Interrumpimos nuestra programación habitual para dar espacio a un relato de Mario Levrero, que el autor me envió por email con la autorización explícita para publicarlo aquí, y la aclaración de que todavía es un borrador.
El bicho peludo
por Mario Levrero
Abrí la puerta del apartamento para salir, y se metió rápidamente un bicho negro, peludo; demasiado grande para araña, pensé. Tenía que ser un perro chico, un cachorrito. Cerré la puerta y empecé a buscarlo; se había escondido. Durante un rato no hubo forma de encontrarlo. Al fin, al mover un sillón, salió de atrás a toda velocidad y volvió a esconderse. Me armé de paciencia y seguí buscando, pero me cansé sin haberlo encontrado. Como tenía que salir, salí. Al volver, dos horas más tarde, el bicho seguía escondido. En la cocina puse un plato en el piso y le eché un poco de leche. Me senté en un sillón del living y me quedé quieto, esperando. Desde ahí podía ver la puerta de la cocina, abierta, y el plato en el suelo. En algún momento tendría que aparecer, pensaba yo.
Y apareció, mucho más tarde, moviéndose con cautela; venía desde el corredor que da al dormitorio. Se metió en la cocina pero no le prestó atención al plato con leche. Se movía con rapidez y con gran liviandad, casi como si flotara, explorando la cocina, que sin duda no había podido explorar en mi ausencia porque la puerta había quedado cerrada. Después salió de la cocina y se quedó mirándome cerca de la puerta. Digo que me miraba, pero no sé con qué, tenía tanto pelo que no se le veían los ojos. Hasta me pareció que no tenía ojos. Tampoco llegué a verle patas; parecía que fuese sólo una masa de pelos negros.
Cuando me fui a acostar, cerré la puerta del dormitorio para que no se metiera. Nunca cierro esa puerta porque me gusta que circule bastante aire, y con la puerta cerrada me parece que me asfixio, por más que siempre se cuela alguna corriente de aire entre las junturas de las ventanas. Cuando desperté al otro día, el bicho estaba en la cama, a los pies de la cama, como enrollado sobre sí mismo sobre la frazada. Pensé que lo iba a agarrar dormido, y me pregunté que haría con él cuando lo agarrara. Pero apenas me moví, se movió, y se filtró rápidamente por abajo de la puerta. Es una puerta de madera, y no de metal como la de la cocina, y hay como un dedo de luz entre la parte inferior de la hoja y el piso. Entendí entonces que no era un perro. Era sólo pelo. Después lo pude comprobar, mirándolo al trasluz cuando se paseaba por el alféizar de alguna ventana; no había propiamente un cuerpo, ni patas, ni ojos, ni nada. Tampoco comía ni bebía nada. Y no sé si dormía, o si de noche simplemente se acomodaba a los pies de la cama buscando compañía. Ni siquiera buscaba calor, porque se ponía lejos de mi cuerpo.
Nunca me picó, ni me mordió, ni me hizo daño alguno; pero tampoco hicimos amistad. Siempre que trataba de acercarme, se movía muy rápido para ponerse fuera de mi alcance. Después de algunos intentos, no volví a insistir. Ya vendrá solo, pensé, pero nunca vino.
Mientras estuvo en mi casa, durante un par de años, nadie alcanzó a verlo; ni siquiera la empleada, que venía dos veces por semana, en alguna de sus limpiezas a fondo. No sé dónde se escondería. Mis visitas nunca sospecharon su existencia, ni siquiera las mujeres que ocasionalmente se quedaban a dormir; esas noches el bicho no aparecía en el dormitorio. Y al día siguiente no se mostraba resentido ni variaba en lo más mínimo su conducta de siempre.
Una tarde de verano estaba apoyado en el alféizar de la ventana más grande del living, su lugar favorito. Las otras ventanas estaban también abiertas, por el calor. Hubo un soplo de viento que formó una fuerte corriente de aire en el apartamento y se lo llevó; lo vi alejarse con la ráfaga y después ir descendiendo lentamente hasta que otra ráfaga lo levantaba y lo hacía cambiar de dirección. Yo lo seguí con la vista hasta que dejé de verlo.
[22/7/2012]
Estaba recién escrito. Apareció por primera vez en la Mágica Web. Después Jorge lo incluyó en el libro Los carros de fuego (Trilce, Montevideo, 2003).
Estaba recién escrito. Apareció por primera vez en la Mágica Web. Después Jorge lo incluyó en el libro Los carros de fuego (Trilce, Montevideo, 2003).
Una tarde, hace tiempo, con un compañero de trabajo, nos anduvimos descubriendo un par de viejas coincidencias apolilladas. Primero fue Robert Sheckley, un escritor de ciencia ficción de los ´50. Después fue "Willy Wonka y la fábrica de chocolates", una película que supo ser buena hasta 1981. Y finalmente, la revista "Juegos". Y con la revista, Alvar Tot y su boliche.
ResponderEliminar-Alvar Tot es Mario Levrero, un escritor uruguayo- me dijo - ¿Leíste algo?
-Creo que algún cuento...- es duro para un porteño aceptar que no sabe, que no conoce.
-¿Viajaste a París?
-Nop- ("Creo que alguna vez" hubiese sido una mentira insostenible).
-Entonces todavía estás a tiempo de leer "París" de Levrero- (París de Levrero. En ese tiempo ya sonaba indivisible) -Es un libro increíble. Tenés que leerlo. Tenés que leerlo antes de viajar alguna vez a París.
-¿Tan bueno está?
-Qué culo tenés que todavía no viajaste a París.
Desde ese día recorro gentilmente las librerías de Buenos Aires con la esperanza de conseguirlo. Pero no hay caso.
Hasta hoy anduve posponiendo el viaje. Un poco por romántico otro poco porque no me alcanza para el pasaje.
Hasta hoy.
Que luego de leer un cuento de Salinger en una página de internet, comencé a navegar como un desaforado en busca de nuevas aventuras.
Y me acordé de Alvar Tot.
Y de su boliche.
Y de "París" de Levrero.
Y llegué hasta acá.
¿Cómo hago para leerlo?
Encontré esta dirección de mail en internet. Y también recordé con mucho cariño su sección en "Juegos". Espero no molestar.
Muchas gracias.
Yago Fandiño
Bien, vengo al boliche de Internet del chino, llueve un poco y me pongo a buscar información sobre Mario Levrero.
ResponderEliminarEs que en estas últimas noches tuve un poco de insomnio, y como siempre pasa, suelo sacar algo de la bibliotequita que tengo y esta vez resultó ser una vieja Péndulo que tenía la novela corta El Lugar.
Esta vez leí El Lugar de la mitad hacia adelante,
donde el relato fluye más rápido y donde mi memoria falla al recordar los hechos que allí acontecen.
Entonces hoy, recuerdo al pibe que la leyó por primera vez (hubo dos veces más después, por lo menos) hace unos veinte años, y me pregunto que será de la vida de este autor.
Pues nada.
Pues todo.
Si alguien tiene una respuesta, muchas gracias son dadas por adelantado.
-J.-