miércoles, 13 de marzo de 2013

Castelar

[13/3/2003]

Estoy en Castelar, esperando el 136 para volver a casa, hace treinta años. Acabo de salir de lo de mi novia, a las diez o las once de esta noche de invierno. La calle está vacía: ni autos, ni peatones. Hace frío en la parada del colectivo, así que tengo que moverme, patear el piso, apretar las manos en los bolsillos.

Hay pocas luces, tan débiles que no generan sombras. Sé por experiencia que cuando el colectivo aparezca se verá como un fuego artificial, una calesita, un OVNI apurado a tres o cuatro cuadras de distancia. De todas formas mantengo la mirada fija en ese rincón de la calle, apenas visible, de donde saldrá la bestia.

Pero no es el 136 lo que aparece. Viene un auto a toda velocidad. Sólo veo los faros, y eso durante un segundo, menos de un segundo, porque el auto pierde la dirección, da una vuelta sobre sí mismo y se estrella contra un árbol. Es un movimiento rápido, de izquierda a derecha, un rayo fulminante que se acaba mucho antes de que el ruido llegue a mí.

Estiro la cabeza hacia adelante, como para ver mejor. Ya no hay movimiento. Los faros del auto se apagaron. Tampoco hay ruido. En realidad ya no veo nada en ese lugar que queda tal vez a doscientos metros de mí. Parpadeo una vez. La calle sigue vacía. Parpadeo de nuevo. No se abre ninguna puerta, nadie sale a la calle, nadie se asoma por las ventanas ni grita ni llega corriendo ni enciende una luz para que todos podamos ver. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir. La noche de invierno sigue su curso como todas las noches.

No estoy seguro de nada. Doy un paso o dos sobre el pavimento, pero tampoco desde ahí se ve lo que pasó. No viene nadie, no va nadie, no existe nadie más que yo en ese lugar, echando vapor por la boca, tal vez con un cigarrillo encendido en la mano, forzando los ojos para que miren donde no hay qué mirar.

Abandono la parada en dirección contraria al accidente. Camino hasta la esquina, y antes de doblar miro hacia atrás por encima del hombro. Sin novedad. Sigo caminando por el mundo vacío. Llego a la otra esquina, cruzo la calle y vuelvo a mirar hacia atrás. Media cuadra después hay otra parada. Me quedo allí, con la respiración agitada, esperando que el simple transcurso del tiempo cambie la historia. Hasta yo mismo llego a creer que vengo de otro lado, que si había algo para ver allá en la parada anterior yo no lo vi porque venía de otra dirección, o estaba todo el tiempo aquí.

Un minuto después aparece el circo sobre ruedas, el 136, como siempre, doblando por esa misma esquina que ahora niego haber doblado. Le hago señas. Para, subo, saco boleto. El colectivero está tranquilo, aburrido. No dice nada. Recorro el pasillo hacia al fondo. Nadie me mira. Los pocos pasajeros están sumergidos en sí mismos, pegados a las ventanillas, arropados en sus abrigos. No les ha ocurrido nada especial en los últimos minutos, ni tal vez en los últimos días, o meses, o en toda la vida.

Me siento atrás de todo. El ritmo de mis latidos se empieza a normalizar. Lentamente, con los años, me convenzo de que fue un sueño.

5 comentarios:

  1. Y esas luces mortecinas brillando en el pavimento mojado, los árboles pelados, y el 136 dándo la vuelta desde Zeballos por Martín Irigoyen, parando en la esquina de Anatole France a una cuadrita de Mansión Seré (pensar que viví a dos cuadras de la infausta mansión, sin imaginar jamás cual sería su fín). Último recurso el 136, para las salidas tarde de casa y el tirón hasta la estación no daba tiempo para tomar el tren.
    Cuando estuve en Bariloche, ya camino al aeropuerto, le pedí a mi hijo que pasara por la que había sido nuestra casa durante muchísimos años, por no reconocer, ni reconocí el barrio. Conclusión: los recuerdos están en la mente, pocas veces en los lugares,es imposible aprehender las emociones pretéritas.
    De todas maneras gracias, por la historia, muy bien podría haberse empotrado en casa, mis padres terminaron poniendo rieles para proteger la esquina, un domingo contabilizamos tres choques.
    Podrías por una milésima de segundo haber visto el pasado, en la esquina de casa te aseguro corrió sangre (Irigoyen y Becquer). Y si era así en la mía, no te cuento en Zeballos, Buenos Aires o Mitre y se acabó Castelar.

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  2. Me sorprendiste, Sue. No imaginé que hubieras vivido en Castelar, ni esperaba tanto conocimiento del barrio. Está claro que podés imaginarte la escena como si la hubieses vivido vos misma.

    Estuve muchas noches en la parada sobre la cual escribí, a pocas cuadras de las calles que nombrás, en dirección a Morón. Para ser preciso: en la Avenida del Libertador (que era en realidad una callecita, mano única, nada del otro mundo), a media cuadra de Bartolomé Mitre, donde el 136 doblaba.

    En cuanto al recuerdo/sueño, ya escribí antes sobre experiencias similares, que no sé si viví, me imaginé o soñé, y ahora están en un lugar intermedio entre la realidad y la fantasía. Esta es especialmente fuerte, y tardé bastante en animarme a relatarla.

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  3. ¡Ah, al fin un afín! A mi me pasa muy frecuentemente que al día siguiente de soñar experimento una sensación de estar mas en el sueño que en la realidad, es una sensación no cerebral, es emocional, siempre tengo la impresión de haber estado en otra dimensión o haber hecho un viaje astral.
    Es como comer sardinas, luego estas todo el día con el sonsonete en la cabeza.
    Es como esas músicas pegadizas, pero como si estuviera arropada, con un calorcillo interno dificil de explicar.
    En cuanto a Castelar, fuí al Sagrado Corazón y luego al Nacional de Morón frente a la Plaza, la vieja municipalidad.
    Cuando Paz, recopilando datos sobre la represión, me trajo un mapa para preguntarme sobre la mansión Seré, sobre esa calle vivían 4 amigas y compañeras de colegio, una de ellas se pasó toda la primaria justo delante mío en las listas, Cecilia Fernandez Silva. No me lo puedo ni imaginar, si estaban casi puerta con puerta de la casa del Dr. Rino, sus hijas gemelas tambien hicieron conmigo toda la primaria. Da repeluz.

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  4. Impresionante, Sue. Por las épocas de la última dictadura yo ya no frecuentaba Castelar (vivía en Ramos Mejía, tenía otra novia...). Pero antes, durante Onganía y subsiguientes, también estuve en el Nacional de Morón. Pasé por el de la plaza, pero luego me tocó el edificio nuevo.

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  5. Yo también viví en Castelar, fuí al Sagrado COrazon, mis antiguas amigas a las que ya no veo vivían cerc de casa, yo vivía en Anatole France y Aristóbulo del valle, muchos recuerdos, mis primeras fiestas, salidas...

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