[5/1/2003]
Mañana de domingo, las nueve menos cuarto. Soy el único despierto en mi casa. Es que empiezo temprano a dar vueltas en la cama, a sentirme incómodo, y muchas veces termino levantándome cuando todavía no hace falta. El resultado es que las cosas tardan en acomodarse, todo funciona a medias: la cortina de mi ventana está a medio correr, la puerta de mi habitación a medio abrir, el fragmento de ciudad que queda ahí afuera a media máquina. Hay un cielo medio despejado. Y estoy a medias convencido de que esto que pongo aquí no significa nada.
Entonces (nueve menos siete minutos) aparece mi hijo. Abre un poco más la puerta, tapándose los ojos por la luz. Me dice:
—Voy al baño y después te saludo.
Se va. Escribo estas tres o cuatro últimas líneas, y ahora, en este instante, Gabriel vuelve, se mete entre mis brazos, se rasca la cabeza entre mis ojos y el teclado, y me abraza. Dos minutos después, ahora, iré a prepararle la leche, con lo cual el día se pondrá finalmente a andar.
Hermoso post. Una joya. recomendable desde todo punto de vista.
ResponderEliminarAdhiero al coemtario anterior. Y agrego: cálido, ameno y natural. Lindo, realmente. Saludos.
ResponderEliminarcoemtario = comentario
ResponderEliminar