viernes, 22 de febrero de 2013

Para el autor, el tiempo pasa

[22/2/2003]

En alguna página de Vivir para contarla, García Márquez escribió que acababa de morir su madre, a una edad muy avanzada, casi al mismo tiempo que él terminaba ese tomo de sus memorias.

Muchas páginas después se cuenta de unos muebles que Gabito regaló a sus padres, y que alrededor de medio siglo más tarde todavía están en uso. Sin que lo diga directamente, se entiende que es su madre quien todavía usa los muebles.

Al llegar a este segundo momento tengo la sensación imparable de que el libro está vivo. No sólo eso: ha dado un coletazo de serpiente. Es el efecto, que por algún motivo se me hace temible, de descubrir el paso del tiempo en la vida del narrador.

Quien escribió sobre los muebles "en uso" no sabía nada del momento en que, un tiempo más tarde, pero al corregir una página anterior, escribiría sobre la muerte de su madre. Ese narrador tenía menos conocimientos que yo, el lector. Ignoraba cosas que sólo un narrador más tardío llegaría a anotar. Y no era su intención que yo me diera cuenta.

Estamos acostumbrados a que el narrador exista en un tiempo nulo. Es como si hubiera escrito su libro (cualquier libro) en un día, un minuto, un segundo. En el libro el tiempo pasa, pero no así en la voz del narrador. Más todavía, si algún revisor final del libro de García Márquez hubiera encontrado ese detalle de los muebles, esa ignorancia impensable, seguramente habría buscado el modo de corregirla.

Hay formas literarias en las que el tiempo en el presente del autor es esencial, como los diarios personales. Pero se trata de una excepción. Lo usual es que el narrador hable de otros tiempos, incluso si se trata de su propia existencia.

Hay entonces, en la literatura, una dimensión a la que no tenemos acceso. La puerta tiene un cartel que dice "Prohibida la entrada", y la han cerrado con todas las llaves del mundo. Asusta un poco que de pronto aparezca entreabierta.

1 comentario:

  1. Polo dice:
    23/02/2003 a las 17:23
    esa “incursión involuntaria” (las comillas indican la intensión opuesta) del tiempo de la escritura son como, según diría Keats, una lanza que se clava en la nuca del lector…
    A mi me suele pasar cuando leo a Borges, y en el caso de JL la “involuntariedad” es absolútamente maliciosa.
    Lo que realmente te eriza los pelitos de la nuca es que estas “incoherencias temporales” delaten el tiempo de la misma escritura y no los tiempos de un personaje o de un narrador… es en esos momentos cuando el autor se nos hace vecino y par.

    Eduardo dice:
    24/02/2003 a las 7:28
    A eso me refería, al “tiempo de la misma escritura”, como muy bien decís.

    dani dice:
    21/07/2006 a las 8:03
    llo kiero morir

    sahra dice:
    21/05/2007 a las 1:44
    muy linda l apagina

    sahra dice:
    21/05/2007 a las 1:48
    que linda la pagina

    ResponderEliminar