[28/12/2002]
Víctor, el portero del edificio donde vivíamos antes, tenía sentido del humor. Una vez bajé con unas pantuflas que exhibían tres o cuatro colores chillones de combinación imposible.
—Me las compró mi mujer —le dije a Víctor—, y ahora las tengo que usar.
Él me miró a los pies, luego a la cara, y sonrió:
—Eso es amor.
*
Luis, el portero principal del edificio donde vivimos ahora, también tiene sentido del humor. Cuando nos mudamos hicimos traer un sofá gigantesco, que llegó envuelto en cartones y telas que lo hacían irreconocible. Cuatro hombres lo cargaron en sus hombros, bien horizontal y longilíneo, y así lo llevaron por la larga entrada de las cocheras. Luis me echó una mirada cómplice, inclinó la cabeza como si estuviera repentinamente triste, y dijo:
—Pensar que era un buen hombre.
A partir de ahí, y por los segundos que duró el cortejo fúnebre, no pude dejar de reírme.
El Portero del edificio en que vivía de chico no tenía sentido del humor, en lo absoluto. Yo pasaba con mi patineta Leccese, y el me tiraba con su llavero de portero.
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