Cuando era chico no me dejaban rascar las picaduras de mosquitos. Recién ahora, tras muchos años de vida adulta, se me ocurre que puedo violar la prohibición y disfrutar de una buena vez ese gigantesco placer.
[1/2/2013]
(Sin saber que venía este post de la Mágica Web, hace unos días escribí lo que sigue.)
Desde el domingo tengo una picadura de mosquito en la parte inferior de la palma de la mano izquierda, en esa zona donde arranca la serie de huesos que acaba formando el pulgar. Me pica. Me rasco.
Cuando era chico, mi vieja me tenía prohibido rascarme las picaduras. Si me rascaba me iba a lastimar. Era peor rascarse.
Un día, en la pileta del club Don Bosco, estaba con dos compañeros de la escuela, Marcelo y D'Aquino (eran pocos los que tenían el honor de ser conocidos por sus nombres de pila). D'Aquino estaba cubierto de picaduras de mosquito convertidas en manchas lastimadas. Se rascaba.
—¿A vos te dejan rascarte las picaduras? —pregunté.
D'Aquino me miró sin entender. ¿Cómo? ¿Que tengan que dejarte que te rasques, o no dejarte? ¿A quién se le ocurre no dejarte que te rasques?
Era una buena oportunidad para empezar a darme cuenta de que las limitaciones impuestas por mi vieja no eran necesariamente lógicas o sanas. Pero no, me quedé pensando que a D'Aquino no lo cuidaban bien, o que en el mundo había gente verdaderamente extraña.
Pobre D'Aquino, él y sus picaduras rascadas. Yo me rascaba alrededor de las picaduras, cerca pero no justo en el lugar, para no lastimarme. Todavía lo hago, a veces, hasta que me doy cuenta.
Esta picadura que tengo desde el domingo me la rasco. Molesta en ese lugar. Tengo otra en el dorso de la mano derecha, en la base del dedo mayor, pero esa no pica, o pica poco. Sospecho que la del pulgar (o esa zona que ya es pulgar si uno piensa en el esqueleto, pero no tanto mirándose la mano), que la del pulgar jode más porque está mucho tiempo sobre la fuente de calor de la notebook, y el calor empeora estas cosas (más que rascarse, tal vez).
(Sí, escribo muchas cosas sueltas, pero ahora no las publico en un blog como hacía en los comienzos de la Mágica Web. Bueno, publico alguna, como esta vez, pero nada sistemático ni predeterminado, solo cuando me vienen ganas.)
(Sin saber que venía este post de la Mágica Web, hace unos días escribí lo que sigue.)
Desde el domingo tengo una picadura de mosquito en la parte inferior de la palma de la mano izquierda, en esa zona donde arranca la serie de huesos que acaba formando el pulgar. Me pica. Me rasco.
Cuando era chico, mi vieja me tenía prohibido rascarme las picaduras. Si me rascaba me iba a lastimar. Era peor rascarse.
Un día, en la pileta del club Don Bosco, estaba con dos compañeros de la escuela, Marcelo y D'Aquino (eran pocos los que tenían el honor de ser conocidos por sus nombres de pila). D'Aquino estaba cubierto de picaduras de mosquito convertidas en manchas lastimadas. Se rascaba.
—¿A vos te dejan rascarte las picaduras? —pregunté.
D'Aquino me miró sin entender. ¿Cómo? ¿Que tengan que dejarte que te rasques, o no dejarte? ¿A quién se le ocurre no dejarte que te rasques?
Era una buena oportunidad para empezar a darme cuenta de que las limitaciones impuestas por mi vieja no eran necesariamente lógicas o sanas. Pero no, me quedé pensando que a D'Aquino no lo cuidaban bien, o que en el mundo había gente verdaderamente extraña.
Pobre D'Aquino, él y sus picaduras rascadas. Yo me rascaba alrededor de las picaduras, cerca pero no justo en el lugar, para no lastimarme. Todavía lo hago, a veces, hasta que me doy cuenta.
Esta picadura que tengo desde el domingo me la rasco. Molesta en ese lugar. Tengo otra en el dorso de la mano derecha, en la base del dedo mayor, pero esa no pica, o pica poco. Sospecho que la del pulgar (o esa zona que ya es pulgar si uno piensa en el esqueleto, pero no tanto mirándose la mano), que la del pulgar jode más porque está mucho tiempo sobre la fuente de calor de la notebook, y el calor empeora estas cosas (más que rascarse, tal vez).
(Sí, escribo muchas cosas sueltas, pero ahora no las publico en un blog como hacía en los comienzos de la Mágica Web. Bueno, publico alguna, como esta vez, pero nada sistemático ni predeterminado, solo cuando me vienen ganas.)
Sikanda dice:
ResponderEliminar02/02/2003 a las 2:15
Si no? que cosas que me acuerdo que a mi tampoco, y ahora es tan normal para mi… me pregunto ahora pro qué era eso de prohibirnos algo tan elemental y de tanto placer como rascarnos…
Estos adultos tan complicados no?
Michel dice:
02/02/2003 a las 13:14
Esa es una de las grandes dudas existenciales. Otra gran duda existencial: ¿por qué cuando uno es chico la gaseosa te tiene que durar para toda la comida?
Andrea dice:
02/02/2003 a las 14:20
Y hay más… ¿qué tal comer una enorme barra de chocolate antes del almuerzo o la cena? Creo que el placer proporcionado por el chocolate se empequeñece al lado del placer de sentir que finalmente uno puede ser dueño de sus actos…
Sikanda dice:
04/02/2003 a las 1:09
Y no les ha pasado que ahora que son grandes ya no les `provoca como antes el dulce, el chocolate y esas cosas? será algo psicológico? digo, porque ya no sea algo “prohibido”…?
Eduardo dice:
04/02/2003 a las 8:46
Es verdad, Sikanda/Norya. Tengo la impresión de que la lista de prohibiciones va cambiando con el tiempo, y por lo tanto la lista de intereses…