miércoles, 21 de noviembre de 2012

El texto de Helvecia

[21/11/2002]

La semana pasada recibí (y reproduje) un texto inspirado por esta foto (que también había puesto aquí):


Se ve que el ejemplo cundió, porque ahora me llega un segundo texto surgido de la misma foto. Como el anterior, viene firmado por alguien que no conozco, y que no pone su nombre completo. La autora, Helvecia. Aquí va:

(Dedicado a Pepe.)

En el suelo, delante de mis pies, han quedado unos cráteres oscuros. Respiro hondo y vuelvo a observarlos; me sube un temblor, desde los dedos de los pies descalzos; recién me doy cuenta porque vine corriendo y no hay temblores que me molesten cuando estoy tan agitada. Me asustan los grandes pozos, uno al lado de otro, de límites recortados; me recuerdan a la forma de las barrancas en la orilla de los ríos, cuando la erosión ha dejado la tierra hecha pedazos y allí en lo alto aquel límite, como si quisiera formar una cresta, haciendo de cuenta que no llegará para él el momento de desbarrancarse. Ilusión estéril, porque otras lluvias vendrán y lo que ahora es tierra firme mañana será polvo, en el fondo del río o allá, en el río grande como mar. En miniatura, los límites de estos cráteres convocan a aquéllos. Yo, parada firme frente al espectáculo porque adentro, ay, adentro los cráteres forman dibujos, pero no puedo decir dibujos porque lejos de ser planos, son remolinos en el fondo del mar con peces muertos y boquiabiertos que se chocan con el lomo de un dinosaurio de cola mutilada y gigantescas culebras se entretejen y todo parece un fondo del mar requeterrevuelto adonde fueron a parar unos pedazos de llamas y no me explico cómo habrán hecho ellas, del altiplano, para llegar hasta el fondo del mar. Un paisaje aterrador, eso es lo que veo en este cráter porque en el otro ya no quiero saberlo, realmente me da temor involucrarme también en ese mundo. Levanto la vista y recuerdo que estoy aquí arriba en el cerro, miro adelante y adonde antes la extensión de campo estaba salpicada por una y otra casa, hoy se ha formado un pueblo; si me esfuerzo puedo oírlos, todo el bla bla de aquella gente, sus chusmeríos y me tienta irme de mí y seguirlos y entonar con ellos los ritmos de las cantinelas mundanas y agarrar un rebenque y encerrar en su corral a las cabras, al ritmo de:

-Vaamos, vamos, al corral las caabras ?un silbido y otro, como Aníbal Borges, siempre haciendo eso pero él es peor porque son las ovejas, y en paz, él tranquilo, encerrando a cada bicho en el corral correcto. Pero yo no sirvo para arrear ovejas, ni cabras (aunque sea más divertido), ni para perderme para siempre en las cantinelas, aunque me tientan, ni para agarrar el rebenque...

Pero con ellos, en el pueblo que veo ahora alborotarse con el claro de la mañana ¿será que se ha ido mi espíritu?, de hecho, hay una alegría mía que goza con ellos allá. Pero yo estoy aquí de nuevo, aquí frente a los cráteres que ha dejado en su lugar el ombú del cerro de Aníbal.

De pronto, algo me da una frescura por adentro y me animo a mirar de lleno al otro cráter, el que no quise antes leer, por miedo; lo veo hondo y oscuro, ni un solo retoño, me detengo un poco más y me sale de adentro una certeza: así es el ombú, puede vivir en esa forma de agujeros muchos, muchos años, pero hay muy allá en el fondo, quizás muy adentro de la tierra, una ley irrefutable: siempre, siempre, despertará en nuevos brotes que traerán, vaya a saber en qué primavera, un nuevo ombú frondoso para el cerro de Aníbal.
Helvecia
[21/11/2012]

Ya conté el secreto aquí. Este es otro texto producido en el taller literario de Mario Levrero / Jorge Varlotta. No sé quién es Helvecia.

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