traducía los títulos de las canciones para la edición local había bautizado tan creativamente "Significa Señor Mostaza". Según mi amiga, una parte decía: "His sister Pam works in a club. She never stops, she's a good girl, oh!" Me llevó diez o quince años descubrir que el resto del mundo entendía otra cosa: "she's a go-getter."
La otra canción fue Just like a woman, de Bob Dylan. Mi amiga me explicó, porque yo a él no le entendía nada, que en el estribillo cantaba: "She takes just like a woman,/ She makes love just like a woman,/ She aches just like a woman/ But she prays just like a little girl." Era conmovedor. Sólo el año pasado supe que ese mundo cruel que está allá afuera, empezando por el autor de la canción, no entiende "but she prays". Entiende "but she breaks".
Nos gustaba escuchar música en inglés, pero no teníamos las letras. Era difícil conseguirlas a fines de los sesenta y principios de los setenta. Había que descifrarlas a puro oído, con el problema de que los cantantes tenían acentos más extraños que nuestras profesoras, decían cosas más raras, y en nuestro inglés había lagunas del tamaño de un océano. Así, era inevitable que las inclinaciones de cada uno influyeran en lo que decían nuestros héroes musicales.
Mi amiga era bondadosa. Sabía más inglés que yo, con lo que tenía la última palabra, y esa última palabra solía ser más benigna, más piadosa que la oficial.
Recuerdo dos ejemplos de canciones "malentendidas", que por muchos años fueron increíblemente diferentes de la versión que el resto del mundo llamaba auténtica.
Una era Mean Mr. Mustard, de los Beatles, la misma que quien traducía los títulos de las canciones para la edición local había bautizado tan creativamente "Significa Señor Mostaza". Según mi amiga, una parte decía: "His sister Pam works in a club. She never stops, she's a good girl, oh!" Me llevó diez o quince años descubrir que el resto del mundo entendía otra cosa: "she's a go-getter."
La otra canción fue Just like a woman, de Bob Dylan. Mi amiga me explicó, porque yo a él no le entendía nada, que en el estribillo cantaba: "She takes just like a woman,/ She makes love just like a woman,/ She aches just like a woman/ But she prays just like a little girl." Era conmovedor. Sólo el año pasado supe que ese mundo cruel que está allá afuera, empezando por el autor de la canción, no entiende "but she prays". Entiende "but she breaks".
Falsos positivos
[3/3/2003]
Qué molesto resulta que cada treinta o cuarenta piezas de spam se esconda algún mensaje de un amigo, o laboral, o que por una razón u otra debo leer. Por culpa de esos pocos mensajes me veo obligado a recorrerlos todos, mirando con lupa, en vez de borrarlos de un solo teclazo.
Qué molesto resulta que cada treinta o cuarenta piezas de spam se esconda algún mensaje de un amigo, o laboral, o que por una razón u otra debo leer. Por culpa de esos pocos mensajes me veo obligado a recorrerlos todos, mirando con lupa, en vez de borrarlos de un solo teclazo.
viernes, 1 de marzo de 2013
Pelo
[1/3/2003]
Después de seis meses sin pisar la peluquería, acabo de hacerme cortar el pelo. Para qué. Ahora, en la calle, todos me tratan otra vez de "usted".
Después de seis meses sin pisar la peluquería, acabo de hacerme cortar el pelo. Para qué. Ahora, en la calle, todos me tratan otra vez de "usted".
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