Fui a luchar contra el Bagrub. Armado con mi colección de objetos mágicos, trepé por la ladera de la montaña hasta más allá de los últimos árboles. La caverna estaba escondida en un pliegue de las rocas. Había tormenta. Avancé hasta la entrada, sin prestar atención a los rayos que caían a mi alrededor.
Aliento venenoso, garras por docenas, el Bagrub ocupa tanto espacio en nuestras leyendas que sin él no habría nada que contar por las noches, alrededor del fuego. Ahora estaba cerca de mí, acechando en algún rincón de la caverna. Si yo tenía miedo de algo, era de sus cuernos afilados como espadas, y de sus ojos grises que quemaban la madera con sólo verla.
La caverna parecía desierta. Uno de los trucos del Bagrub: simular su propia ausencia. Pero el mismo silencio era una prueba de que estaba allí: nadie puede oír al Bagrub. Y la falta de olores: nadie puede oler al Bagrub.
Encendí la antorcha. Entré tropezando. Las paredes de roca chorreaban líquidos viscosos y oscuros. Pero los líquidos no eran una prueba de la presencia del Bagrub, sino de monstruos diferentes, que estaban a cargo de otros guerreros de la tribu. Caminé con la cabeza baja, para evitar las alimañas que vivían en el techo. Pronto llegué al fondo.
Dejé la antorcha en una saliente de la pared y descargué los objetos mágicos en el piso. El Bagrub estaba oculto en algún rincón, seguramente dispuesto a saltar sobre mí y cortarme en trozos pequeños con sus dientes de tiburón. Arrojé polvos en todas las direcciones, mientras cantaba la canción de los magos de la aldea. Eché líquidos más viscosos y más oscuros que los que chorreaban por las paredes. Las alimañas del techo cayeron a montones a mi alrededor, vencidas por la magia poderosa de mi tribu.
El Bagrub, en cambio, no aparecía por ningún lado: otra prueba de que estaba allí, porque no hay truco de magia que lo obligue a mostrarse. Terminé de cantar y escuché con atención. Nada. Un instante de pánico me obligó a aspirar hondo antes de continuar: si el Bagrub seguía sin hacer ruidos era porque esperaba el momento de atacar.
Usé la antorcha para encender racimos de sustancia mágica en todos los rincones. El humo me hacía picar la nariz, pero no me detuve. Susurré la canción de muerte de los magos. Pateé tres veces el piso, y luego otras tres. Crucé las manos en el gesto tribal de guerra. Estornudé, aunque no como parte del ritual sino porque el humo se estaba poniendo insoportable.
Y así durante horas. Era difícil la batalla contra el Bagrub, pero yo estaba preparado. A pesar de los malos augurios resistí hasta el final, cuando ya los últimos rastros de humo y polvo se perdían en los intersticios de la piedra. Entonces, agotado, me senté en el suelo y volví a escuchar.
No había ruidos: señal de que ni siquiera respiraba. Tampoco olores, fuera de los que aún quedaban de mis líquidos mágicos: señal de que su corazón negro no latía. Y nada del Bagrub podía verse alrededor: señal de que su cuerpo se había desintegrado. Todos los signos, sólo perceptibles para mis sentidos expertos, indicaban que el Bagrub por fin estaba muerto.
Tras descansar un rato, volví orgulloso a la aldea.
[28/3/2012]
"El Bagrub" llevaba unos años escrito. Lo corregí bastante antes de ponerlo en la Mágica Web. A mediados de 2009 se convirtió, imprevistamente y sin cambiar una palabra, en cuento para chicos, y apareció en un suplemento de cuentos de la revista Billiken.
"El Bagrub" llevaba unos años escrito. Lo corregí bastante antes de ponerlo en la Mágica Web. A mediados de 2009 se convirtió, imprevistamente y sin cambiar una palabra, en cuento para chicos, y apareció en un suplemento de cuentos de la revista Billiken.
Este cuento es muy bueno
ResponderEliminarFantastico! Gracias por sus cuentos excelentes. Me gustan muchisimo sus relatos de ciencia ficcion y fantasia.
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