miércoles, 2 de enero de 2013

El guerrero

[2/1/2003]

El guerrero disparó el lanzarrayos y tres extraterrestres se disolvieron en el aire: el que se había disfrazado de árbol, el que se había disfrazado de ventana y el que se había disfrazado de chimenea. Los otros extraterrestres abandonaron las pieles falsas y corrieron, volaron, levitaron, se arrastraron o se teleportaron a sus naves espaciales.

Aliviado, el guerrero giró sobre sí mismo y quedó acostado boca arriba, con la espalda apoyada en el césped. Era cómodo el césped, acolchado, suave. Allá arriba el cielo estaba despejado, azul profundo, pero si lo miraba fijo aparecían esas manchitas esquivas, esos retazos de irrealidad que los ojos le ponían a las cosas lisas y luminosas. Más alto, en algún lugar, la nave madre orbitaba el planeta, repleta de seres malvados pero, afortunadamente, cobardes.

El lanzarrayos era de plástico verde, alargado y redondeado, con una culata de tipo pistola y una luz en la punta que parpadeaba al apretar el gatillo. Pero lo mejor era el ruido, una especie de ronronear de auto, acompañado por una vibración que se transmitía a la mano.

El guerrero apretó el gatillo, distraído, sólo para sentir la vibración y el ronroneo, y luego lo apretó un poco más. Pero ahora no pensaba en extraterrestres, sino en las formas de los árboles que se recortaban contra el cielo azul lleno de manchitas. La brisa agitaba las ramas, y dos árboles enfrentados, uno a la izquierda del guerrero, otro a la derecha, se movían de un lado al otro como atacando y retrocediendo. Era algo hipnótico. Se podía mirar las ramas y las hojas de las ramas durante un largo tiempo, una enorme cantidad de vaivenes, esperando que alguna vez se juntaran.

Otra buena idea para los extraterrestres: disfrazarse de hojas de árbol. El guerrero alzó la mano con su arma y disparó. Como el ronroneo parecía insuficiente, lo ayudó haciendo zumbidos con la boca:

—Zamm, zamm, zamm.

Una mujer gritaba algo, allá en el patio, junto a la casa. No hacía falta entender las palabras, porque siempre eran las mismas. El guerrero esperó un poco, luego se impulsó hacia un lado para apoyarse en manos y rodillas, dio una vuelta carnero y aprovechó el empuje final para ponerse de pie.

—Ya voy —dijo, y se fue a tomar la leche.

3 comentarios:

  1. mmh... otros personajes... otras armas... otro escenario... otros enemigos, pero es como si la historia me resultara conocida... si, hace... 28 0 30 años atras... si...

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  2. Se parece a un cuento de Juana de Ibarborou, dobre su propia infancia. Buacá "Chico Carlo" para cuando tengas una nena :)

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